Con motivo del centenario de Arnor Runnarson, desde la editorial Hijos de Pérez y Arístegui le hicimos llegar como presente un ramo de flores a su domicilio. Lamentablemente, Runnarson no pudo recogerlo debido a que llevaba dieciséis años muerto. Hoy, más de una década después, saldamos la vieja deuda contraída con la publicación de las obras completas del islandés, en una extraordinaria edición anotada a cargo de Pedro Pérez Arístegui, factótum de la casa, catedrático de teoría de la literatura y literatura comparada y contertulio habitual de los debates de ‘Supervivientes’, que firma también el prólogo a los doce volúmenes de novecientas páginas y un recortable que conforman este extraordinario compendio del trabajo de uno de los mejores escritores del norte de Europa.
Prólogo a la siguiente edición
Mi primera toma de contacto con la prosa de Runnarson fue en 1978. Era jueves, o quizás martes. Indudablemente, tuvo que ser algún día de la semana, puesto que iba montado en un autobús. Allí, leyendo el periódico, me topé con una crítica de la última novela del islandés, Realmente no me importa cómo diablos te llames, por favor, devuélveme el cambio, donde la tachaban de «indigesta chifladura obra de un maníaco». Sabedor de la ceguera habitual de los críticos de este país, aquel breve apunte fue suficiente para despertar mi curiosidad, e inmediatamente bajé del autobús dispuesto a hacerme con el libro. Tres semanas después, recuperado de las múltiples contusiones provocadas por haber saltado del vehículo cuando aún estaba en marcha, pude conseguir la obra de Runnarson en mi vieja librería de confianza (El Corte Inglés), y me quedé absolutamente prendado de aquella prosa brusca, dura y sin florituras tales como signos de puntuación o mayúsculas. Desde entonces, mi única obsesión fue hacerme con los derechos de sus libros y poder editarlos en nuestro país, algo que finalmente pude conseguir tras duras negociaciones con su inflexible agente, que demandaba a cambio un apartamento en Torremolinos y un pase gratis para poder visitar el Poble Espanyol de Barcelona cuando le viniera en gana. Pese a sus exigencias y el dispendio económico consecuente, era tal mi necesidad de convertirme en su casa en España que accedí, lo que me llevó a tener que cerrar otras exitosas líneas de mi modesta editorial, como Amigos de la papiroflexia y Gane millones con la quiniela hípica.
Antes de continuar con mi relato de aquellos días febriles, creo que el lector agradecerá una breve semblanza biográfica del genio del país de los volcanes, así que eso es lo que voy a realizar a continuación.
Arnor Runnarson nació en Grundarfjörður, un pequeño pueblo al este de Islandia, en 1910. Hijo de un pescador y de una jugadora de bolos profesional, su infancia estuvo marcada por la súbita muerte de su padre, tras desayunar doce kilos de arenque en salazón (Runnarson recordó siempre con un escalofrío sus últimas palabras, “tráeme algo de mantequilla para bajar esto, Arni, por favor”). El pequeño Runnarson demostró muy pronto sus dotes de escritor, y comenzó a ganar certámenes de poesía por toda la región, lo que le valió obtener una beca para estudiar en un prestigioso internado de Reikiavik. Sin embargo, chocó frontalmente contra las rígidas normas de la institución, y su poema satírico Tal vez tres huevos duros (escrito con un buril en la calva del director del colegio), le valió la expulsión inmediata. Años más tarde pudo completar su educación, gracias a un falsificador noruego que le facilitó un título homologado a cambio de diez onzas de tabaco y un par de mitones, y encontró trabajo en un periódico deportivo de la capital islandesa, realizando las crónicas de la caza de ballenas. Runnarson consiguió ahorrar bastante dinero, gracias una dieta estricta consistente en chupar limo de las piedras, y emprendió un largo viaje para cumplir un viejo sueño, conocer, según sus propias palabras de aquella época, “aquel paraíso utópico de libertad que se estaba forjando en el corazón de la vieja Europa, la Alemania nacionalsocialista”. Este episodio le acarreó numerosos problemas a lo largo de toda su vida, aunque siempre se disculpó alegando que “en realidad, lo que quería era calzarme un par de esas fabulosas botas”. Sea como fuere, es cierto que nuestro hombre huyó de Alemania antes de que estallara la guerra por motivos no del todo aclarados (se especula con una deuda contraída tras apostar miles de marcos a que el bigote de Hitler era postizo), y decidió entonces luchar con todas sus fuerzas contra la opresión nazi, por lo que se instaló en los Alpes suizos.
