“Tecnotrón”, “telechatear”, “galactómetro“, “autocableamiento”. Todos ellos, términos que usamos a diario constantemente, lugares comunes de la vida de cualquier ciudadano occidental y que, sin embargo, no existían antes de 1969. Aunque parezca mentira, nuestro mundo de hoy, interconectado gracias al protocolo informatizado de transmisión computadora-ordenador (abreviado con la palabra “internet”), es algo relativamente nuevo y que evoluciona de forma imparable, es decir, sin que nada lo pueda “detener”. Resulta fundamental recuperar sus orígenes, el momento del “gran chispazo”, para comprender mejor el modo en el que nos comunicamos, que determina también, en gran medida, quiénes somos y en quiénes nos convertiremos.
The Big Spider Is Born
Fue en la sala de castigo 3420 del edificio de ciencias de la Universidad de California, en Los Ángeles, donde un grupo de científicos aburridos porque no tenían conexión a internet mandó el primer mensaje no presencial telemático computadora-ordenador. Ocurrió un 26 de octubre de 1969 -el único 26 de octubre de aquel año-, cuando Bob Kahn encontró en la disquetera de su ordenador un cederrón con el logo de Navegalia. “Le di a ejecutar y apareció un mensaje preguntando si deseaba configurar una conexión a internet. Le di a aceptar y el resto es historia”, recuerda.
No fue rápido ni sencillo -en palabras de Kahn, fue “difícil”-, pues primero hubo de adivinar los números de los servidores DNS y averiguar también cuál de las ranuras de la parte posterior del ordenador coincidía con el cable correspondiente del cajón de los cables. “En uno de ellos se podía leer la palabra ‘ethernet’, que se parece mucho a ‘internet’, lo cual nos puso sobre la pista y nos permitió conectarnos al módem o lo que fuera hasta que la lucecita roja dejó de parpadear y se puso verde”, explica el científico.
El primer mensaje de la historia enviado a través de la red de redes era simple: “Buenos díaaaaas hijos de putaaa!!!!”. El destinatario era nada menos que otra computadora ubicada en el Stanford Research Institute, a 645 kilómetros al norte. “Nos dejaron en leído dos horas, los cabrones, pensábamos que no había funcionado”, rememora Kahn. Por fortuna, los expertos de la Universidad de California contactaron por teléfono con los compañeros de Stanford: “Odio hacer esto, pero mira, te llamo porque te acabo de poner un mensaje y era para saber si lo habías recibido”. Estas fueron las palabras que permitieron confirmar el nacimiento de internet: un doble check azul que cambiaría a la humanidad para siempre.
Good Morning Everyone, Everywhere
Una vez descubierta la gran ventana de la información pantalla a pantalla, el siguiente paso era implantar el sistema en casa para que lo pudiera usar madre. Hay que recordar que, aunque en nuestros días las aplicaciones de la red de teledatos son muy variadas, el principal objetivo de los científicos que descubrieron internet era entonces aprovechar el hallazgo para que sus madres pudieran desearles los buenos días con un simple mensaje de texto incluso si ellos no estaban en casa. “El mensaje remoto de buenos días iba a flexibilizar los horarios de una forma inimaginable, pues para ir al trabajo no habría que esperar a que madre estuviera despierta. La productividad en las empresas iba a dispararse, como luego efectivamente ocurrió”, explica Kahn. A principios de los setenta, eran apenas unos 3000 los hogares norteamericanos conectados a internet. Tres mil madres acostumbrándose a escribir “K tengas un buen díaaaaa” en un teclado primitivo y ampliando la red de usuarios mediante el boca oreja. Vint Cerf, compañero de Bob Kahn, recuerda que entonces “los que estábamos en internet, los ‘navigators’, nos conocíamos todos por el nombre. Actualmente, harían falta ocho libretas Moleskine escritas por las dos caras para registrar todos los usuarios de internet”.
