Hace unas semanas estuve en un rodaje. Fui yo mismo quien accedió a ir porque mi amigo Perelló también aparecerá en la película y me pareció bello que saliéramos los dos aunque no coincidiéramos en la grabación. De hecho él aún no ha venido a grabar sino que lo hará en unos días. El rodaje se va a prolongar varias semanas porque es una película importante y grande. No se estrenará hasta de aquí a dos años. ¡Dos años! Yo a veces cocino cochinita pibil para demostrarme que soy capaz de pensar a largo plazo, ser previsor y estar preparado para recibir visitas y darles de comer y acabo gastándolo a los dos días y a solas porque pienso que ya lleva demasiado tiempo ahí a lo tonto e igualmente seguro que no me ha quedado tan bien como para compartirlo con gente. Así que para mí dos años es un período tan largo que te da tiempo a morir varias veces, a cambiarte de sexo o a hacerte fascista de plena convicción, por decir algo.
Digo que accedí a ir al rodaje por la belleza de la situación. Es decir, mi elección fue una frivolidad gratuita, una guinda, un lujo, un bombón que te comes sin hambre. Por lo tanto, cuando me llegó la citación y vi las palabras “Sabadell” y “7:00 de la mañana” pensé que la belleza tenía un precio: el precio de tener que estar a las siete de la mañana en una ciudad como Sabadell, en las afueras, lejos. “Lejos de donde tú estás”, dirán los de Sabadell. Pues no, Sabadell está lejos hasta del propio Sabadell. La gente allí vive como sintiéndose apartada de no saben el qué.
Yo aprecio la belleza y los caprichos del destino (ser citado a la misma película que mi amigo Biel) como el que más, pero hasta cierto punto. Y el punto en concreto es el concepto “siete de la mañana en Sabadell”. Es decir, no hablamos de levantarse a las siete de la mañana, algo ya de por sí poco decoroso, hablamos de estar ya en Sabadell a esa hora. Y sólo se me ocurre una cosa peor que estar a las siete de la mañana en Sabadell: salir a las cinco y media de la mañana desde tu casa con el único objetivo de dirigirte a Sabadell, un sitio que no parecería más atractivo ni aunque te estuvieras muriendo de sed en el desierto de Mojave.
En fin, yo no sabía todo esto cuando accedí a ir al castin. De ser así habría truncado mi carrera en el mundo del cine mucho antes.
El castin
He tenido que buscar en la RAE cómo se escribe ‘cásting’. Yo lo escribiría así: ‘cásting’. Le pondría la tilde y la g, pero a la RAE no le gustan los anglicismos así que lo ha castellanizado como ‘castin’. Pues muy bien, estuve en un castin. En mi vida se me habría ocurrido acudir por decisión propia a un castin pero es que me llamaron. Me dijeron que tenía que hacer de Batman y hacer de Batman no es algo que uno pueda rechazar a la ligera.
Yo, por respeto, avisé que no soy actor y que hay registros que no sé interpretar. Controlo muy bien las sutilezas de diversas emociones como el pasmo, la tristeza y el dar o sentir asco pero no se me da bien expresar ira, mostrarme alegre, saltar o dar palmas. Todas estas cosas requieren de cierta energía y yo no tengo energía. Puedo andar durante horas o trabajar en horarios propios del siglo XIX sin mostrar fatiga, pero eso no significa que vaya a mostrarme enérgico. Una vez unos alumnos de un taller de escritura me evaluaron y todos coincidieron en que era “muy divertido” y muy “poco enérgico”. Me parece una proeza conseguir estar entre esas dos aguas.
“Es en las Ramblas. Te vienes y nos divertimos un poco. Sin presión”.
Las Ramblas está a cinco minutos de mi casa así que pensé que no podía perder mucho y dado que quien me había llamado era la amiga de un amigo de otro amigo me quitaba de encima el compromiso. En realidad el compromiso era más bien leve pero la chica que me llamó por teléfono fue muy amable y muy simpática y me hablaba como si me conociera de toda la vida.
Hubo un psicólogo que hizo algunos experimentos para explicar cómo era posible que cientos de ciudadanos colaboraran con la Solución Final nazi y llegó a la conclusión de que la amabilidad y la educación son un factor determinante para conseguir que alguien haga lo que quieras. Si te piden algo bien, con el tono de voz adecuado, pueden hacer que hagas cosas que jamás hubieras imaginado. Por eso yo prefiero comunicarme por escrito. Estoy seguro de que el Holocausto hubiera ido mucho mejor si todas esas infames órdenes se hubieran dado por whatsapp porque la gente puede decir ‘eh, alto ahí’ sin miedo a hacer el feo.
Sea como fuere, yo dije que sí y fui al castin.
En su momento me pareció justo hacerlo. Cuando eres un niño y te dejas comida en el plato tu madre te recuerda que hay niños en África que pasan hambre. Y si eres adulto y te llaman para hacer una prueba para una película tienes que recordar que hay camareros en Los Ángeles que matarían por una llamada de teléfono como la que yo estaba teniendo así que coges y vas al castin porque no está el mundo como para ir despreciando según qué cosas. Las individualidades hay que dejarlas de lado.
“¿Vienes al castin? Planta principal”, me preguntó el conserje del edificio de Las Ramblas.
(El ordenador me está marcando “castin” en rojo, pero yo voy a ignorarlo porque para algo lo he mirado antes.)
Me vi contestando afirmativamente a esa pregunta como supongo que te ves a ti mismo en la mesa del quirófano cuando ya has muerto y tu cuerpo no te pertenece sino que empieza a pudrirse y tú ya no puedes hacer nada por evitarlo y te limitas a a verlo desde el más allá y empiezas a asumir que has muerto.
“Vengo al castin”, le dije a la recepcionista que me abrió la puerta del piso de la oficina. A veces me gusta tomar la iniciativa así que en esta ocasión fui yo quien dio el primer paso y mis labios formaron la palabra “castin”, que no había pronunciado hasta entonces. Lo hice sin vergüenza, como si lo dijera cada semana. “Guau, mírate, eres un camarero de Los Ángeles, yendo a cástines (“cástines”, cielo santo, debería haber optado por escribir “casting”, ahora es ya demasiado tarde) y compartiendo piso con otros tres homosexuales, viviendo situaciones insólitas y cogiendo cualquier trabajo para poder pagar el alquiler de vuestro apartamento de renta antigua”. Me dije todo eso a mí mismo mientras me hacían pasar a una sala de espera. Allí había 4 chicos de unos once años.
¡Oh, qué chicos! Daba cosita verlos, porque estaban todos sentaditos y rectos y parecía el lineal de un supermercado. Los cuatro iban acompañados de sus madres. Los cuatro tenían en la mano un papel. Los cuatro tenían flequillo y la melena con el pelo más suave que puedas imaginar. Mis sherlockholmianas dotes de deducción me hicieron entender enseguida que ese papel era un trocito de guión que debían aprenderse y que todos intentaban obtener el mismo papel. No podía quitarles los ojos de encima y podría intentar profundizar un poco más en su aspecto pero me costaría mucho porque eran niños guapos, como de anuncio de detergente. Eran no-niños. Tenían no-aspecto. Diría incluso que eran demasiado guapos para ser niños españoles. Joder, esos niños merecían ser rubios. A veces la naturaleza es cruel porque sí.
