El año que sobreviví en los tercios de Flandes con agallas, valentía, coraje y ochocientos euros guarros de la Beca Erasmus

Hola Inés, 

Supongo que te sorprenderá recibir este pergamino sellado con cera roja en pleno 2053, pero con tanto Tuenti de los cojones, a esta sociedad sin base intelectual y gobernada por mediocres, inútiles y verdaderos hijos de puta, se le olvida que se cumplen hoy sesenta años de la tragedia que viví. Que vivió mucha gente. Que vivimos todos, vaya, y de la que salimos vivos solo gracias a nuestras agallas, valentía y coraje.

Yo, a tu edad, había sequía en Murcia. Mientras la escoria política se debatía entre el trasvase del Ebro y la crisis del ladrillo, los ciudadanos de a pie ya no teníamos ni un mísero contrato fijo discontinuo para costearnos la universidad. Ochocientos euros guarros nos daba aquel gobierno soplagaitas plagado de bandidos y rateros para irnos un año de Erasmus. El programa de intercambio universitario llamado Erasmus consiste en que los alumnos de una universidad pueden irse a cursar un año de sus estudios al extranjero, y su nombre viene dado de Erasmo de Róterdam (o de Gouda, como el queso), en holandés: Desiderius Erasmus van Rotterdam; en latín Desiderius Erasmus Roterodamus; que fue un filósofo, humanista, filólogo y teólogo cristiano neerlandés, considerado como uno de los más grandes eruditos del Renacimiento nórdico. 

Inés, pronto cumplirás veintiún años, Inés, y embarcarás en esta batalla que marcará tu vida, Inés. Igual que marcó la mía, Inés, aquel septiembre de dos mil tres, Inés, cuando El Corsario y yo cruzamos media Europa juntos. Aquel Opel Corsa desvalijado ya había sobrevivido quince años de Ruta del Bacalao sin pasar la ITV, cuando me lo dio un mercader de Valencia, a cambio de una garrafa de vino de la cooperativa de Cariñena.

El viaje desde Valencia fue tedioso. Cuatro días de asedio por carretera en los que El Corsario y yo sorteábamos gendarmes, radares, y alguna que otra raposa. Esos cobardes de La Gendarmerie francesa apuntaban con sus bolígrafos mi nombre en sus libretas, “cognome, per favore”, me decían en francés. Mamones.  Cada gendarme era una estocada a mi bolsillo. Y con cada estocada cuarenta euros se iban al traste. Aquellas heridas me costaron un total de trescientos, así que ya solo me quedaban quinientos euros guarros para pasar el resto del año, la madre que me parió.

También sufría El Corsario, quien en cada parón perdía una pieza. Primero se soltó la chapa del capó, después los retrovisores, luego se desprendió una puerta, y arrancar era cada vez más doloroso. Pero su lealtad, su sentido del honor y cuarenta rollos de cinta aislante negra, hicieron que ese viejo pirata renqueante de gasolina aguantara como un campeón, hasta hacer nuestra llegada triunfal a Gante. Y allí, Inés, en la ciudad que vio nacer a Carlos Palito de España y Uve de Alemania, sentada a las orillas del canal canté mi primera pequeña victoria.

Mi segunda batalla la libré ya en Los Tercios de Flandes. Así era como el grupo de Erasmus españoles bautizamos aquel antro pestilente donde La Manca daba de beber a los sedientos. No miento si digo que La Manca era una fulana entrañable.  A falta de la diestra, La Manca destapaba botellines con la siniestra sin pestañear, de cuatro en cuatro, como si le fuese la vida en ello. Agarraba las cervezas entre sus dedos y con un golpe seco con el canto de la barra ¡PLOP!, les abría el gaznate. Después nos pasaba los tercios y nosotros les dábamos matarife. Y con el carácter de una lija del cuatro abastecía a diario a aquél escuadrón de infames canallas que abandonamos nuestra patria con un sueño: regresar al año siguiente hablando un idioma nuevo y habiendo cursado sesenta créditos de la universidad. ¡Pardiez! ¡Qué ilusos éramos!

La primera guerra de trincheras en Los Tercios de Flandes fue de noche. Hubo pérdidas humanas y materiales. Sonó el primer “Amigos para siempre güilyuolgüeisbimaifriend” y reventaron las ventanas; con La Macarena cientos de Erasmus perdieron la cabeza; con la BOOOMBA, estalló la bacanal.  Y al final, algo que nos pilló completamente desprevenidos: Iberia Sumergida de Héroes del Silencio.

El DJ del lugar soltó todo su armamento, pero yo, que me acordé de los sabios consejos de Tito Livio “Permanece armado y alerta, a fin de que no se te pase tu oportunidad ni se la ofrezcas a tu adversario”; con agallas, valentía y coraje, me acerqué a las líneas del frente y le dije “Perdona, ¿me puedes poner la de…?” y cuando bajó la guardia derramé una cerveza Kriek de sabor a cereza sobre la mesa de mezclas. “¡¡¡Jódete, hijo de una hechicera que te ha parido a escote!!!”, le dije. Y gracias a mi visión estratega vencimos aquella noche.

