Tragedia en la Agencia de los Recuerdos de Bolsillo

Era martes en la Agencia de los Recuerdos de Bolsillo, el organismo privado encargado de que los seres humanos nos encontremos cosas en las prendas que hace mucho que no nos ponemos. ¿Cómo creéis que el ticket de cuando fuisteis al cine en vuestra primera cita aparece en el bolsillo de la americana? ¿Por arte de magia? Pues sí, por supuesto.

Sus trabajadores eran diminutos seres de cuento que habían caído en las garras del mercado y sus temibles dividendos. Gnomos del extrarradio, elfos del polo norte que buscaban unas condiciones mejores y polillas demasiado inteligentes como para estamparse contra una bombilla. Todas estas criaturillas tenían un hueco en la ARB. A ningún ser de cuento le importaban ya las enseñanzas ni las moralejas, eso había quedado en el pasado y muchas criaturas diminutas habían preferido buscar otros empleos. Además, ser parte de una enseñanza milenaria estaba bien, pero poder costearse unas vacaciones y una póliza anti-ardillas para tu agujero en el árbol era mucho mejor.

Los trabajadores canturreaban en la oficina, amontonaban informes y se tiraban los trastos junto a la máquina del agua. 

Jöra, conocido en la oficina como El Atractivo Gnomo de Bolsillo, meneó sus torneados muslos hacia el cubículo de Nana. De camino, todas las miradas con algo de buen gusto se posaron en él.

–Oye Nana, ¿tienes las tres uñas y los dos céntimos que te pedí ayer? –dijo El Atractivo Gnomo de Bolsillo, mientras se pasaba una mano por el pelo. Pelo que mantenía fijo a base de miel y resina–. Tengo una misión, ¿sabes? La misión. La misión importante.

Jöra tenía una de esas sonrisas perpetuas. Una hilera de dientes perfectos que usaba como escudo. Una frontera para que nadie se diese cuenta de que era idiota de remate. O eso pensaba él. Bueno, en realidad no pensaba.

–Deja de sonreir así –dijo Nana, que estaba harta de que el Idiota Gnomo de Bolsillo le pidiese salir–. Sólo hace que parezcas estreñido.

Jöra se rió a carcajada falsa. Como cuando una cabra se hace la muerta, el gnomo contaba con un mecanismo de defensa ante los comentarios agudos. Encajaba el comentario con un estruendo gutural, haciendo que cualquier comentario cortante pasase desapercibido.

–¡JAJAJAJA! Me parto contigo, Nara.

–Nana.

–Eso. Escucha –susurró el gnomo, acercándose–. La de hoy es una misión difícil, ¿Sabes? Me ayudaría si, ya sabes, si…¿qué te parece si..?

–No voy a ir a cenar contigo, Jöra. Te lo he dicho mil veces. 

–Pero la misión es difícil, ¿sabes? ¿Y si me muero?

Nana levantó las cejas.

–Son tres céntimos y dos uñas, no te vas a morir –dijo Nana, poniendo punto y final al debate.

Era un miércoles gris en la ARB. Jorä, El Atractivo Gnomo de Bolsillo, había sido espachurrado cuando trataba de dejar tres céntimos y dos uñas en el bolsillo de un impermeable. El dueño de la prenda la había necesitado durante una tormenta en julio. ¿El error de Jöra? No tener en cuenta el cambio climático. El funeral había sido por la mañana, ahora el gnomo descansaba en una caja de cerillas. Algunos de sus compañeros se reunieron tras el funeral para tomar algo en su honor.

–Yo siempre se lo decía –dijo Num, un Elfo de los Calcetines que se negaba a jubilarse–. “Jöra, el cambio climático no sólo hace que las temperaturas suban” le decía yo, le decía “también hace que el clima sea más impredecible”. Y nada, nunca me hacía caso. El tío era un cabezón.

El anciano no pensaba que para hablar fuese necesario que alguien te escuchase. De ser así llevaría callado décadas.

 –A nadie le importa recordar el día en el que te comiste tres uñas y como no tenías dónde tirarlas, pues te las guardaste en un bolsillo –dijo Marna, la viuda de Jöra, con lágrimas en los ojos y rabia en la voz–. Mi marido ha muerto por un recuerdo horrible, ¿esa es la historia que nuestros hijos le contarán a sus nietos?

El resto de los miembros de la agencia meditaban sobre el precio de la muerte del muchacho. Nana se miraba los pétalos de los zapatos. No sabía que Jöra estaba casado. Tampoco iba a revelarle a la viuda que su marido era un cabrón el día de su funeral. Esperaría un par de semanas al menos.

Aria Shahryari
Aria Shahryari
Cómico de stand up. Escritor sin lectores. Andaluz-Iraní criado en Valencia. Una mezcla de raíces que ni el vertedero de un dentista.

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