Alguien se preguntará si estaba nervioso mientras esperaba que me llamaran para la prueba. Y no, no lo estaba. Bueno, quizá lo estaba un poco era porque esos niños me daban un poco de miedo. Cuando fui niño tuve ocasión de tratar con otros niños y la verdad es que no guardo buen recuerdo y he procurado evitarlos desde entonces.
A los pocos minutos de estar allí llegó otro clon. Todos se saludaron y comprobé que se conocían ya de antes. Imagino que todos vienen de la misma agencia-laboratorio de niños morenos-guapos-espigados-y-con-flequillo. Y mientras se saludaban se abrió la puerta de la habitación en la que estaba teniendo lugar el castin propiamente dicho… ¡y salió un sexto clon igual a los anteriores! Todos iguales, daba gusto verlos. Los odié a todos muy profundamente. ¿Qué clase de niño sediento de poder y fama va a un castin? Putos niños de mierda y putas madres. Hay que ser muy hijo de puta para ir a castins porque tú quieres y no porque no te han llamado. Mi caso era distinto, yo estaba allí por compromiso pero esos putos críos de mierda querían ser famosos. Si les preguntaras te dirían (a la vez, como una única voz) que quieren ser famosos, no que quieren ser actores o que les gusta el cine. Y eso está mal porque uno debe ser famoso por algo que hace, no como fin en sí mismo. Y si tienes once años aún no te ha dado tiempo a haber hecho nada relevante.
La chica que había dejado salir al niño guapo me vio y me dijo “oh, eres Kike, puedes pasar” y me colé delante de los otros monstruitos que aún no habían entrado a hacer su prueba. Eso estuvo bastante bien, he de reconocerlo. Putos niños de mierda. Debería haberme girado y decirles “yo no soy como vosotros, tengo privilegios como adulto y como persona normal trabajadora de verdad que no se cree mejor que los demás y por lo tanto no va a castins con su madre” pero eso ya les había quedado claro al verme y probablemente ya lo habían hablado entre ellos telepáticamente, como una única mente colmena de niños guapos.
Si tuviera que definir con una palabra lo que pasó a durante la prueba con una palabra escogería una que estuviera entre “pena” y “bochorno”.
Me pidieron que hiciera de tío chungo que se cabrea y amenaza a alguien con partirle la cara. Más tarde definí el como “enano chillón”. Yo avisé a las dos chicas encargadas del castin que no iba a salir bien. Y no sólo no salió bien sino que aconsejé a otros actores más adecuados para el papel. Me dieron las gracias. “Ya te diremos algo”, etc. En fin, un día normal en cualquier camarero de Los Ángeles.
Alguien tiene una cinta en la que aparezco muy nervioso, con una máscara de Batman que me cubre media cara y amenazando con agredir a una chica a la que no conozco de nada y a la que espero no volver a ver porque estuve diciéndole de todo. Mientras estaba allí dentro imaginé a los no-niños escuchando al otro lado y riéndose de mí.
Resumiendo mucho, no me cogieron para el papel de “Batman enano chillón con innata inclinación a la violencia”.
Al día siguiente me llamaron diciendo que me darían otra cosa más adecuada para mí pero que me avisarían. Yo me olvidé del tema. Pasó un mes y medio y me llamó el director muy ilusionado diciendo que había encontrado un hueco para colarme. Yo me dejé hacer porque fue muy amable y cuando la gente es muy amable conmigo yo suelo responder positivamente a cualquier cosa que me pidan porque no soy un monstruo.
La convocatoria
Llamada de la directora de casting. Viernes 7 de julio 13:00: “Me acaba de llamar el director diciéndome que tiene un sitio donde meterte, que le hace mucha ilusión. Es una cosa muy, muy facilita. Él está muy emocionado con que puedas hacerlo tú”.
Llamada del director. Viernes 7 de julio 15:00: “Mira, es una cosa muy sencillita que puedes hacer sin problemas. Será divertido. Es un día y medio en Sabadell. Si puedes venir dos días sería genial.”
Whatsapp Viernes 7 de julio 16:00 de número desconocido 1:
CITACION RODAJE SUPERPRODUCCIÓN IMPORTANTE LUNES 17 DE JULIO DE 2017
LUGAR: FFGG SABADELL C/REPUBLICA Nº 1 ESQUINA RAMBLA SABADELL
PERSONA DE CONTACTO: MERCHE SANABRIA TELEFONO 629 0X0 0X0
HORA INICIO: 07:00 HORAS
DESAYUNO, BOCATA DE MEDIA MAÑANA Y COMIDA VA A CARGO DE LA PRODUCTORA SI ALGUIEN TIENE ALERGIA A ALGUN ALIMENTO AVISAR CUANDO CONFIRMEIS ESTA CITACION PARA PODER AVISAR AL CATERING
VESTUARIO: 2 CAMBIOS DE VESTUARIO ACTUALES DE ENTRETIEMPO
EVITAR PEQUEÑOS ESTAMPADOS, MARCAS GIGANTES Y COLORES FLUOR
SE RUEDA EN PRIMAVERA (LLEVAR COLORES CON TENDENCIA CLARA QUE HAYA COLOR!!!)
EN CASO DE DISPONER LLEVAR GORRAS, SOMBREROS, PAÑUELOS Y SOBRECAMISAS. TENEIS QUE LLEVAR ALGUN COMPLEMENTO DE VESTIR O ALGUNA PRENDA VAPOROSA QUE CON EL VIENTO SE MUEVA
SE RUEGA MAXIMA PUNTUALIDAD
CONFIRMAR QUE HABEIS RECIBIDO LA PRESENTE CITACION PERO ESTAR ATENTOS AL EMAIL POR SI HAY UNA MODIFICACION EN LA HORA DE CITACION QUE SE OS COMUNICARA A LO LARGO DEL DIA DE MAÑANA
PARA LA GENTE QUE NO HABEIS TRABAJADO CON NOSOTROS LA SEMANA PROXIMA SE OS SOLCITARA EL NUMERO DE CUENTA BANCARIA
Mensaje de respuesta enviado un minuto más tarde: Hola. Lo siento, pero no puedo estar a las 7:00 en Sabadell a esa hora, no tengo manera de ir.
Mensaje de respuesta enviado tres minutos más tarde: Soy Kike García, el mensaje es serio. No voy a estar el lunes a las 7am en sabadell. He hablado con 3 personas anteriormente y nadie me ha comentado que el horario era ese.
Llamada perdida número desconocido 2: 17:03
Llamada perdida número desconocido 3: 17:13
Llamada perdida número desconocido 2: 18:03
Llamada perdida número desconocido 4: 19:13
Llamada perdida número desconocido 4: 19:14
Llamada perdida número desconocido 3: 21:03
Llamada perdida número desconocido 3: 21:43
Llamada perdida número desconocido 2: 8:43
Llamada perdida número desconocido 2: 8:49
Llamada perdida número desconocido 2: 10:05
Conversación telefónica con número desconocido 2 sobre “hasta qué punto” puede ilusionarte hacer un cameo en un rodaje y cuándo es razonable echarse atrás y abandonar un proyecto, especialmente si has hablado con tres personas antes y nadie te ha informado sobre ciertos aspectos importantísimos de las condiciones de trabajo (Sabadell 7:00).