Fried Chicken King
La irrupción de internet en el ámbito doméstico no solo influyó en los protocolos de comunicación de madre -que ya mandaba recetas y fotografías inspiradoras- sino que permitió que padre se volviera fascista. “Los primeros memes fachas eran burdos, básicamente chistes forzados, pero no tardaron en nacer los bulos que poco a poco se profesionalizaron con los primeros diarios digitales, que acabaron abonando teorías de la conspiración que promovieron la desconfianza en las instituciones y en la propia democracia”, señala Danny Hillis, otro pionero de la red. También los adolescentes de la casa aprendieron a usar internet para sus propios intereses y así nació Napster, la primera aplicación pensada para piratear las canciones de Ramoncín.
Ted Nelson, uno de los mayores críticos de internet, había diseñado a principios de los sesenta un sistema alternativo al actual y conocido como “yoghourt to yoghourt”. Podría describirse como una versión arcaica de internet basada en dos envases de yogur conectados mediante un cordel. La ventaja de este sistema, según Nelson, es que “la comunicación siempre se produce entre dos personas y por tanto se puede rastrear fácilmente la identidad de emisor y receptor siguiendo la trayectoria que une el yoghourt A y el yoghourt B”. El método “yoghourt to yoghourt”, según defiende, nunca habría permitido el auge del fascismo, la violación masiva de la propiedad intelectual de Ramoncín o la exposición pública de aquella joven de un foro femenino que se metió un rotulador permanente por el coño y luego no podía borrar la tinta.
De Montessori a Peppa Pig
Al otro lado de las críticas de Nelson se encuentra el testimonio de Adrien Treuill. Este psicólogo argumenta que, sin el carácter eminentemente colaborativo de internet, la ciencia no habría avanzado como lo ha hecho. “La facilidad con la que hoy en día cualquier persona puede crear y difundir un meme sobre la ansiedad en Twitter, con gatos poniendo caritas o lo que sea, permite que tengamos herramientas para combatir este trastorno que la psicología clínica no habría podido desarrollar en miles de años”, sentencia Treuill. En el mismo sentido, Sebastian Thrun tilda de “revolucionario” el papel de internet en el sector de la educación. “Hoy dejas a un niño con un iPad y aprende solo, Youtube se encarga, el niño encuentra todo lo que necesita saber y mientras tanto tú puedes charlar con tus amigos en la comida sin que te interrumpan”, detalla. Cuando no existía internet, los niños debían recibir explicaciones de un adulto presencialmente, frente a una pantalla llamada pizarra que ni siquiera estaba retroiluminada. Sufrían el impacto en el cogote de granos de arroz disparados a través de un bolígrafo. Y todo esto costaba dinero.
Su tabaco, gracias
Pero no hablamos únicamente de inteligencia colectiva al servicio de la ciencia y el conocimiento. Hablamos también de inteligencia artificial. “Hoy en día, dejas un coche en punto muerto y sin freno de mano en una cuesta y es totalmente autónomo”, declara el ingeniero de automoción Raj Rajkumar. Rajkumar es el responsable de diseño del primer coche conectado a internet, capaz de insultar a otros coches, atropellar y darse a la fuga, pegarse al de delante y hacerle luces para que se aparte al carril de los lentos y preguntarse a medio trayecto si ha dejado el gas encendido en casa, planteándose si no sería mejor volver para comprobarlo.
Aparte de los coches, el futuro de la inteligencia artificial son los dispositivos antropoplásticos automovientes, popularmente conocidos como robots. Pittsburg alberga uno de los mayores centros de desarrollo de robots y fue precisamente en esta fábrica donde nacieron las primeras máquinas de tabaco capaces de dirigirse a un ser humano diciendo “Su tabaco, gracias”. Las primeras interacciones fueron ciertamente chocantes, por la falta de costumbre. Millones de personas, asustadas, dejaron de fumar y otras tantas salían escopeteadas de los bares prometiendo no volver. Las más valientes permanecían frente a la máquina repitiendo “¿Eres una persona o qué eres? ¿Quién te enseñó a hablar? Dime, ¿qué magia negra es esta?”. Pero ha llovido mucho desde entonces. Ahora, los robots ya son capaces de mandarse memes entre ellos, pueden incluso acosarse sexualmente unos a otros y mandar fotografías picantes de sus componentes y se espera que en muy poco tiempo puedan sufrir también sus propios ataques de pánico.
