Hola, me llamo Juan Antonio (nombre ficcionado), y soy adicto a los afterworks. ¿Distorsionaréis mi voz verdad? No quiero hacerle más daño a mi familia.
Aún se me eriza la piel al recordarlo. Todo parecía normal, no sé yo necesitaba la pasta y acepté el trabajo. Pero claro… Llegó la temporada de verano y con ello los afterwork en la terraza.
Era una gran multinacional, con un equipo muy numeroso de personas y ¿cómo no me iba a hacer amigo de todos ellos? O sea si pasaba 8 horas al día más la comida junto a ellos, no podía renunciar a unas copas después.
Al principio parecía que lo controlaba… Hoy afterwork de Recursos Humanos. La semana que viene le toca a Contabilidad…
En ese momento lo tenía todo: una mujer que me quería y dos hijos preciosos, pero esa empresa fue el principio del fin.
¿Pero cómo iba a renunciar a echarme unas birras con mi jefe cabrón? Sí sí, el mismo que el lunes a las 9 de la mañana me enumeraba la lista de cosas que hacía mal, llegaba el viernes y nos echábamos unos Ducados. Era casi como él, lo tenía tan cerca, podía olerlo.
Si no era yo quién se tomaba esas cervezas con mi jefe lo haría otro compañero y claro entonces ese compañero entablará una mejor relación y lo ascenderían a él primero.
Y cómo no hablar de mis compañeros de trabajo. Si no me quedaba esa noche seguro que se hacían grandes lazos de amistad, seguro que contaban una broma que yo después no entendería o planerían una barbacoa, no podía faltar.
Comencé a encadenar los afterworks con ir a trabajar y nunca salía de ese maldito edificio enmoquetado. Era como el infierno pero blandito. Entraba a las 9 de la mañana, finalizaba mi jornada a las 6 de la tarde y me iba a la terraza y de esa maldita terraza vuelta a trabajar. Cómo una rueda de hámster. Un día y otro día y otro.
Mi mujer fue la primera en darse cuenta de que yo no estaba bien. No pasaba nunca por casa, dormía (si es que dormía) en las zonas cozy de la oficina. Pero yo lo hacía por ellos, todo por ellos, para que nuestros hijos tuvieran un futuro mejor.
Estaba metido en el grupo de amigos de la oficina, los más cool. Éramos los que ganábamos todos los concursos, nos disfrazábamos para las fiestas, en resumen la envidia de toda la oficina. Yo cada vez tenía mejor relación con mi jefe, ¡incluso llegamos a compartir taxi juntos! Estaba tan cerca pero tan cerca…
Hasta que mi esposa me dejó, me llamó y me dijo que se iba a casa de sus padres con los niños. Hacía meses que no me veía, estaba en esa espiral de trabajar e ir a todas las fiestas de la oficina. Mis hijos no se acordaban apenas de mí.
Intenté cambiarlo, remediarlo, pero no podía. Era el más guay de la oficina, era amigo de todos, todos sabían quién era. ¡Me nombraron DJ oficial de los afterwork! Pero para mi familia no era suficiente al parecer.
Entonces, cuando no tenía a mi familia al lado, llegó lo que me hizo recuperar la ilusión, los que siempre estuvieron conmigo… la cena de empresa de Navidad