Estas son algunas de las cosas que dije en diversos grupos de whatsapp y durante una cena con amigos entre risas y estupefacción explicándoles lo corta que había resultado ser mi carrera en el cine porque había dicho que no podría ir:
“No hay subvención en el Ministerio de Cultura que pueda pagar que yo ponga un despertador a las cinco de la mañana para ir al puto Sabadell”
“Esta puta gente que hace cine se cree que todo el mundo tiene ganas de hacer cine. Y si yo tengo algún mínimo de curiosidad por el cine te aseguro que hay dos palabras que pueden hacer que esa mínima curiosidad se derrumbe por completo y esas dos palabras son ‘Sabadell’ y ‘madrugar’”.
“Es que no hablamos de madrugar, hablamos de levantarse a las cinco y media, eso ni siquiera es madrugar. ¿A qué hora se levantaban en Auschwitz? Pues a una hora más razonable, eso seguro”.
“Al menos, si tienes que madrugar para ir a Auschwitz aprendes algo de historia pero en Sabadell no aprendes nada” (Cuando necesito poner énfasis en algo es habitual que use comparaciones algo ligeras con el Holocausto, no es el caso, el concepto ‘Sabadell — 7:00’ tiene una vinculación directa con el horror nazi)
“No querría estar en Sabadell ni a las siete de la tarde, cómo cojones voy a estar a las siete de la mañana”
“Para empezar, dudo que haya nadie con vida en Sabadell a esa hora”
“Trabajadores saliendo de la fábrica a las siete de la mañana en Sabadell mis cojones”
“Pensaba que no podía haber nada en el mundo que pudiera hacer que Sabadell sonara menos apetecible pero sí lo hay, recibir un whatsapp que te te pide quedar allí a las siete de la mañana”.
“Es que fíjate, si tuvieras que levantarte a las siete para ir a Sabadell ya sería malo. Pero no, esta citación pretende que estés allí a esa hora, por lo que te tienes que levantar a las cinco”.
“No hay universo paralelo en el que haya un Kike en Sabadell a las putas siete de la mañana”.
“Escúchame lo que te digo, es absolutamente imposible que eso (estar a las siete de la mañana en Sabadell) vaya a tener lugar. Y todos los que me conocéis un poco sabéis hasta qué punto esto es cierto”.
Sabadell, 7:00 am
Tuve una ligera sensación de déjà vu al entrar en el edificio de la convocatoria (una especie de centro cívico donde supongo que la triste gente de Sabadell se reúne para hablar de lo que supone vivir en una ciudad que está lejos y es fea) porque el recepcionista me preguntó “¿vienes al rodaje?” y yo me oí a mí mismo decir “sí”. Me vi como desde una esquina del techo y me grité cosas horribles, amenazas y eso, pero mi cuerpo no hizo caso y subió unas escaleras que me condujeron a una sala grande llena de gente. Me dije “Vete, Kike, vete, eres adulto y puedes hacer lo que quieras y te puedes ir a casa a dormir” pero Kike no me oyó y siguió allí como si nada, mirando a todas esas personas, fundiéndose con ellas.
Esas personas eran figurantes y yo era ya uno de ellos.
“Puedes bajar a la calle ahora mismo y coger un taxi y volverte a casa a tiempo de dormir un ratito más”. “Puedes irte, eres una persona libre y nada te retiene aquí”. Me repetí estas cosas mientras me sentaba en una silla y decidía hacer lo que hago cuando me veo inmerso en una situación social en la que todo el mundo parece desenvolverse correctamente menos yo: pongo cara de enfado-pena y espero a que alguien se interese por mí y si eso no ocurre en menos de unos minutos me voy a casa creyendo que nadie se va a fijar. Básicamente, lo que hago para enfrentarme a ese contexto de miedo y confusión es adoptar y mantener a la fuerza un semblante de concentración y hastío absoluto que combina la furia suburbana con la pena propia de la marginalidad de un huérfano de guerra. Yo creo todo da un aspecto que transmite familiaridad confiada hacia mi entorno y la posibilidad de que me levante y cometa un Columbine. En fin, un halo de misterio. Puede parecer una estrategia nefasta pero la he logrado manejar con maestría y me ha dado dado trabajo y mujeres (una, Abi).
En fin, sabía que eventualmente alguien se fijaría en mi gesto de autosuficiencia y ocurrió. Hubo una chica que deduje que era “número desconocido 2” que me preguntó si yo era yo y me dijo que pasar a vestuario y a peluquería. En vestuario me preguntaron qué ropa había llevado y les señalé mi cuerpo, que vestía una ropa mía tradicional (tejanos pitillo negros, camiseta gris oscuro con un bolsillito marrón muy mono). Les debió parecer bien porque dijeron “pues ya está”.
Luego en peluquería me pusieron “producto” en el pelo y me lo dejaron más o menos como lo tenía.
No me maquillaron, lo que a decir verdad fue un poco decepcionante. Ojalá me hubieran puesto una peluca o algo. No digo que eso compense madrugar o estar en Sabadell pero al menos es algo.
Luego conocí a “Número Desconocido 1”, la capataza de los figurantes. Era una mujer desagradable que hablaba como en mayúsculas y sin signos de puntuación, como la citación que me llegó al móvil. Tenía el pelo recogido en una coleta y apretaba el móvil con una zarpa pese a que lo llevaba sujeto también al cuello con una correa . Se dirigía a los figurantes con la firmeza de un funcionario de prisiones de Mississipi: a gritos y vigilando que nadie intente escapar aprovechando un descuido. La odié al momento sin más justificación que saber que ella también me odiaba a mí y a todos los que estábamos allí. En las 20 horas que estuvo allí ni una sola vez la vi mostrarse amable o tranquila. Y aunque mi aversión hacia esa persona parecía algo exagerada también sabía que era natural y por tanto justa. No hay nada que odie más un figurante que el capataz. “Quiero agua”, “¿puedo ir al baño?”, “¿Puedo salir un momento a hacer una llamada?”, “¿Puedo coger un bocadillo de la mesa del equipo?”, “Tengo hambre”, “No me quite el móvil le juro que no voy a hacer ninguna fotografía, se lo juro por mi madre, no me lo vuelva a quitar”. Y la capataza contesta a gritos observando a los extras con sus mil ojos que todo lo ven y las garras huesudas cogiendo el móvil y la coleta como olisqueando el miedo. En conjunto, se mostraba seca y nerviosa, como sufriendo. Dirías que se un poco a las representaciones populares de la muerte si la muerte fuera en pantalones cortos y llevara una mochilita.
Mientras me daba cuenta de que allí todo el mundo parecía conocerse y de que Extras, la serie de Ricky Gervais es en realidad una serie documental y no una sitcom, me limité a permanecer sentado intentando que nadie descubriera que la producción me había pagado un taxi. No quería que mis compañeros me lincharan.
