No os fiéis nunca de los cruceros, contraté un pasaje muy barato para hacer una travesía en el barco Surimi Factory Hai Cheng y han sido las peores vacaciones de mi vida.
Como sabéis, me considero un viajero y no un turista. Nada tiene que ver una cosa con la otra. Un viajero es una persona de talante audaz, que viste elegantes sombreros de explorador y descubre ciudades perdidas. Un turista, por el contrario, es básicamente una persona en chanclas y con el pelo lleno de trenzas porque había una persona haciendo trenzas por 5 euros en el paseo marítimo y pensó «sí, ahora soy una persona que lleva trenzas, ya verás qué cara ponen en la oficina» y luego se quita las trenzas en cuanto vuelve a casa porque se da cuenta de que está haciendo el ridículo.
Es por eso que cuando busco opciones vacacionales intento dar con experiencias auténticas que vayan más allá del abecé básico al que aspiran las personas vulgares y sin imaginación. Hace un tiempo, una buena mañana de lunes, estaba hojeando el diario y leí un artículo de investigación titulado «¡Tus vacaciones en el mar! ¡Cruceros para todos!». A ver, quizá no era tanto una pieza periodística como un anuncio, pero dejaba bien claro que atravesar el océano en grandes barcos es el plan vacacional perfecto para las personas intrépidas y con espíritu aventurero como yo.
Sería falso decir que soy un marino experimentado, pero sí es cierto desde chiquitín me ha gustado mucho todo lo relacionado con el el mar. De hecho, siempre que he ido a bañarme he tragado abundantes cantidades de agua. Y una vez maté (atropellándolo) a un bogavante. Si eso no es ser un auténtico lobo de mar…
Estaba decidido: este verano, crucero.
Me terminé mi Cacaolat con tres sobres de azúcar, me fui directo a casa, empaqueté cuatro cosas y me dirigí al aeropuerto con la intención de embarcarme en el primer crucero que viera. Y una vez allí me dijeron (con muy malas maneras) que donde tenía que ir es al puerto a secas.
120 euros de taxi más tarde, ya en el puerto, me di cuenta de que hacía mucho frío porque era febrero y decidí esperar hasta agosto, que es cuando estoy de vacaciones.
Durante estos meses de espera estuve mirando precios. La mayoría de cruceros son una estafa porque tienen unos precios desorbitados y cuesaton como 600 o 1000 euros, un dinero solo al alcance de dos o tres personas en todo el mundo. Finalmente y tras mucho buscar encontré un anuncio en el que ponía «Se busca tripulación. Sueldo: 400 euros al mes. No se requiere experiencia. Presentarse el 24 de julio en el puerto». Ah amigo, cobrar 400 euros al mes sí que está a mi alcance. Soy un crack buscacndo ofertas. Hay que ser primo para pagar por un crucero pudiendo hacer lo contrario, ganar dinero.
Las semanas antes de embarcar preparé viaje a conciencia: vi la película Titanic por lo menos dos veces. Aunque me quedé dormido a los 40 minutos en ambos visionados, me quedó claro que los barcos son uno de los medios de transportes más seguros del mundo. Y ojo, también muy placenteros porque es muy fácil conocer a personas encerradas en matrimonios infelices y dispuestas a mantener un tórrido romance contigo o a desnudarse para que las pintes.
También preparé mi equipo con esmero y fui a una tienda especializada en náutica llamada Souvenirs Barcelona Turbo. Allí compré una ballena hinchable que me pareció mucho más segura que los flotadores. ¿Cuántos peces hay con forma de rosquilla? Muy pocos. En cambio peces con forma de ballena hay un montón, como por ejemplo las ballenas. Y me fío más de cientos de años de evolución que de los ingenieros del Decathlon.
Para ser un crucero el «Surimi Factory Hai Cheng» me pareció muy sobrio: estaba todo sucio y oxidado y en la cubierta no había piscinas con toboganes sino redes de pesca. Pero eso me gustó, porque me pareció auténtico. Y cuando uno viaja lo importante es vivir cosas au-tént-ti-cas.
La primera noche que pasé en el crucero me di cuenta de que el resto de los tripulantes no me respetaban. Cada vez que me quedaba dormido me tiraban por la borda, a modo de novatada.
Una cosa muy mala del mar es la humedad. Es primera noche me costó mucho dormir por ese motivo. «Hoy hay mucha humedad en el barco, mucha. Es una cosa insoportable», me dije. Y entonces me di cuenta de que me habían tirado por la borda otra vez.
Quise gritar «hombre al aguaaaaa», pero siendo yo el hombre del agua en cuestión, se me antojó un poco extraño hablar de mí en tercera persona. Gritar «socorro» me pareció poco marino y no quise ofender al resto de marineros gritando cosas que no correspondían con el ambiente náutico. Al final grité «yo al agua, yo al agua» y ya está. No debí hacerme entender muy bien porque pude ver a todos los tripulantes, incluido al señor Cheng, el capitán, señalándome con el dedo, haciendo fotos y riéndose.
Tardaron tanto en lanzarme un flotador, probablemente porque estaban hinchándolo en esos momentos, que me agarré yo mismo a la quilla del barco, lleno de percebes. «Jaja, qué tontos. Voy a arrancarlos del barco y a metérmlos todos en los bolsillos. Con lo caros que van, me saco por lo menos 35 euros. Además, apenas saben a alquitrán», me dije.
Mi perseverancia hizo que para la segunda noche ya me hubiera ganado su confianza, pues me ascendieron a encargado del ancla. Me ataron a ella y la arrojaron por la borda para que supervisara que todo funcionara correctamente. ¡Y vaya si lo hizo! ¡No veas a qué velocidad se hundió en las profundidades del océano! Una vez en el fondo me desaté y subí escalando por la cadena.
