No sé si habéis hablado alguna vez con alguien que viaje habitualmente, pero si es así, sabréis que lo más importante a la hora de viajar es gastar muy poco dinero y hacer cosas auténticas. Y eso fue lo que, durante mi viaje a Japón del pasado verano, yo acabara en la yakuza.
“¡Mis vacaciones en Nueva York estuvieron geniales, solo gasté 200 euros en los billete!”, suelen decir tus amigos. “Comimos de fábula: primero, segundo, postre y café por 12 euros en un sitio muy auténtico en el que nos chillaron todo el rato!”, dicen también. ¡Así es, hay que viajar barato y buscar sitios auténticos!
Los buenos viajeros sabemos en qué web y con cuantos meses de antelación hacer reservas y sabemos combinar con maestría vuelos en horas poco solicitadas, haciendo escala en aeropuertos secundarios, para encontrar la mejor tarifa. Después de 5 días sin dormir y tras atravesar todos los aeropuertos de provincia del mundo, suelo llegar a mi destino sabiendo que no he gastado de más.
Y una vez allí, la autenticidad también es muy importante: es esencial que nadie te vea con un mapa o visitando monumentos emblemáticos, porque eso es típico de turista, sino que confundirse con los locales en los peores bares que puedas encontrar de la ciudad a la que visites, moviéndote por sus peores calles y visitando básicamente los suburbios y los polígonos industriales. Un viajero experimentado visita los países buscando trabajo fijo y compartiendo un apartamento en las afueras.
¿Y qué hice en Japón? Busqué sitios baratos, para viajeros auténticos como yo. A los dos días de dormir en un jergón en el suelo de un polígono ya era uno más en los bajos fondos de Tokyo. Y al tercer día el señor Yamashita me ofreció trabajar para la Yakuza. Dije que sí al instante porque si trabajas durante tus vacaciones te puedes ahorrar unos buenos dineros y ya hemos establecido que lo más importante de un viaje es ahorrar. Además, la Yakuza ofrece horarios fijos, rutinas y una buena red clientelar de bares y karaokes. Lo más incómodo de un viaje es saber dónde vas a comer y dónde vas a hacer caca pero si ingresas en la Yakuza te ahorras ese problema. Si eres de la Yakuza puedes entrar en cualquier bar y decir “eh, soy de la Yakuza” y puedes hacer caca sin que te pidan que consumas nada. Y a lo mejor consumes algo, pero no hace falta que pagues si no quieres, lo cual también es una buena ventaja porque lo más importante de viajar es gastar poco dinero.
Lo primero que hice fue comprarme un traje que me quedara un poco grande porque vi que a mis nuevos amigos de la yakuza los trajes también les quedaban muy grandes y pensé “eso puedo hacerlo yo”. Y vaya si pude, el trabajo es bien sencillo: tienes que desayunar poco y pasarte el día por ahí extorsionando, matando y haciéndote el chulo (tupé y gafas de sol opcionales).El problema es que no te da tiempo a visitar lugares típicos como el monte Fuji. ¡Pero no pasa nada, eso es para turistas! Muy al contrario, pasé casi todos los días haciendo guardia delante de edificios en los que había reuniones del más alto nivel entre los jefazos.
Mis primeros días en la Yakuza fueron muy bien. Sí es verdad que a las tres horas de ser un yakuza, le dije al señor “eh, qué pasa” al señor Yamashita y eso es muy descondiderado. Por ese motivo, y para mostrar mi compromiso férreo con la Yakuza, agarré un cuchillo y me corté un dedo meñique que le ofrecí al señor Yamashita. Él quedó muy impresionado por mi gesto y se guardó el dedo meñique en el bolsillo.
Lo más importante en la Yakuza es el respeto y el honor. Uno pensaría que lo importante es traficar con armas, disparar dichas armas desde un coche en marcha o ganar dinero, pero no es verdad. Lo importante es el honor y si piensas de otra manera, es deshonroso y probablemente tengas que cortarte un dedo para compensarlo.