En ese momento alguien me puso una gorra roja. Oh, perfecto, así que esto es actuar… ahora llevo una gorra roja. Sé que estoy actuando porque llevo una gorra. Si ma la quito, soy Kike. Si me la pongo ya no me reconoces porque soy un figurante especial y me convierto en un personaje ficticio, alguien que en realidad no existe, una ilusión. Me pones la gorra roja y no me reconoce ni mi madre. Yo llevo gorras habitualmente, pero esta es de atrezzo y lo cambia todo. Me parece muy sano porque así evitas cualquier tipo de problemas. Llegas a casa, te quitas la gorra y toda la intensidad del mundo de la actuación queda atrás y ya puedes cenar con tu pareja tranquilamente y distanciarte del drama que acarrea tu personaje.
Pese a todo, la frontera entre ese personaje producto de la magia y Kike era sutil. Hubiera agradecido que me maquillaran un poco para meterme en el papel.
El set de rodaje
En la industria audiovisual hay diversos perfiles que están llenos de gente que pretendía trabajar de otra cosa y se ha quedado a medio camino por el motivo que sea. Por ejemplo, es habitual que las maquilladoras sean casi-modelos o que los operadores de cámara sean casi-directores. Los figurantes son casi-actores. Eso hace que en un rodaje o en estudio haya un grupo de personas que está disfrutando de su trabajo y otro grupo de personas en el que bulle la amargura y la rabia y está siempre a un paso del motín.
A diferencia del director, del actor y de todos y cada uno de los técnicos, los figurantes no están allí por amor a su trabajo. No hay figurantes por vocación. Algunos no tienen otro trabajo y aprovechan su aspecto peculiar para ganar algo de dinero haciendo bulto ante una cámara. Otros lo hacen buscando acumular horas y oportunidades hasta conseguir un plano, una frase, un papel… En todo caso, nadie es figurante por elección propia o porque crea que es divertido. Puedes pensar que estar en un rodaje es divertido hasta que estás en uno. Escucharás a actores decir que echan de menos la época en la que hacían teatro de barrio sin cobrar pero jamás oirás a un actor añorará su etapa de figurante. “Oh, íbamos a un rodaje, nos daban un bocadillo de mortadela, nos hacían esperar al Sol… aquello eran buenos tiempos”. No, jamás oirás algo así.
Si bien puedes ver a los técnicos encargados del atrezzo brincar entre el set, gastarse bromas y moverse con la energía que da la felicidad… los figurantes se arrastran de un lugar a otro entre lamentos y crujir de dientes. Si un actor ha sido malo en vida, se reencarna en un figurante haciendo de “Cliente 6” en una escena rodada en un bar.
Y estos son los motivos por los que un actor jamás se definirá como figurante.
El primer amigo que hice tenía un nombre catalán y era un espécimen de aspecto extraño. Tenía la cara un poco grande y como colgando, como si su piel fuera algo más gruesa de lo habitual o estuviera deshaciéndose por la calor. La mandíbula más bien gruesa. Los ojos muy saltones. Sus maneras eran amigables, pero de una manera profesional y estratégica, como si estuviera en una primera cita. Era esa clase de persona que es algo tímida o torpe y pretende ser mucho más simpática o interesante de lo que realmente es y no le sale y la el resultado es funesto para todo el mundo. Si todo va bien, puede que acabe siendo presentador en TV3 con algún segmento que cubra el nicho de población “anciana rural” y en el que se puedan vender almohadas cervicales o cremas. Me dijeron “este es el otro figurante especial, aparecéis juntos en plano”. Ahí es cuando supe que yo era un “figurante especial”. Creo que nunca había compartido un vínculo así con alguien. Supongo que eso nos obliga a hacer cenas de vez en cuando para recordar cómo aparecimos juntos en plano. Nuestro vínculo será más fuerte que la muerte porque la película nos sobrevivirá y el plano será eterno, así como nuestra amistad.
Como era de esperar, mi amigo se empeñó en explicarme que él no era figurante, que era actor y que ya hacía tiempo que no aceptaba trabajos de figurante porque a éstos los tratan como a pedazos de carne sin derecho a nada. Lo que pasa, claro, es que en este caso era una figuración especial y una figuración especial te da derecho a un ligero mejor trato. De hecho él (como yo, no lo olvido) optaba a un papel mejor y fue rechazado pero le llamaron para hacer una figuración especial y lo cogió “porque mira, ya me hacía gracia”. Se lo aconsejó su agente, me dijo. Joder, yo ni siquiera tenía agente. Estaba allí haciendo un ridículo espantoso.
Seguí hablando con mi amigo actor (en absoluto figurante) y le expliqué que trabajo haciendo vídeos y en ocasiones necesito a gente para que haga alguna declaración y no sé de dónde sacarla. El brillo de la oportunidad refulgió de repente en sus ojos. Dedujo que yo no estaba allí por el camino habitual (ser un aspirante actor) sino por algún tipo de casualidad. Me preguntó si conocía al director de la película. Le dije que sí. Me pregunto de qué lo conocía. Le expliqué que soy uno de los directores de El Mundo Today y que por eso a veces necesito actores. Abundamos en el tema hasta que supo que no es que yo esté en El Mundo Today sino que soy El Mundo Today (mi empresa es tan pequeña que ahora mismo somos todos los que están). Yo también quise aprovechar la oportunidad para sacar algo de información para mis presupuestos de producción y le pregunté cuánto dinero debo ofrecer a un actor por una convocatoria de dos horas y me dijo que para un vídeo para internet unos 200 euros como mínimo.
Al cabo de un minuto de conversación me dijo que 50 euros también podía ser factible.
Antes de que ninguno de los dos pudiera darse cuenta me dijo que, siendo El Mundo Today un proyecto chulo, incluso alguna persona podría plantearse trabajar completamente gratis. En ese momento me dio su tarjeta. Estaba rota y manchada de comida. Le hice una foto con el móvil y se la devolví porque me supo mal quedarme con la que claramente era su último ejemplar. No sé cómo su agente le deja ir por la vida con una tarjeta así.
Nos quedamos en silencio, aburridos y esperando así que aproveché para interesarme por su profesión y me explicó el sistema de castas del trabajo actoral, que es el siguiente y parece estar fuertemente arraigado en la industria del cine:
– Figurante: el estrato más bajo de toda la industria cinematográfica.
– Figurante especial: básicamente, es un figurante que puede tener alguna reacción en primer plano, por lo que se espera de él que actúe o, siendo más precisos, haga alguna mueca.
– Parte: consiste en un actor que hace una aparición y tiene que decir una frase que repetirá durante dos semanas antes a su compañero de piso para asegurarse de que la dice bien. No sé el motivo por el que se llama “parte” y prefiero que siga siendo un misterio.
– Actor: cúspide del equipo dramático. Sin embargo aquí la cosa se complica porque los actores ya tienen sus propios rangos en función del caché y diversas casuísticas. Es un mundo complejo pero tienen cosas en común. Por ejemplo, todos los actores practican yoga, lo que es una herramienta útil para distinguirlos de los figurantes, cuyas aficiones son un completo misterio (uno de los figurantes que conocí nos enseñó una foto de una iguana de 20 kilos y del tamaño de un niño de ocho años que tenía viviendo en su salón, no digo más).