Pero Inés, después de la batalla, el momento de soledad del retrete de los baños encharcados de la residencia de estudiantes siempre llegaba.  Ahí estaba yo, sentada, con las bragas en los talones escuchando el gargareo de mis propias entrañas. Y entonces conocí el horror, Inés . El horror es una cerveza abierta tres días en la nevera, y un limón podrido que te mira.

Apenas llevaba un mes en Los Tercios y ya solo me quedaban ochenta euros. Los Erasmus estábamos agotando las reservas de Delirium Tremens y frietjes met mayonnaise, alstublieft. Había que conseguir munición como fuese. Así que El Corsario y yo emprendimos un viaje a Bruselas para comprar artillería pesada. Las Metralletes eran bombas calóricas, bocatas como la cabeza de un crío de grandes. Llevaban carne, patatas fritas, lechuga y una salsa a elegir. La mía era siempre mayonesa porque soy una persona crítica e intelectual, pero el infantilismo idealista de los Erasmus progres se llevó a muchos por el camino, que perdieron la batalla contra el curry. Sin pensármelo dos veces llené el maletero del Corsario con veinte kilos de Metralletes. Pero ¡Ay! Inés, de regreso a Gante,El Corsario ya no pudo seguir engañando a la parca y aceptó su sino. Vamos, que estiró la pata.

El Corsario me dejó tirada delante de un edificio de arquitectura típica renacentista flamenca. Después de admirar las decoraciones de terracota talladas y el frontón escalonado de la fachada, (esa es la característica principal del renacimiento flamenco, aunque algunas estructuras tienen también frontones festoneados, con una serie de curvas convexas y… bueno, busca tú el resto en la Wikipedia, que los jóvenes de hoy en día queréis que os lo den todo en bandeja, coño); me fui directa a la estación y gasté los últimos ahorros en un bonotrén de diez viajes. Era menester apuntar el nombre del origen y el destino en cada viaje, así que agarré un bolígrafo y apunté Bruselas-Gante en la primera línea.

Ya en Gante advertí que había olvidado todas las Metralletes en el maletero del Corsario. Apunté con el boli: Gante-Bruselas, y después otra vez, Bruselas-Gante. Siete viajes me quedaban y diez euros guarros.  Y no veas lo que pesa llevar veinte kilos de Metralletes, desde la estación hasta Los Tercios, sobre la riñonada.   

Repartí las Matralletes entre mis compatriotas, que estaban igual de jodidos que yo, y aunque el gobierno se había olvidado de nosotros, estábamos dispuestos, pese a todo, a continuar nuestra lucha costase lo que costase.  Sin idiomas ni estudios terminados, hubo gente que no pudo sino dedicarse a actividades de poco lustre, como robar bicicletas y venderlas en el mercado de segunda mano.  Pero yo, que soy una persona honrada con agallas, valentía y coraje, comencé a vender bicicletas que fabricaba yo misma. Las fabricaba con partes sueltas de otras bicis. De bicis que encontraba por la calle abandonadas. Abandonadas al lado de farolas. De farolas que estaban amarradas a bicis con cadenas y candado. Y con las pocas monedas que conseguía, sobreviví hasta el final, Inés. Un puto año entero en Los tercios de Flandes.

Inés, la batalla Erasmus no será fácil, pero con agallas, valentía y coraje, podrás convertirte en una heroína con idiomas y carrera.  Inés, para cuenta de lo que te estoy diciendo, que soy perra vieja, he vivido mucho, y sé de lo que hablo. Porque la vida es una puta que te coge por los huevos, digo, por el coño, Inés, y no te suelta, Inés. Te lo digo yo, que me he movido entre los más canallas y degenerados. Hostia puta. Hablo desde la autoridad de mi experiencia, porque en esta vida, ¡¡¡EN ESTA VIDA, INÉS!!!, para poder sobrevivir en Los Tercios de Flandes con el dinero mísero de la beca Erasmus, he codiciado, he engañado, he trapicheado, he jurado en arameo, me he cagado en la madre que parió a todo Cristo, y hasta he usado bolígrafos borrables de Paper Mate en el bonotrén de diez viajes.

Y ahora te dejo, que se me enfría el poleo y ya me han sacado el andador para pasear por el parque. Coño. Me cago en la puta. Hostia. Joder. La madre que me parió.

Un besico mu grande, guapa, y abrígate si sales, que refresca.

Tu tía abuela Merceditas.

Alba Late
Alba Latehttps://uranusmagazine.com/
Es corresponsal exiliada en Urano www.uranusmagazine.com. Estudió Mediocridad Aplicada. No se ha leído El Quijote y se bajaba por Emule las pelis en español de los libros que se tenía que leer en inglés. Ganó un jarrón de cerámica con dragones orientales y asas bañadas en oro en el torneo de ajedrez de las fiestas de su pueblo. La vida le va bien.

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