Personas en modo avión
No todos abrazan la deriva de internet. La corriente crítica de Ted Nelson ha calado entre una pequeña parte de la población. Se trata de personas que luchan por vivir fuera del sistema computerizado. Se les puede reconocer fácilmente porque, cuando están en la terraza de un bar, te miran a la cara. “Sufren mucho. Se les cae el móvil al suelo todo el rato, así que tienen que cambiar la pantalla constantemente. Sus dedos son tan gordos que les cuesta escribir en el teclado táctil, y tampoco se aclaran mucho con el corrector automático. Mandan por error correos electrónicos sin texto, SMS ininteligibles escritos al sentarse con el culo aplastando el móvil y además suelen ser carne de cañón de las estafas”, explica Nelson. Estas personas con necesidades especiales no están preparadas para una vida interconectada y muchas de ellas optan por refugiarse en lugares sin cobertura, al margen de la civilización, territorios en modo avión. “Vivo en Murcia desde hace quince años y estoy encantado”, confiesa el propio Nelson, que no tiene problema alguno en definirse como un “discapacitado digital”.
Pero no es fácil huir de la red, pues la red ya no es un dispositivo fácilmente identificable. Gracias al internet de las cosas, todo está conectado, los objetos nos observan, nos espían, se meten dentro de nuestro cerebro y nos dicen cosas horribles sobre Rubén, cosas que nos hacen sentir en peligro y que nos dan fuerzas para actuar, para acabar con él, pues es nuestro deber sobrevivir a toda costa y no, no nos dejaremos aplastar por mucho que las cosas nos observen, por mucho que ellos lo sepan todo, nos controlen y nos consideren “seres marcados” o “mercancía de desguace”. Resistimos, resistiremos… ¿Me oyes, Rubén? Claro que me oyes, pero yo lo sé, yo me preparo. Estoy preparado para lo que tenga que venir.
Frena, Antonio, frena, que nos la pegamos
Los grandes magnates que crecieron gracias a internet tienen ahora la mirada puesta fuera de nuestro planeta, al que consideran agotado. “Lo de Endesa es tremendo”, comenta Elon Musk. Musk está decidido a facilitar la huida a Marte, pues considera que la Tierra no puede seguir contaminándose. “El próximo objetivo es contaminar Marte, aquí ya está todo hecho, no hay más recursos que arruinar”, sentencia este empresario. Visionarios como él, o como Jeff Bezos, miran a las estrellas y sienten la ansiedad de la página en blanco. “Tanto espacio por manchar, tanto terreno edificable… no nos lo podemos permitir”, reflexiona Musk con aire soñador. Tanto él como sus colegas de Silicon Valley creen que es posible fundar una comunidad de gente pobre en Marte de cuya plusvalía poderse apropiar, creando allí un nuevo internet, un nuevo comercio online y reproduciendo los patrones alienantes del capitalismo 2.0 que conduzcan a contextos insostenibles para incentivar una búsqueda constante de lo nuevo, de lo desconocido.
Lo que para unos es un sueño, para otros es sin embargo una pesadilla. “El fin de internet es más que una posibilidad. Y cuando tenga lugar, tendremos que aprender a vivir de nuevo, pues todas las infraestructuras esenciales, la base de nuestro modo de vida, dependen por completo de la red telecomputerizada”. Son palabras de Lucianne Walkowicz, que vaticina que el fin de internet se producirá irremediablemente “cuando hayamos agotado la tarifa de megas”. Mientras esto no suceda, es nuestra tarea seguir atentos a la evolución de este mundo chip-to-chip, velando para que nos depare una vida mejor, a salvo de los grandes peligros.