Mi amigo y yo éramos figurantes especiales, esto nos convertía en semidioses ante el resto de figurantes. Estuvimos apartados de ellos casi todo el tiempo para mostrar nuestra SUPERIORIDAD y desdén. Si en vez de un rodaje hubiéramos estado en una cárcel, podría haber escogido a cualquiera de los otros figurantes que eran especiales para convertirlo en mi esclavo sexual y nadie habría opuesto resistencia porque así es como funciona la ley de los figurantes. Como tuve tiempo, hice un ranking de figurantes empezando de más a menos apetecibles sexualmente intentando obviar el género porque soy una persona de mente abierta no heteropatriarcal.
Tras conocer a mi amigo actor (en absoluto figurante, insisto) se sentó otro ejemplar joven a mi lado. “¿Has visto el caterin de los figurantes? Es una vergüenza, macho”. El chaval hablaba raro. Debía tener como 23 años, vestía un chándal y tenía ganas de liarla. Soy débil y me he criado en un entorno lleno de matones así que tengo cierto talento para detectar cuando alguien tiene ganas de armar jaleo. Puedo oler esa rabia contenida, esas ganas de gresca, esos puños hambrientos de piel ajena. Se definió como “extra profesional”. Luego él y otra chica estuvieron hablando de lo que pagaban por día y de las horas que se había acordado trabajar hoy. Me sorprendió que no hablaran de sus respectivos personajes y se metieran en el papel como estábamos intentando hacer yo y mi gorra.
En ese momento la capataza reunió al resto de figurantes que habían ido entrando en el set de rodaje, ya con el visto bueno de vestudiario. Les gritó algo que no supe descifrar. Luego les gritó otro poco y les hizo mover un par de veces de sitio. Entiendo su nerviosismo porque no es fácil saber dónde poner a 40 figurantes y se nota que los ha tratado muchas veces y se le ha ido recrudeciendo el carácter. Quizá ella misma fue figurante alguna vez y en vez de ser ascendida a actriz fue ascendida a capataza de figurantes, que es algo que puede ocurrir y no debe resultar agradable.
Luego la mujer continuó vociferando y sufriendo unos minutos más y obligó a todos los figurantes a hacer fila en una pared, como si alguien fuera a fusilarlos. A mi compañero y a mí nos dejó en paz. “Sois especiales”, dijo.
Luego gritó algo más y amenazó con quitarnos los móviles porque el rodaje es todo “top secreto”.
“Top secreto”, lo dijo así.
No quise preguntarle detalles sobre qué fuerzas del orden iba a llamar para que le ayudaran a quitarme mi móvil de entre las manos. En ciertos contextos hostiles y deshumanizados el móvil (aún sin cobertura ni conexión a Internet) se convierte en la foto de tu pareja cuando estás en el frente, en la guerra, y sabes que tu vida te espera en casa. Miras la foto y sabes que en algún momento podrás volver a tu hogar y recuperar tu auténtica personalidad en un entorno en el que no te gritan y en el que no hay que pedir permiso para ir al baño.
Hay un motivo por el que mi móvil no tenía conexión a Internet: estábamos bajo tierra, en una estación de metro abandonada. No era una estación de metro fantasma de esas con gracia y carisma y carteles de publicidad antiguos sobre milagrosas pastillas de cocaína o eslóganes simpáticos y racistas de Cola-Cao. Era más bien era una estación de metro cerrada hacía relativamente poco y que no tenía ninguna gracia y propiciaba cierta agradable sensación de lunes eterno con huelga de transporte.
¿He dicho ya que había cáterin (si escribo ‘castin’ tendré que poner ‘cáterin’)?, según el chaval peligroso y con ganas de liarla era “una vergüenza”? En realidad no lo era y a mí me pareció correcto pero quizá es porque no tengo experiencia en el cine y lo normal es que haya cocaína o sushi para desayunar. Bien, pues el caterin estaba en el vestíbulo del metro, tras el primer tramo de las escaleras. Allí habían dispuesto dos meses con bocadillos, un barril con hielo y un surtido bastante variado de bebidas, una cafetera… La capataza nos prohibió tocarlo y nadie se atrevió a hacerlo… Excepto dos figurantes que tras confirmar que la comida era gratis cogieron dos cruasanitos con una naturalidad pasmosa y luego empezaron a bajar las escaleras hacia el el andén, donde nos habían prohibido bajar. Allí la capataza las obligó, a gritos, a ponerse en fila en la pared junto a los demás. Lo hicieron sin rechistar. Bueno, pues no eran figurantes, eran dos turistas que bajaron al metro y les pareció de lo más normal que les ofrecieran comida gratis. No sospecharon que quizá estaba ocurriendo algo extraño hasta que no vieron el combo con los monitores y la cámara y la ausencia total de trenes. “Oh, mira, unos bocadillos gratis, qué generosos son los españoles, esto sí que es transporte público de calidad. Espero que tengan vino blanco porque yo sólo bebo vino blanco”.
Esta escena se repitió un par de veces más y es normal porque todavía nadie tenía memorizadas las caras de los demás y todo el mundo vestía, más o menos, como un turista: nadie iba con su ropa habitual y debíamos hacernos pasar por viajeros normales de metro, con esa actitud del que está en el extranjero y espera que no detecten que en realidad está fingiendo ser uno más.
Que todo el mundo fuera, digamos, disfrazado, hacía muy difícil poder juzgar a cada figurante. ¿Es este viejo realmente andrajoso? ¿Le gusta tanto el rosa a esta chica? ¿Este tipo con pinta de cretino es efectivamente un cretino? Había algo anodino a la vez que extravagante en todos ellos y el conjunto resultaba cautivador. De alguna manera estábamos todos desprovistos de nuestra principal herramienta para relacionarnos con los demás en nuestro día a día: valorar a los demás antes de que abran la boca gracias a la información que nos aporta su ropa. Excepto por lo de la jerarquía castrense entre figurantes y figurantes especiales, encontré al fin una utopía social en la que todos éramos iguales. Tú ves a alguien con una camisa determinada y ya te formas un concepto de la clase de vida que lleva, pero si hay un departamento de vestuario tus prejuicios no sirven para nada y te sientes, paradójicamente, desnudo. Además, yo allí era el único que iba con su ropa de verdad. Esto da que pensar, todo el mundo iba con su ropa y una persona pensó que ésta era demasiado normal para la película y había que convertirlos en personajes. En mi caso, debieron pensar que ya estaba bien así. No sé cómo debería tomármelo.
En fin, para facilitarme las cosas yo preferí imaginar que la ropa que llevaba todo el mundo era su vestimenta habitual. Soy un actor de método y preferí vivir la ficción a tope, sin valorar que nadie estuviera vistiendo de una manera que no le correspondiera en realidad. Mi amigo, por ejemplo, iba vestido como un oficinista que va al trabajo y me tenía que recordar a mí mismo que su maletín estaba vacío.
Este es el listado de figurantes, en base a lo que puedo recordar:
– Mujer madura pelo encrespado
– Mujer madura bien parecida
– “Hija” atractiva de mujer madura bien parecida
– Pareja de negros
– Un chino (sé que es japonés pero en la película hace de chino porque no hay tiempo para profundizar más en su personaje)
– Tipo al que le dieron un monopatín y que, como es lógico, pusieron al lado de…
– Tipo con rastas
– Tres “roqueros”
– El chaval de extrarradio con ganas de liarla
– Dos señoras
– Chica mulata elegante
– Abuelo
– Abuelo andrajoso y que, como es lógico, pusieron al lado de…
– Tipo que se parecía a Rosendo (se hicieron amigos)
– Más figurantes aún más anónimos que los anteriores (probablemente unos 10 más)
– Mi amigo (no nos hicimos amigos)
– Chico con gorra roja (yo)
Luego bajamos al andén para que nos dijeran nuestras localizaciones. El otro figurante especial y yo estábamos juntos, como es lógico. A nuestra derecha, los rockeros y abuelo 1. Enfrente nuestro, al otro lado del andén, el del monopatín y el de las rastas. Los dos parecían bastante majetes porque se aburrieron como una persiana y buscaban a gente con la que poder hablar.
