— Emergencias 112, dígame.
— Hola, he tenido un accidente con el coche y me he quedado atrapado dentro.
— Facilíteme su nombre, lugar del accidente y su estado, por favor.
— Me llamo Rubén Lomas y estoy en la 506, la carretera a Fuenlabrada. No sé el kilómetro, dejé atrás Arroyomolinos hace como unos cinco minutos.
— ¿Está usted herido?
— Eh… sí, a ver, la puerta se ha deformado y tengo… tengo algo clavado en la pierna que no me deja moverme.
— En la pierna… ¿a qué altura de la pierna?
— Pues… bastante arriba, casi en la ingle. Me duele bastante.
— ¿Estás solo?
— Sí, iba solo y me he salido de la carretera y he chocado contra una especie de valla.
— Rubén, ¿te atreverías a bajarte los pantalones?
— ¿Los pantalones? ¿No es mejor que venga la ambulancia o los bomberos y que me saquen?
— Vas muy rápido. Antes de la ambulancia, Rubén, me gustaría que te palparas un poco para saber a qué nos enfrentamos, ¿de acuerdo? ¿Llevas cinturón?
— Me lo he quitado después del golpe.
— Me refiero a los pantalones, Rubén. ¿Llevan cinturón?
— Sí, pero no entiendo…
— Desabróchate el cinturón.
— Eh… bueno. Ya está. Estoy sangrando bastante.
— Bueno, tranquilo. Vamos a hacer lo posible para que la sangre se acumule donde nos interesa, ¿de acuerdo, Rubén? Vas a tener que presionar un poco donde yo te diga.
— Está saliendo bastante humo de delante de…
— ¿Tienes calor, Rubén?
— No sé, no…
— ¿Podrías desabrocharte los pantalones para liberar un poco la presión en esa zona?
— Bueno, aunque me duele mucho justo aquí.
— Poco a poco, no tengas prisa. Baja la cremallera lentamente.
— Tienen botones.
— Pues los botones, uno a uno, ¿de acuerdo?
— ¿Está llegando la ambulancia?
— Los botones, Rubén. ¿Cómo van esos botones?
— Bien, ya los he desabrochado.
— Eres un campeón. Y dime, Rubén, ¿llevas ropa interior? ¿Calzoncillos boxer, slip…?
— ¿Por qué…?
— Rubén, necesito que me contestes rápidamente. Confía en mí.
— Son boxers…
— ¿Color?
— Es que de verdad que no sé qué…
— Rubén, necesito respuestas concisas y claras, por favor. Tienes que dejar que te ayude, ¿de acuerdo?
— Son rojos.
— Anda, esto es interesante.
— ¿Qué pasa? ¿Por qué?
— Porque yo también llevo braguitas de ese color ahora mismo, ¿sabes? ¿Crees que tenemos más cosas en común?
— Oiga, voy a colgar porque…
— Rubén, escúchame bien. Estás tirado en una cuneta, desangrándote, y pretendes colgar al 112. ¿Quieres morirte, Rubén?
— No, pero es que no… No sé qué pasa…
— Rubén, por favor, no llores. Las manos te responden bien, ¿verdad? ¿Rubén? Las manos, Rubén. ¿Puedes moverlas?
— Sí, puedo. Es la pierna izquierda la que está muy mal, con una barra de hierro o algo.
— Necesito que uses tus manos para sacarte la polla.
— ¿Qué? No, no.
— Rubén, no seas hijo de puta conmigo, ¿vale? Te estás desangrando y estoy intentando ayudarte. ¿Entiendes lo que te digo? ¿Quieres morir como un perro en mitad de una carretera en el quinto coño o qué te pasa?
— Es que no sé por qué tengo que hacer todo eso.
— Ya lo sé, cariño, pero me tienes que hacer caso. Tienes una herida profunda en la pierna y necesito que te portes bien conmigo. Mira, vamos a hacer una cosa: yo me voy a bajar los pantalones y las bragas también, ¿te parece? ¿Te ayuda si lo hacemos juntos?
— Está ardiendo el motor, tengo que salir de aquí, por favor, mandad a alguien ya.
— Uf, qué calor debe de estar haciendo aquí dentro del coche, ¿verdad?
— Sí, mucho calor.
— Quiero tu polla fuera ya, Rubén. Vamos, estás solo, estamos solos tú y yo, Rubén.
— Por favor, necesito que mandes una ambulancia.
— Te prometo, Rubén, que yo te mando una puta ambulancia si haces lo que te digo. Sácate la polla y yo activo el protocolo de rescate inmediatamente. Vamos, que no hay tiempo, cielo.
— Bueno.
— ¿Tienes la polla en la mano?
— Sí.
— Quiero que me lo digas. Quiero oírte decir que tienes la polla en la mano para mí.
— Tengo la… polla en la mano.
— “Para ti”. Dilo.
— Tengo la polla en la mano para ti.
— Eres un cielo, sigue así y verás que todo sale bien. Ahora necesito que te mojes dos deditos con saliva y hagas circulitos en la punta de tu polla.
— ¿Esto es el 112?
— Rubén, no vamos a volver al principio, que te estás muriendo. ¿No te llega la sangre al cerebro o qué cojones te pasa?
— Vale, vale. Ya lo estoy haciendo.
— Mmmm… seguro que se está poniendo durita ya. Rubén, estoy a cien, ¿sabes?
— La ambulancia, por favor.
— Ufff, cariño, ahora necesito que te la agarres muy fuerte, que la pongas dura como esa barra de hierro y te la sacudas para mí.
— Por favor, ayúdame…
— Sí, mmmm, cariño, claro que te ayudo. Tú fóllame más, más, más rápido, mmmm, sacúdela… Cáscatela con las dos manos ahora, ¿vale? ¿Me oyes, Rubén?
— Ah, ah…
— Ufff, mmmm…
— No puedo…
— Sí, sí, sí, vamos, vamos, más, más rápido…
— Me estoy…
— Yo también, yo también, cariño, sí, oh… Ufff… Rubén… ¿Rubén? ¿Estás ahí, cielo? ¿Te corriste? ¿Rubén? ¿Colgaste ya, cabrón? Joder, macho. Su puta madre.