Es 2 de enero de 2023. Son las 9 y algo, y entro en la oficina. Me gustaría empezar con una reflexión bonita y emocionalmente intensa sobre lo que siento, pero la verdad es que no siento nada. Llego a mi mesa y un compañero me dice: «¡Feliz año nuevo!». Le contesto: «Igualmente, igualmente».
9 de enero. Llego con el tiempo justo para hacerme un café y sentarme en mi mesa. Una compañera me asalta en la cocina: «¡Feliz año nuevo!». Le contesto: «Igualmente, igualmente». Esa semana sucede lo mismo con otros tres compañeros que también pillaron vacaciones en reyes. Todo es fruto del reencuentro y la fruta es un higo chumbo.
16 de enero. Subo en el ascensor. Saludo a mi vecino, sonrío y pulso en el número 4. Silencio. Bajo del ascensor mientras digo: «Adiós, ¡Feliz año nuevo!».
Entonces me doy cuenta. Todos estamos programados y hay un error en las líneas del código; lo que los programadores llaman bug. Un ‘¡Feliz año nuevo!’ que el sistema de la vida no puede interpretar.
26 de enero. Reunión con mi departamento. Llego tarde: «Buenos días y feliz año nuevo». Mi compañero: «Oye, ¿Hasta cuándo…». Ya está. Me han descubierto. He sido demasiado descarado. Hasta aquí he llegado. Mi compañero insiste: «¿Hasta cuándo tenemos para enviar el presu?». Qué alivio. Esto ha sido un aviso. Debo mejorar mi técnica o no perduraré mucho más.
16 de febrero. Se incorpora una compañera que estaba de baja por maternidad. Uso la estrategia del caballo de Troya: «Buenos días. Feliz año nuevo. ¿Cómo estás?». Me contesta de forma esperada y continuamos la conversación.
No sé hasta cuando voy a poder sostener esto. Es como un trapecista en la cuerda floja. Como un avión de papel en el aire. Como una mucosidad que se aposenta en tu garganta y cambia tu voz y en vez de carraspear, decides no tragar y mantener esa voz mutada ahí, hasta que desaparezca por sí misma.
8 de mayo. Conversación telefónica de 2 minutos con Isabel de la compañía distribuidora de gas. Me despido: «No, gracias. Buen día y feliz año». Cuelgo. Nunca falla. Me encanta cuando me llama un teleoperador.
23 de junio. Parking en L’Eixample, Valencia. Técnica del atracador. No se abre la barrera, así que pulso el botón de asistencia. Un teleoperador contesta a través del pequeño altavoz: «Le abro manualmente». La barrera sube. Contesto: «Gracias. Feliz año nuevo». Piso el acelerador y huyo.
18 de julio. De visita en casa de mi abuelo. El hombre está viendo la ruleta de la fortuna en la televisión. Le miro desde la puerta y me despido: «Yayo». No me oye, así que subo el volumen: «¡Yayo! ¡Qué marcho ya! ¡Nos vemos el viernes!». Se gira, asiente con una sonrisa y vuelve a la ruleta. No puedo evitarlo. Bajo el volumen y suelto: «Feliz año nuevo». Salgo de allí con una sonrisa de oreja a oreja.
Es cierto que hay personas que solo quieren ver arder el mundo, y yo soy una de ellas.
18 de septiembre. Máquinas recreativas Ozone, Toledo. Técnica Neverland. Termina la partida y mis dos sobrinos me miran con ojos de corderito: «¿Otra tío? ¿Otra?». Respondo: «Venga, pero solo por ser año nuevo». Se miran y asienten eufóricos. Meto un euro en la máquina mientras grito: «¡Feliz año nuevo!»
31 de octubre. Carretera N-340. Control policial. Me detengo y bajo la ventanilla. El agente me dice: «Buenas noches». Le contesto: «Buenas noches. Feliz año». Sigue la típica conversación de un control de alcoholemia. Tras dar negativo cuatro veces continúo mi camino. Sonrío. Soy un mago. Nada por aquí, nada por allá. Feliz año, imbécil.
29 de diciembre. Frutería Gil, Madrid. Me hacen entrega de una bolsa con fruta. Miro las uvas dentro de la bolsa y sonrío. Me despido del dependiente: «¡Feliz año nuevo!». Me responde «¡Feliz año nuevo!». Ya está. Lo he conseguido. Si esto fuera el parchís, he llegado al pasillo final en el que estás a salvo y solo quedan unas pocas casillas.
Es 2 de enero de 2024. Son las 08.45 AM y entro en la oficina. Hoy es un gran día y la vida es maravillosa. Hoy finalizo mi gran obra. Hoy cierro un ciclo. Hoy no tengo miedo. Me siento en mi mesa, cruzo las piernas y espero mirando hacia la puerta mientras doy un sorbo al café. Llega el primer compañero. Es mi momento: «¡FELIZ AÑO NUEVO!». Me contesta: «Igualmente, igualmente.». Él no lo sabe, pero le acabo de felicitar 2023.