Tras situar a todo el mundo todavía no se pusieron a grabar sino que nos hicieron subir de nuevo porque era la pausa del bocadillo. ¿Tenía yo hambre? No, porque aunque llevaba ya cuatro horas despierto esa hora, en torno a las diez, es mi hora habitual de levantarme así que mi cuerpo seguía, de alguna manera, en casa, desperezándose y siendo feliz alejado de la industria del cine. Eso explica que cuando me saludó el director, un tipo adorable y trabajador, sólo fuera capaz de contestar que tenía sueño. “Me hace mucha ilusión que estés aquí”, me dijo. “Aquí estoy”, le dije yo, constatando lo que era ya una realidad y recordándole a todo el mundo que podía irme en cualquier momento porque soy un adulto y vivo en un país libre y no me importa quedar como un imbécil. “Aquí estoy pero podría no estarlo, no hay que dar nada por sentado, la vida está llena de imprevistos”. En fin, no fui amable.
No recuerdo cuánto tiempo duró la hora del bocadillo pero no fue una hora. Los figurantes desayunaron con la calma que da la experiencia de haber asistido a muchos rodajes y saber que no eres una pieza esencial. El equipo técnico comía de forma muy distinta, con profesionalidad y rapidez.
Uno de los figurantes aprovechó mi cercanía al director para acercarse a preguntarle algo. Al ser yo uno de ellos, había un puente de diálogo con estratos superiores. Vieron en mí, especialmente mi nuevo amigo, la oportunidad de romper las legendarias barreras que ha habido siempre entre el personal artístico y los parias que son carne de agencia de figuración y que se pagan, esencialmente, a peso. Soy una especie de Martin Luther King de los extras, un haz de luz, un motivo para la esperanza.
Justo antes de empezar a rodar alguien de los que mandan me quitó la gorra.
El rodaje
Estar en un rodaje es ver dinero caer al suelo mientras tú mantienes la calma y la gente pisa esos billetes con parsimonia, sin mirarlos. El dinero se rasga y se rompe sin que nadie se agache a recogerlo. Como director, tienes que ser una persona muy segura de ti misma para consentir ese aparatoso despilfarro sin ponerte nervioso.
Si yo dirigiera películas intentaría terminarlas en un día y medio y luego le explicaría al productor que mucho mejor así, que para qué gastarse tanto dinero que podría usarse para otras cosas. Y luego les leería en voz alta el guion a los espectadores porque es más barato que se lo imaginen. “De verdad, cierren los ojos, déjense llevar por mi voz y visualicen la película que voy a explicarles, rodarla era muy caro, es mucho más sostenible colarme en su sala de estar para explicarles en persona mi visión sobre Batman y cómo logra salvar a Gotham una vez más. De verdad, cinto minutos más y les resumo el tercer acto. Luego me voy a casa de los vecinos a explicarles la misma película”.
Estuve en el rodaje casi 12 horas repartidas entre dos días para una única escena que no durará más de 2 minutos. Allí abajo, en el andén de metro, no había cobertura, eso fue lo peor. De alguna manera, tuve que asumir que yo estaba allí para esperar, una de mis actividades menos preferidas, por decirlo así. Eso me obligó a compadrear con mis semejantes. A mi izquierda estaba mi amigo. A mi derecha, el grupo de roqueros. Lo que nos diferenciaba a mí y a mi amigo de la purria es el número de planos que compartíamos con el protagonista. Lo que me diferenciaba a mí de él es que a mí no me importaba.
Estoy convencido de que mentalmente estuvo contando todos los segundos en los que la cámara le apuntaba.
“Nos están grabando mucho más de lo que yo creía”. Y yo sólo podía pensar en que ni siquiera un papel protagonista en una película de Woody Allen podía compensar que yo finalmente hubiera llegado a estar a las siete de la mañana en Sabadell. A mí ya me daba todo igual.
Mi única aportación a la película ha sido mirar a cámara y hacer mueca de pasmo. Es decir, lo único que tenía que hacer era mirar a cámara porque la mueca de pasmo es mi expresión habitual. Mi cara, en reposo, está a medio camino entre el asombro y la tristeza. Mi expresión neutra es la que harías ante algo que te sorprende y te aburre a la vez. No es sólo una cuestión de actitud, tengo unas cejas medio mochas y que señalan hacia arriba, haciendo que mi ánimo parezca señalar hacia abajo. En fin, esto hizo que la única indicación de dirección que necesité fuera “abre más los ojos”. El cine no esperaba nada más de mí y yo tampoco podría darle al cine más que eso, así que todo iba bien. Se nos encomendó estar astonished ante las increíbles proezas del protagonista y creo que estuvimos a la altura.
¿Estuve yo tranquilo durante el proceso? No, aunque estaba allí sin saber muy bien por qué, no quería hacerlo mal y hacer perder el tiempo a toda esa gente. No tenía que hacer apenas nada pero si hay alguien con capacidad para convertir “hacer nada” en motivo de ansiedad soy yo.
Para las personas como yo, propensas a los tics faciales y corporales, a los que no les sale la voz del cuerpo cuando nos enfadamos, la actuación es algo difícil. Puedo chasquear los dedos, hacer sonidos extraños con la lengua y mover las orejas (especialmente la izquierda) pero no tengo ningún dominio sobre ello y mi único tono de voz es el de “anciana que ha fumado heroína”.
Cuando intento hacer algo, cualquier cosa, se genera una tensión entre lo que yo quiero hacer y lo que finalmente surge. Yo tengo en la cabeza una idea del resultado pero luego se abre una herida en mi abdomen y cae al suelo una especie de monstruo cubierto de heces y babas verdes, llorando y pidiendo que acabe con su sufrimiento y le pise la cabeza. Y a mí me sorprende porque soy incapaz de entender qué ha ocurrido en medio ya que todo me parece fácil al principio pero luego nada sale bien y en el suelo lo único que hay un monstruo deforme que recuerda vagamente a las dos o tres ideas sueltas que tenías en la cabeza pero que alguien ha juntado con grapas y hay sangre por todas partes y el bicho resultante apenas puede seguir respirando y sufre y te pide que lo acunes pero tú sólo puedes mirarlo con asco y llorar y al final decides ahogarlo con una almohada porque no hay rastro de talento o belleza o cualquiera de las cosas que tú habías previsto. Crear algo y compartirlo con el mundo es siempre un parto que sale mal y que da como resultado a un niño con los ojos saltones, piel escamosa y la boca torcida y húmeda después de que todas las ecografías hayan señalado que el niño nacerá perfecto y tú ya le has comprado ropita y patuquitos pero no podrá llevarlos porque está demasiado desfigurado.
