Estaba acostumbrada a que la miraran, a que la juzgaran, a llamar la atención e incluso a que se rieran de ella. Por eso, hacer stand-up le parecía un paso natural. Sólo tenía que transformar su recelo hacia la especie humana en reflexiones irónicas, subirse a un escenario y decirlas en voz alta.
No podía ser tan difícil. Y así lo hizo.
Pero eso a lo que estaba acostumbrada y que decía no importarle, pasó a ser una preocupación más en su vida. Ahora necesitaba que se rieran. Pero no de ella, sino con ella. Y muchas veces lo conseguía. Sabía que alguna vez seguían riéndose de ella, eso seguro, aunque no le importaba porque en ese juego les llevaba siglos de ventaja.
Pero ellos seguían teniendo el poder. Todos esos organismos pluricelulares llamados ‘público’.
A veces se preguntaba cómo podía preocuparle tanto hacer reír a una masa de caras desconocidas cuando eso mismo era lo que más había temido siempre. Por qué querer entretener a aquellos que odias, como una Sherezade moderna evitando que la viole el gordo cabrón. ¿En qué momento de su vida había nacido en ella el síndrome de bufón de la corte?
¿Sería aquel día en 1º de la ESO cuando estaba corriendo por entre los pupitres escapando de un compañero de clase y se cayó de culo justo al lado del niño que le hacía tilín? Nunca había recibido mayor carcajada, cierto es, pero a pesar de eso tenía claro que el slapstick nunca sería lo suyo, que dolía demasiado (quizás más física que psicológicamente, no sabría decirlo).
¿Sería cuando hicieron un ranking de las más feas de clase y quedó la primera? No, ahí lo que aprendió fue que, aunque a ella le gustaba ganar, no era necesario hacerlo siempre. Pero bueno, eso también le servía para lo del stand-up.
Al final iba a resultar que sí, que todos los caminos en su vida la habían conducido a ponerse delante de un micrófono y contar chistes.
Como en ese instante.
Ya se oían aplausos.
Estaba sola, estaba a salvo, era feliz.