—Todo OK compañeros, el ancla funciona perfectamente, dije escupiendo un montón de algas.
Y ellos, mis compañeros, gritaron «maldición, maldición» que es la forma que tienen en el mar, creo, de alegrarse por algo.
Siendo yo de Barcelona pensaba que los cruceros paraban en destinos vacacionales intersantes, como Roma, Suiza o Eurodisney, pero a los pocos días de travesía todvía no habíamos hecho ninguna parada. Cada vez que le sacaba el tema a la tripulación me golpeaban con un palo. La turismofobia está llegando a unos límites que…
A ver, no todo era malo. El camarote estaba bastante bien. Era amplio y espacioso. Mucho más grande de lo que podía imaginar. Es del tamaño de un gimnasio de pueblo. Y huele igual, además. Además, me parece divertido que toda la tripulación duerma junta, en hamacas y camastros.
Lo que no entiendo es por que yo siempre me quedo sin sitio y tengo que dormir en un barril en el suelo, que encima está al lado del baño. De hecho, no es que esté al lado, es que el baño es el propio barril, pero al menos está calentito.
Si bien del camarote no tengo muchas quejas, de la comida sí. Estoy comiendo fatal. Es el peor bufé que he visto. Siempre dicen que en los cruceros puedes comer un montón de gambas (me traje fiambreras para poder coger cada día muchas y que me sobraran para poder llevármelas luego a Barcelona y congelarlas para navidad) pero aquí solo hay arroz hervido. Si me quejo, me golpean con un palo.
Cada día me acerco a la cola de la cantina con la lata vieja que uso como bandeja esperando que haya nuevas recetas y cada día me estampan un cucharón del miso mejunje. Y encima me toca fregar los platos de toda la tripulación. Si no lo hago, me golpean con un palo.
Creo que lo de golpearme con un palo es algo típico del mundo marino y por tanto no quise cuestionarlo, aunque empezó a resultar molesto.
Como en cualquier crucero, el programa de actividades también está muy esmerado y en el «Surimi Factory Hai Cheng» no dejan que te aburras. De hecho, si te ven sin hacer nada, te pegan con un palo. La actividad principal consiste básicamente en pescar relajadamente en la cubierta: echar las redes, recogerlas, separar todo el pescado, destriparlo y meterlo en las neveras de la bodega, donde se convierten en palitos de cangrejo (aunque apenas hay cangrejo). Cuando no estoy pescando, estoy jugando a cricket. Son partidas muy informales y no hay ni árbitros ni puntuación. Ni equipos. De hecho juego yo solo. Nunca antes había jugado a cricket y lo cierto es que se parece muchísimo a fregar el suelo.
Un día el capitán organizó una noche de casino. Básicamente consistía en Lee y El Bozas, el cocinero y un tipo de las calderas, jugando a la ruleta rusa en uno de los camarotes. Yo hubiera preferido a la ruleta normal, pero lo importante es, como digo, que en un crucero nunca te aburres y siempre están intentando distraerte. Tanto es así que cuando me vieron aparecer por el casino dejaron de jugar a la ruleta rusa ellos y me obligaron a jugar a mí a solas. Metieron una bala en el tambor de la pistola, la hicieron girar y me obligaron a dispararme cinco veces en la sien mientras ellos apostaban dinero y gritaban.
A las pocas semanas de travesía el viaje se volvió algo intenso. El señor Hai Cheng se obsesionó con una sepia gigante que vio desde la cubierta del barco y nos obligó a perseguirla durante días. Perdió completamente la cabeza y podías oírle susurrar incoherencias sobre la sepia a todas horas. Que si va a hacer sepia con patatas, que si va a hacer chocos rebozados, que si menuda paella va a cocinar con la enorme sepiota que quiere capturar.
El problema es que las sepias son maestras del cauflaje y resulta imposible pescarlas. De hecho la maldita sepia pasó tres días con nosotros haciéndose pasar por un inspector de seguros polaco y no nos dimos cuenta ninguno. Es una alimañana muy astuta.
¡Cuántas aventuras hemos vivido en alta mar! El otro día el capitán casó a dos miembros de la tripulación solo por distraerse. Ellos ni se enteraron porque estaban durmiendo, pero ahora son un matrimonio. Aunque no hay ningún tipo de relación sentimental entre ellos, desde que les dijimos que estaban casados han estado bastante a la altura y se pasan el día dscutiendo sobre dónde pasarán la Nochebuena.
Ahora echo la vista atrás y me doy cuenta del enorme error que fue no ir de vacaciones con mi mujer al apartamento de mi cuñada en Vilanova i la Geltrú. Aunque debo reconocer que finalmente el vínculo que hs entido con la tripulación del Surimi Factory Hai Cheng ha sido mayor que el que he sentido jamás por ningún otro grupo de hombres. ¡Cómo me costó comerme sus cadáveres tras el naufragio cuando supe que eran mi única oportunidad de sobrevivir! ¡Cómo gritaron cuando les aticé con los remos!
Por lo pronto, solo me queda confiar en que esta breve misiva escrita sobre un trozo de mi propia piel que creo que no voy a necesitar y que metré en una botella que lanzaré al agua llegue a alguien que pueda apiadarse de mí y venir a rescatarme a esta maldita isla, en la que llevo ya dos horas. ¡Las peores dos horas de mi vida, así os lo digo!
No tiene mucha pérdida, estoy en una isla rodeada de agua, justo debajo de una palmera y de una nube que recuerda vagamente al káiser Guillermo.
Kike.
Publicado originalmente en La Newsletter de la Redacción de El Mundo Today.