Por lo tanto, sí, yo sólo tenía que mirar a cámara y sabía qué cara tenía que poner, pero al final yo no tengo el control de mis músculos faciales, así que… Yo puedo visualizar lo que tengo que hacer pero eso no significa que vaya a hacerlo porque el mundo exterior falla y materializar algo siempre es una puta mierda costosa e imperfecta.
Supongo que hubiera estado más tranquilo si hubiera podido saber cómo estaba saliendo la cosa y me hubieran dejado dirigir a mí la escena y, en última instancia, decidir si es aprovechable o no y tirar a la basura toda mi aportación si fuera necesario pero no era así, lo tuve que repetir tres veces y cada minuto representa un puñado más de billetes que alguien trocea y tira al fuego y no pasa nada pero a mí me duele como si fuera mi propio páncreas.
Si eso pasaba por mi cabeza, siendo yo el último mono (último mono especial, eso sí) me parece milagroso que el director pueda levantarse por la mañana y presentarse al rodaje tan fresco.
La comida
Durante la mañana, la capataza estuvo preguntando a gritos a los figurantes qué querían para comer, indicando las opciones del menú. A cuatro elegidos se nos comunicó que comeríamos con “el equipo”. La comida, mucho más buena y ligera de lo que podrías esperar, fue algo más larga que la pausa del bocadillo y duró sólo diez minutos. Durante los mismos pude conocer a los otros dos figurantes especiales. Los cuatro que estuvimos comiendo juntos compartíamos la misma historia: habíamos optado a papeles más importantes pero nos faltó talento para conseguirlo. Los dos nuevos venían, además, de fuera de la ciudad por lo que no sólo no ganarían apenas dinero por el trabajo sino que probablemente tendrían que poner algo de su bolsillo para financiarse el viaje y la estancia.
Me preguntaron a qué me dedicaba. Yo solté mi respuesta habitual: “trabajo en la radio y tengo una página web”.
“Vamos, vamos, di las palabras mágicas, diles en qué trabajas” dijo mi amigo.
Esa expresión, las “palabras mágicas”, refiere “El Mundo Today”. Antes de que yo pudiera contestar lo dijo él, como apropiándoselo un poco, como diciendo “este tío es importante y es mi colega”. Reconocí con un suspiro que, efectivamente, trabajo en El Mundo Today.
“No, no, se queda corto, es muy humilde, no trabaja en El Mundo Today. Él es El Mundo Today y lo sé yo porque somos amigos de toda la vida. De hecho El Mundo Today fue idea mía”. Vale, no dijo esto exactamente pero lo he adornado un poquito para definir mejor al personaje.
Al terminar de comer me pidió hacerse una foto conmigo para sus redes sociales de actor. “Tengo que etiquetarte a ti o puedo etiquetar directamente a El Mundo Today?”. Pon lo que quieras hombre, si ya sé que estás de networking y que no somos amigos de verdad.
Día 2
El día siguiente fue algo mejor porque me permitieron llegar media hora más tarde. No debieron informar a la capataza porque cuando yo ya estaba en el set (en “primera”, que es la manera que tiene esta gente del cine de ordenar que permanezcas en tu posición, listo para que alguien grite “acción” y todo se desencadene por 105ª vez) me llamó muy enfadada porque no sabía dónde estaba. Le dije que estaba en el rodaje. Me contestó que en el rodaje no podía tener teléfonos y mucho menos contestar llamadas y me colgó. Si realmente hubiera hecho caso y no hubiera contestado al teléfono ella probablemente habría muerto de estrés. Le salvé la vida desobedeciéndola y no me lo agradeció.
Tras grabar unos planos más, llegó la hora del bocadillo de nuevo. Tras esta, consumida con diligencia militar, la mitad del personal estuvo grabando sus cosas y los demás nos quedamos arriba, en el vestíbulo de la estación. En esta ocasión cometí la imprudencia de llevarme el ordenador portátil pensando que podría trabajar un poco pero uno de los figurantes, en concreto el chaval que parece que siempre esté buscando problemas, se sentó a mi lado y me dijo que el ordenador era muy chulo.
En mi barrio, cuando un desconocido te dice que el ordenador es muy chulo lo que está ocurriendo en realidad es que está valorando quedárselo. El chico tenía diez años menos que yo pero eso no me impidió sentir el miedo que se esperaba que yo sintiera. “Yo es que necesito uno porque estoy escribiendo una novela y el que tengo va muy mal”, me dijo. Me explicó que tenía ya un libro publicado del que había vendido 60 ejemplares que se editó él mismo y distribuyó entre amigos y familiares. “Me saqué 500 euros, así que estoy pensando en escribir otro sobre mis liadas de la ESO y mis problemillas y las peleas y las expulsiones”. Nunca antes se me había ocurrido la posibilidad de que la gente que te da de hostias en la ESO luego escriba un libro sobre el tema y me parece mal. La cosa no va así: hay gente que te da de hostias en el instituto y luego el Universo te compensa porque te permite escribir sobre el tema desde la perspectiva del que ha sido apaleado. Es injusto que seas tú el que da de hostias y luego encima escribas una novela sobre ello, aunque sea mala. No va así.
El chaval estaba orgulloso de su libro pero reconocía que le costaba mucho concentrarse y tener disciplina para escribir y se frustraba mucho. En fin, la típica lucha interior del que siente furia en sus puños y decide enfocarlo en una actividad que la naturaleza no le tiene reservada. Me alegré de su malestar y guardé el portátil en la mochila de nuevo. He de reconocer que como su dicción era extraña y lenta tengo cierta curiosidad por su libro y el modo en el que está escrito.
Luego los figurantes se pusieron a hablar de plazos de cobro, tarifas y otros aspectos artísticos de su profesión de bohemios.
El protagonista que tranquiliza a las televisiones y asegura el retorno de la inversión
La pausa del bocadillo se dilató tanto que el actor protagonista que tranquiliza a las televisiones y asegura el retorno de la inversión (PTTARI) se aburrió. En los rodajes de esos días era el único de su categoría (es decir, era el único actor). Lo podías ver leyendo en una sillita ubicada en un rincón. Imagino que debía tener ganas de hablar con alguien porque estuvimos charlando mucho rato. No es difícil imaginar por qué yo era la mejor opción para ello: no soy un figurante profesional y eso convertía en la única persona (más allá del equipo técnico, ocupado en ese momento) con la que podía charlar en un ambiente de normalidad. De hecho, mientras estuvimos hablando, dos figurantes aprovecharon la oportunidad y al ser yo uno de los suyos vieron la excusa perfecta para acercarse al PTTARI y poder intercambiar dos palabras con él. Un figurante nunca descansa, nunca deja de ver oportunidades para hacer networking y arrancarle un par de pelos a la industria del cine.
“Ya estuvimos una vez en un rodaje juntos hace muchísimos años, no sé si te acuerdas…”.
“¿Sigues con tu novia (actriz famosa para todo el mundo excepto para mí)? Pues entonces dale recuerdos, estuvimos una vez en un rodaje juntos hace muchísimos años, no sé si se acordará…”.
“¿Me puedo hacer una foto contigo?”.