Durante mi segundo día en la Yakuza y tras una visita a una sauna vi que mis nuevos compañeros iban tatuados por todas partes, así que yo pensé en tatuarme también. Como no quería tatuarme todo el cuerpo porque me parece ridículo, me tatué un pequeño delfín en el tobillo. Al señor Yamashita le pareció poca cosa, así que me corté otro meñique y se lo ofrecí para que se tranquilizara y ahorrarme un tatuaje corporal completo, porque mientras me tatuaron el delfín estuve gritando todo el tiempo y no quería repetir la experiencia. En esta segunda ocasión en la que me corté otro dedo, ni siquiera me molesté en envolverlo como regalo porque pensé que él sabría adivinar fácilmente de qué se trataba y que era inútil intentar mantener la sorpresa. Además, al señor Yamashita le están regalando meñiques todo el tiempo y tampoco es que le haga tanta ilusión.
Recuerdo un día que, por despiste, pesqué varios peces koi en el estanque de la casa del señor Yamashita, eso me costó un dedo. Y vomitar en su jardín zen me costó otro.
Otro día estuvimos en el karaoke y desentoné al cantar el tema de Sailor Moon y me corté un dedo para compensar por mis desgañites. Luego me corté otro dedo pero fue porque me lo pillé con una puerta y antes de que se me pusiera morado decidí cortármelo.
En Japón venden cosas bastante extrañas, como Kit Kat sabor té verde, Coca Cola sabor té verde y té sabor té verde. Hay muchas particularidades culturales que tienes que conocer bien si eres un yakuza. Hubo una ocasión en la que estábamos extorsionando a un vendedor de sandías cuadradas. Estábamos Yamagoto, un yakuza amigo mío, y yo en la parada ambulante intentando meterle miedo al tendero. Yo para impresionarle le pegué un empujón a una de sus sandías esperando que todas se cayeran al suelo y se fueran rodando calle abajo, pero como eran cuadradas se quedaron en el sitio. Yamagoto y yo nos fuimos de allí avergonzados sin haber cobrado el dinero que tenía que pagarnos. Para superar mi deshonra me corté un dedo y se lo dejé al señor Yamashita debajo de la almohada.
Pese a la exigencia, hay mucha flexibilidad en la Yakuza. Un día no me apetecía ir a trabajar a a hacer de Yakuza, así que me corté otro dedo para compensar mi deshonra por no presentarme y se lo envié al señor Yamashita con un mensajero.
Al día siguiente sí que fui a trabajar pero el señor Yamashita se encontraba mal, así que se cortó un dedo y me lo dio él a mí. Yo no supe qué hacer con él y me lo guardé en el bolsillo.
Al día siguiente volví a deshonrar al señor Yamashita porque me confundí y trabajé unas horas para su rival, el señor Miyamoto. El señor Yamashita se enfadó un montón y me exigió un dedo, así que le di el dedo que él me había dado y le dije que era mío, jaja.
El señor Yamashita no es muy hablador, así que hay veces que no sabs qué le ocurre y lo único que puedes hacer para animarle es cortarte un dedo. No suele hablar mucho. Durante las cenas, él se recostaba en su silla y y nos miraba tras sus gafas oscuras sin abrir la boca. Y entonces algunos, para animarle o a modo de broma y animados por el sake, nos cortábamos algún dedo y se los tirábamos sin levantarnos de nuestros asientos. Algunos le daban en la cara y otros le caían en el plato de sopa. Había veces que les dábamos los dedos así, informalmente, sin ponerlos encima de un pequeño cojín ni nada de eso. Eso solo se hace las primeras veces, cuando parece que cortarse un dedo es taaaaan importante. Los yakuzas experimentados le tiramos dedos cortados como quien arroja pan a los patos o monedas a una máquina de peajes.
En definitiva, mi experiencia en Japón y en la yakuza ha sido un diez: muy buena comida, muy económico (de hecho, increíblemente provechoso) y muy auténtico. Lo único negativo es que fue un poco estresante y hubo demasiadas mutilaciones. En ese sentido, un cero.
Lo que quiero decir con esto es que si vas a viajar, es mejor que asumas que vas a perder dinero y que no puedes estar pensando en ahorrar todo el tiempo porque te puede complicar la experiencia. Lamentablemente yo aprendí eso demasiado tarde y ahora no tengo dedos y de hecho he tardado 17 días en escribir este artículo golpeando el teclado con la nariz.
He aprendido la lección y el año que viene viajaré a Estados Unidos y para confundirme con los locales y vivir la experiencia al cien por cien sin preocuparme por el dinero voy a endeudarme durante 20 años para pagar mis tasas universitarias.