La Tierra a juicio.

Valencia, 13 de marzo de 2025. La gente está harta, su salario no les permite tener una vida digna y deciden salir a la calle. Unos nazis aprovechan la manifestación para ir a la contra. La tensión se rompe cuando uno asalta a un manifestante. El hombre se defiende y la policía actúa. Dos policías se echan encima del agredido y lo tumban, tratando de reducirlo en el suelo. El hombre lucha por zafarse y en el caos del momento uno de los policías le hinca la tibia en el cuello, no cede hasta que ha dejado de moverse. Retiran su cuerpo y tratan de llevarlo hasta una ambulancia, pero la tensión ha explotado. Los manifestantes se echan encima de la policía, que se abre paso a porrazos. Llevan el cuerpo del hombre hasta la ambulancia. El operativo médico confirma que lo han matado de asfixia.

La noticia se hace eco y todo el mundo se escandaliza, las personas salen a la calle. El mecanismo mediático entra en marcha. Francisco, el muchacho fallecido de treinta y dos años pasa a ser un joven agresivo que jugaba a videojuegos. Se buscan los ángulos más deprimentes para enseñar los alrededores de su casa y se emiten en horario de máxima audiencia. Un plano general de una calle sucia, una ventana con barrotes de hierro y un descampado lleno de coches de gama baja. El policía ha sido suspendido de trabajo y sueldo. El presidente del gobierno sale a mandar su apoyo a los familiares. Y todo esto es suficiente para que la gente de por cerrado el asunto.

La familia decide denunciar, exige una indemnización y un cambio sistemático en el organismo policial Español. Por aquí ya sí que no pasan. ¿Cómo que cambiar algo para que no vuelva a ocurrir? ¿Estamos locos? No, no, por ahí no. A la policía se la respeta. El comisario hace un par de llamadas y contacta con el fiscal Ordoñez, una rata bípeda de dedos alargados y de aliento con olor a menta.

Llega el día del juicio y el abogado de la defensa expone su punto de vista del caso. Varios manifestantes salen a declarar y en su tribuna el juez hace como que escucha. El juez se separa uno de los huevos, que se le ha quedado pegado piel con piel a la pierna, que con la toga y el calor del veranito suele pasar. Su madre le dice que se ponga ropa interior, que cualquier día viene una ráfaga de viento y le van a ver el culo. Pero un juez corrupto de cincuenta y dos años no ha llegado hasta dónde está escuchando a su madre.

Le toca al fiscal. Abre su maletín y saca una manzana. Se acerca al jurado manzana en mano y extiende el brazo. Cuando tiene la atención de todos sus miembros la abre, dejando que la manzana se estampe contra el suelo. El fiscal hace uso de su poca vergüenza y comienza a argumentar que parte de la culpa del asesinato es de la fuerza de gravedad. De no ser por la gravedad, la víctima nunca hubiese caído contra el suelo y el peso de los agentes hubiese sido mucho menor. 

Además, el fiscal destaca que el resto de la culpa recae sobre la dureza del pavimento. Los materiales del suelo aplicaron una resistencia mortal a la inofensiva pierna del agente, que sólo hacía su trabajo. Destaca como un error en la organización que la manifestación no se realizase en la playa, con sus dunas mullidas y su agua mediterránea de propiedades sanadoras. Quizás la salinidad del aire le hubiese ayudado a respirar con más facilidad al manifestante.

La familia entra en cólera al escuchar las palabras del fiscal y son expulsados por el juez. La prensa tiene prohibida la entrada.

El jurado se retira a evaluar y sería correcto decir que el que haya sido elegido a dedo y sobornado podría ayudar a inclinar su opinión. El jurado falla a favor de la defensa y el juez determina que el culpable no es otro que el planeta Tierra. Condena al planeta a pagar una suma de tres mil millones de euros a la policía, por difamación y calumnias. 

Podría considerarse estúpido cobrarle nada a la Tierra debido a que se trata de un organismo muy superior a las especulaciones humanas y a que no tiene tarjeta de crédito. Sin embargo, la condena se transforma en un permiso de extracción de petróleo en Ruanda para una empresa a nombre de Florentino Pérez.

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Aria Shahryari
Aria Shahryari
Cómico de stand up. Escritor sin lectores. Andaluz-Iraní criado en Valencia. Una mezcla de raíces que ni el vertedero de un dentista.

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