Después de 6 meses de trabajo en remoto para PanZeta SA, había llegado la hora de conocer a mis compañeros en un teambuilding presencial. A quien primero vi fue a Lucía, de Branding. Había rumores de que era la oveja negra de la empresa. Pero no me esperaba que fuera tan literal. La cabeza era la de la persona que yo conocía por Zoom, pero tenía patas de oveja. Y no solo ella, absolutamente todos mis compañeros de PanZeta tenían un tren inferior de animal.
Creía que mis problemas iban a ser los típicos de las desvirtualizaciones; gente más alta, más baja, más cabezona, olores divergentes, alguno con pintas de tener una enfermedad ya erradicada… El poder igualatorio de la webcam. Y resulta que yo era el nuevo, pero también el diferente. Yo, era la cuota. Eso disparó mi síndrome del impostor de golpe.
Nos convocaron en una cafetería. Todos los empleados de PanZeta estaban contentísimos y motivadísimos. Allí nadie daba la mano blandita. Ni siquiera Juan, de External Business, que era medio esponja de mar.
Una vez dimos cuenta de las tostadas de mermelada de melocotón y el café torrefacto, a los nuevos nos convocaron en un briefing para impartirnos un training en el que aprendimos el baile de PanZeta SA. Dos vueltas a la pata coja, triple golpe en el pecho con los puños cerrados y gritar a pleno pulmón PANZETA expulsando la mayor cantidad de saliva posible. Cuando asimilamos los pasos, salimos a la calle y lo hicimos toda la empresa al unísono. Yo fui de las peores interpretaciones. Hasta Raquel, de Nice and Amazing People (antes conocido como Recursos Humanos), con su cola de salmón tenía más gracia que yo.
Después fuimos a las afueras a jugar al paintball. Todos parecían profesionales y, en cambio, yo no sabía ni cuál era el lado de la pistola por el que salían las balas. Lo iba a hacer fatal, así que nada más empezar la partida, me encerré dentro de una torre de neumáticos. Tuve suerte, porque al poco tiempo Ricardo, de Remote Security and Remote Gym, usó sus alas de mariposa para elevarse en el aire y delatar a los que se camuflaban.
Rosaura, de Social Media for middle aged men, dio una coz a mi escondite y decidí que era hora de rendirse. Emergí de los neumáticos haciéndome el héroe y gritando muy fuerte PANZETA para intentar compensar mi poca implicación. Pero fue lamentable. Nada más salir me tropecé con Chema, el profesor de inglés que trabaja como falso autónomo. Estaba en el suelo doliéndose porque en sus ansias de victoria se había roto los dos pies. Menos mal que le quedaban otros 98.
Más tarde, los mismos instructores del paintball nos hicieron una barbacoa. Yo alucinaba porque nadie pensó en Julián, de Accounting for Accountants, que tenía patas de cerdo y estaba comiendo chistorra a dos carrillos. Cuando la comida estaba llegando a su fin, Borja, el CEO, que estaba a mi lado, me dio un par de codazos. Yo no entendía nada. De repente, Mario, de IT, saltó de su silla y vino veloz con sus zancas de liebre, cogió en brazos a Borja y lo llevó hasta el micrófono. Claramente era la hora del speech. Me tenía que haber dado cuenta de que si hubiera ido andando, con sus patitas de oso perezoso, nos habríamos eternizado.
Después, puros, copas y qué viva PanZeta. Había llegado a mi tope de exposición social y me escapé como pude. Además, me estaba jugando el tipo. Marcela, de Legal (antes conocido como Legal), ya había mandado al hospital a uno de los empleados del paintball porque le picó con su cola de escorpión jugando al limbo.
Estábamos en mitad de la nada, pero me fui andando campo a través. Qué bien me hubieran venido unas patas de cabra. Mientras caminaba, reflexioné sobre el hecho de que no me pareciera raro que Mohamed, de Data Engineering, tuviera patas de camello. Sé que es un pensamiento racista, pero la verdad es que Dios ya podía haber esquivado el cliché.