Se define La Inflación como un ente natural de El Mercado que sirve de contrapeso en la balanza del Tratar de Vivir. Sin embargo, hay casos excepcionales en los que La Inflación no tiene suficiente y también se opone al Tratar de Morir.
Todos tenemos presentes sus tentáculos más cotidianos: la subida del precio de la comida, de la gasolina o que ahora resulta que te tienes que pagar tú la puñetera comida de empresa.
Sin embargo, hay servicios que ofrece El Mercado que, por su naturaleza, son más sensibles a una crecida exponencial sobre su coste. Ocultos a la mirada del consumidor medio, La Inflación aprovecha su invisibilidad y se ceba con estos casos tan concretos, lo cual puede resultar una verdadera putada.
La eutanasia, por ejemplo. Si La Inflación sigue así, una persona podría no llegar a ahorrar lo suficiente como para permitirse una eutanasia antes de morir. Pongamos el caso de Juan Antonio Ramirez, de 25 años. Juan Antonio planea ahorrar, tampoco nos volvamos locos, para una eutanasia normalita. En 2024, claro. Pero llega 2074 y cuando va a recoger su eutanasia le dicen que su coste se ha cuadruplicado. Esto le rompe el corazón a Juan Antonio, que se lleva ilusionado la mano al pecho. Sin embargo, al no sufrir de dolencias cardíacas previas, le toca seguir con vida.
Este es un auténtico problema, y no sólo para el anciano. Ahora la hucha de las pensiones cuenta con otra boca que alimentar.
Quizás Juan Antonio debería haber hecho caso a todos esos familiares que le dijeron que era una idea pésima. O a su psicóloga, cuando le decía que tratase de fluir más. ¿Pero fluir hacia dónde? Su problema intentando fluir era que nadie te explicaba qué densidad tiene tu líquido interior. Si la sangre tiene tan clara la autopista que debe recorrer será por algo, aunque ahora mismo para los planes de Juan Antonio fuese contraproducente. Quizás no era tarde para intentar fluir más, ahora sus rodillas eran mucho menos rígidas.
Y encima ya se había despedido de todo el mundo, qué movida. Hasta le había tenido que explicar a uno de sus nietos lo que era la muerte. Al nano le había sentado fatal. No todo el mundo era tan abierto de mente con respecto al existencialismo como Juan Antonio. Ah, pero a los del dominó de los jueves no pensaba decirles ni mú, ya se darían cuenta. Conociéndolos, eran capaces de hacerse los suecos.
Y a la mierda la rutina. Todos los días de su vida ahorrando con el ritmo lento y pesado de un metrónomo para elefantes, ¿y ahora qué? ¿Qué diablos iba a hacer mañana? No iba a suicidarse, eso estaba claro. La gracia reside en que te mate alguien y por lo menos no morir solo.
La Inflación apesta.