En Suiza, Runnarson comienza a construir su monumento literario. Instalado en una pequeña cabaña a los pies del Monte Leone, sin más distracción que el ulular del viento y las ocasionales amenazas de muerte de su casero por algún que otro retraso en el pago del alquiler, el islandés escribe su primera novela, El triunfo del rábano, monumental advertencia de los peligros de la guerra protagonizada por dos ensaladas nizardas. El libro se publica en EE.UU. gracias a una editorial especializada en la impresión de cartas de restaurantes, y se convierte en un éxito inmediato. Una vez acabada la guerra, Runnarson viaja a Nueva York para reunirse con sus editores, que le encargan una segunda parte que no termina de concretarse debido a diferencias creativas (se negó a que se incluyeran salchichas en el elenco protagonista). Pese al fiasco, se instala en un hotel de Manhattan y colabora con diversos medios locales, realizando punzante crítica cinematográfica (otra de sus grandes pasiones, aunque solo escribiría sobre películas protagonizadas por Esther Williams). Su periplo norteamericano se ve bruscamente interrumpido cuando el F.B.I. le pone en busca y captura tras su participación en el amaño de apuestas ilegales en concursos infantiles de belleza, lo que provoca su abrupta salida del país.
De nuevo en Europa, Runnarson recala en París, gracias a la oferta de trabajo de un viejo amigo de sus días suizos. La estabilidad y la flexibilidad laboral que le proporcionó su nuevo puesto como vendedor de perlas cultivadas a domicilio fue el empuje necesario para que nuestro escritor se dedicara en cuerpo y alma a su obra. En la Ciudad de la Luz, Runnarson escribiría la mayor parte de sus obras maestras: Mejor sería que te peinaras de una vez (1955), El dragón y el zapato (1955), Nunca es tarde si no llevas reloj (1955) y la sensacional Diecisiete formas de cocer un huevo (1962), un ejemplificante retrato moral de la Europa de posguerra a través de los ojos de un perplejo niño de diez años, calvo y con 86 kilos de peso.
Y aquí tocaría relatar mi irrupción en la vida del bueno de Arnor, al que pude llamar amigo durante tantos y tantos años, aunque solo nos viéramos en persona diez minutos en una pollería de Vinaroz e insistiera en dirigirse a mí como “el mostrenco ese”. Nuestra relación fue muy fructífera y pude publicar el resto de su trabajo en la lengua de Cervantes, si bien con moderado éxito (unos trece ejemplares vendidos en total de las cuarenta y cuatro novelas que aparecieron en nuestro país con mi editorial). Algo que nunca enturbiará mi admiración hacia este coloso de la literatura, un escritor preocupado por el tiempo que le tocó vivir, capaz de diseccionar la raíz del alma humana con una maestría que muy pocos siquiera han rozado. Sin más, les dejo con este primer volumen de sus Obras Completas, que espero que disfruten leyéndolo tanto como yo publicándolo.
Y por favor, no lo devuelvan a la librería.
Pedro Pérez Arístegui, Albacete, 2022
Por favor, quisiera encargar 10 ejemplares, creo que la calidad y el peso de este primer volumen serían perfectos para calzar unas exquisitas mesitas turcas de café, que compré en el Carrefour. gracias
Cuando fuí de turismo invernal a su tierra natal, pude observar que el gris y el blanco eran los únicos colores admitidos en el aeropuerto. Tuve que comprarme ropa nueva en el dutty free. Y no digamos lo maravillada que quedé de su extensa carta de sopas calentitas….hacerme una sopa en diez minutos ya no es un secreto para mi. Gracias por acercarnos a su literatura.