Abrimos la destartalada puerta de entrada y nos acercamos al mostrador, muy alto, del que solo asomaban los enormes ojos de la dueña del restaurante.
—Buenas noches, teníamos una reserva para diez…
—¡¿Y estáis ya todos aquí?!
—Sí, hemos venido juntos y…
—¡Porque hay veces que reservan para diez y aparecen cinco! ¡¡Cinco, nada más!! —repitió, mirándonos con suspicacia, por si alguno de nosotros hubiera podido ser responsable de tamaña afrenta en anteriores ocasiones.
Nos condujo a nuestro sitio, cuatro mesitas cuadradas alineadas en uno de los lados de la sala del fondo. En las paredes, cubiertas con garabatos de clientes, ya había recuerdos de anteriores ocasiones del grupo en el local: «SomosTontísimos», «Viva EMT, viva y bravo» y varias pegatinas minúsculas.
Mientras nos sentábamos, la dueña señaló el enorme póster de la pared, una imagen de un archipiélago, lo único sin grafitis de toda la pieza.
—¡¡Dodko!! ¡¡Muy bonito!!
—Sí, parece muy bonito, es…
—¡¡Tenéis que ir!! ¡Ir a conocer Dodko!
Como asentíamos sin parar, se quedó de brazos cruzados, esperando. Nos acomodamos en nuestras sillas deshaciéndonos en halagos ante tal paraíso natural y, al ver que no íbamos a ir inmediatamente a hacer la maleta, se fue mientras consultábamos el menú.
Diez personas, entre ellas un vegetariano, dos aficionados al picante, un par de tiquismiquis y la homenajeada, directora de marketing de una importante publicación periódica a la que nadie le preguntó si cenar en un coreano la primera vez que venía a Madrid en una década era su plan perfecto para un fin de semana de asueto, nos pusimos de acuerdo para pedir varias cosas para compartir y un plato para cada uno. No podía salir mal. Comenzamos con los platos para compartir; el vegetariano preguntó si el doejan jijae llevaba carne:
—¿¡Eres vegano!?
—Bueno, soy vegetariano, no me importa si lleva…
—¡¡Vegano, sí, sí, vegano!!
Nuestro vegetariano decidió renunciar al huevo escalfado de su plato por no perder más tiempo.
Pero el tiempo no resultó el problema. Le tocó el turno a uno de los menos aficionados a la comida muy especiada:
—¿Puedo pedir el yeyuk bokkeuk sin picante?
—¡¡Sin picante!! ¿¡Qué os pasa a los españoles con el picante!? ¿¡No os gusta el picante!? ¡Yeyuk bokkeuk es picante! ¡Yeyuk bokkeuk!
Rápidamente nuestro amigo entendió que yeyuk bokkeuk debía de significar ‘inexorablemente especiado’ y pidió udon, plato sabroso que nunca fallaba.
Algunos otros pedimos lo mismo.
—¿¡Qué os pasa a los españoles con el udon!? ¿¡Por qué siempre pedís udon!? ¡Hay más platos en el menú! ¡¡Probad otra cosa!!
Justo a su lado, en el extremo de la mesa, el ambicioso ejecutivo de una importante multinacional con un desarrolladísimo sentido del humor quiso alargar la broma pidiendo otro bokkeum udon. Recibió una colleja y se le obligó a cambiar su elección. Terminó de apuntar nuestra comanda y se retiró mascullando hacia la cocina.
Al poco, marchaban nuestros platos, todos muy ricos, como siempre. Comíamos entre risitas nerviosas hasta que la correctora introvertida, desesperada tras intentar infructuosamente enganchar los gruesos fideos de su plato con los palillos, se dio cuenta de que tenía que pedir un tenedor antes de que su resbaladiza mezcla de pasta y verdura se enfriara. Pensó en comer con ayuda de las manos, pero tampoco había tanta confianza. Pidió al importante ejecutivo que solicitara el cubierto, ya que era el que estaba más cerca de la trayectoria de la jefa y al fin y al cabo seguro que ya sabía cómo manejar su mal genio, era un hombre muy inteligente. El hombre inteligente pidió un tenedor con un hilo de voz e inmediatamente se cubrió la cabeza con las manos. Tras un buen rapapolvo sobre la absoluta ignorancia de los españoles respecto a las cuestiones más básicas de la gastronomía universal, nos arrojó un puñado de tenedores sobre la mesa y pudimos terminar de cenar.
Al venir a recoger los platos, vio que en uno de ellos quedaban unos restos de tallarines de batata del japchae deopbap, un plato inesperadamente abundante.
—¡¿Quién se ha dejado esto?! ¡No podéis dejar comida en el plato! ¡¡La materia prima es muy costosa!! ¡Hay que comérselo todo!
Nos excusamos a coro aduciendo multitud de razones por las que no habíamos llegado a dejar todos los platos limpísimos, asegurándole que estaba todo muy bueno y habíamos comido hasta el límite de nuestra capacidad, tras lo cual pareció darse por satisfecha y nos ofreció probar el postre. Intercambiamos miradas inquietas, no sabíamos si podía ser una trampa tras habernos dejado una pequeña parte de la cena, pero asentimos con cierta inseguridad. Respuesta correcta, se fue contenta, ensalzando todas las virtudes de su postre coreano para compartir, y volvió con varias raciones de tortitas de arroz dulce y glutinoso, que comimos rápidamente con muchas y ostentosas muestras de satisfacción.
Como la noche se presentaba larga, pedimos café. Nos pilló con la guardia baja:
—¿¡Cómo café!? ¡¡No se toma café por la noche!! ¡El té coreano es suave y relajante!
—Pero es que nosotros vamos a salir ahora de marcha y…
—¡¡Por la noche no se toma café!! ¡Té coreano! ¡¡Suave y relajante!!
Nos trajo varias tazas de una infusión deliciosa, seguro que muy relajante en otras circunstancias, de la que dimos buena cuenta antes de pagar y salir apresuradamente.
—¡¡No olvidéis una reseña en Google!! ¡¡Escribid una reseña!!
No sé cuál de nosotros es el que ha reseñado el bokkeum udon como plato imprescindible del menú.