Pero vamos a ver, sweetheart, ¿no has oído a la capataza decir que todo esto (el set de rodaje, los detalles del guión y, sobre todo, el PTTARI) es “top secreto”? Top secreto, joder. Yo es que no sé cómo hay que decir las cosas. Claro que no te puedes hacer una foto con el PTTARI. Finge un poco de dignidad y autoestima. No te arrastres de esta manera.
Este es el tipo de cosas que delata a los figurantes. Se supone que todos somos compañeros de trabajo. ¿Tú te imaginas a Gutiérrez haciéndose una foto con Marisa, de contabilidad? “Soy muy fan”. No, no te imaginas esa escena. Pues un rodaje es un lugar de trabajo. ¿Sabes por qué sé que es un lugar de trabajo? Pues porque hay pausa para el bocadillo. Si no hay pausa para el bocadillo significa que todo el tiempo es en realidad una gran pausa para el bocadillo pero no te pagarían por algo así, así que no es un trabajo.
Y si estás trabajando, joder, la gente que está contigo son compañeros de trabajo. Y tú no te haces una foto con un compañero de trabajo porque, idealmente, estáis a la misma altura. Pero no, claro, el sistema de castas está muy asentado así que estas cosas ocurren todo el tiempo y el PTTARI tiene que lidiar con esa mierda cada día y por eso busca relacionarse con gente normal. En su defecto, yo era su única apuesta viable.
Gracias a mi trabajo entrevistando a grupos de música indie he desarrollado ciertas habilidades para hacer preguntas de las que no me interesa la respuesta así que la conversación fue más o menos agradable. En esta película en concreto, el presupuesto es muy elevado y las televisiones se ven obligadas a trabajar de una manera muy concreta que obliga a no coger la mejor opción para le película, sino la mejor opción para la televisión en la que se emitirá: secuencias divertidas aisladas y espectaculares con poca o nula conexión entre sí. ¿Esto a qué se debe? A que un espectador que haga zapping tiene que poder incorporarse a la película en cualquier momento del metraje y entenderla a la primera. Y esto se consigue haciendo las benditas películas de género (que alguien con poca capacidad de atención como yo adora) y usando un actor-personaje que hayas conocido en otras ocasiones para que sea fácil entender su trasfondo, si lo hay, en un golpe de mando a distancia durante la pausa publicitaria de Sálvame Deluxe.
Todo esto explica la presencia de un PTTARI en una producción tan cara. Y cuanto mayor presupuesto tiene la película, más cuidado debe tenerse escogiendo al PTTARI (que a su vez puede hacer crecer el presupuesto global aún más) y menos novedades o licencias poéticas puede permitirse el autor de la película. Y cuanto más caro es el PTTARI, nuevas capas de miedo financiero se añaden al proceso, dejando menos margen para novedades, riesgos narrativos etc. La rentabilidad económica del filme implica que los elementos de plantilla en el guión y los reclamos publicitarios sean de una importancia capital. Cuanto más presupuesto tiene la película más gente hay apostando dinero en ella y por tanto mayor es la presión sobre los autores del film, que tienen mucho menos margen para colar elementos de interés. Los autores (el director y los guionistas) deben conformarse en estos casos en colar de soslayo algunas de sus visiones personales en el film como pequeños actos de contracultura o terrorismo artístico camufladas bajo el aparatoso engranaje comercial de la obra. Esto es una realidad pero no tiene por qué ser negativo, simplemente es cómo funciona una industria que requiere de mucho dinero para funcionar. (En los dos días que estuve yo había 30 figurantes que hay que alimentar dos veces por jornada, vestir y peinar, y ellos ni siquiera son importantes).
De hecho, en las películas de género con mucho presupuesto, al final uno tiene la sensación de que debe ver la película que hay bajo la película y detectar los signos de autoría que el director ha dejado para quien esté entrenado en leerlos. El director tiene numerosas oportunidades de hacer esto, habida cuenta de que todo lo que aparece en pantalla tiene su visto bueno: mi propio vestuario (mi ropa normal, vaya, que escogí bajo una losa de sueño), la gesticulación excesiva de mi amigo figurante, el ángulo del plano, el desayuno que tiene en el plato uno de los personajes si aparece comiendo… Millones de elementos que han sido supervisados con mimo y destreza por el director del filme, que bien ha decidido activamente o bien ha consentido y en esos pequeños gestos puede aprovechar para abundar en los temas del filme que a él le interesen y es en esos pequeños guiños en los que el director encuentra la ilusión y la motivación para hacer una película que muchos estirados considerarán grasienta metralla comercial sin interés.
“Bajo las explosiones, los giros de guión y los requerimientos de los ejecutivos financieros, las televisiones y los ejecutivos del estudio hay una película que…”, etc. Este efecto es fácil de detectar en las películas de Marvel Studios (acaso el único ejemplo del modo de proceder del Hollywood clásico del que disponemos actualmente). En ellas los protagonistas, los arcos de guión y la película es esencialmente la misma en cada ocasión. Si has visto las suficientes puedes empezar a fijarte en las sutilezas y apreciar, bajo la película que ha hecho el estudio, la película que hubiera querido hacer el director.
Todos esta negociación entre la película que la industria necesita hacer (en última instancia es la única película que efectivamente se puede hacer) y la que todo el mundo quiere hacer impregna todo el proceso productivo, que además puede durar varios años.
El PTTARI me reconoció que lo peor de esa brutalidad de escala temporal es la promoción, en la que él debe responder a las preguntas de los periodistas con el entusiasmo del que acaba de salir del set de rodaje y dice “guau, esto ha sido intenso y divertidísimo, qué ganas de que la veáis”. El director sin embargo seguirá trabajando diariamente en el film un año más durante la postproducción. ¿Y qué ocurre si a mitad del proceso contempla su criatura y se da cuenta de que está completamente deformada y tiene dos bocas y cinco pies llenos de llagas y pus y caca? No puedo borrar la película ni echarse atrás, sino que sólo puede confiar en que el trabajo del día anterior está realizado correctamente porque lo ha hecho él y se fía de sí mismo. La única manera de saber que puedes confiar en tu propio trabajo es saber que hay gente que se ha jugado mucho dinero en ti y eso no es algo que se haga a la ligera.
En conjunto, me parece un milagro terminar una película. No digo que me parezca difícil hacer el Padrino 1, digo que me parece ya una proeza hacer una película mala.
Estos son los temas que hablé con el PTTARI:
– Veganismo y defensa de los derechos animales como el eslabón último de intentar ser mejor humano.
– Coherencia respecto a la imagen que proyectas de ti y a tus propias acciones y por tanto la necesidad de responder ante ti mismo de lo que tú pretendes ser en realidad y de las expectativas que has puesto en tu propia persona.
– La necesidad de proyectar, cuando llegas a una gran audiencia, únicamente mensajes positivos porque los mensajes negativos pueden afectar a terceras personas y uno no tiene ninguna obligación de asumir esa clase de responsabilidad que, por otra parte, nadie le ha pedido.
– La incomodidad de que todo el mundo conozca tu nombre propio y pueda usarlo para gritarte cosas de lejos (no siempre agradables)
– La imposibilidad de estar de buen humor todo el tiempo y para todo el mundo
– La dificultad de sentir miedo ante determinadas películas de género “Horror” y el dilema de considerar como fracaso artístico a un producto cultural que tiene un fin específico (hacer pasar miedo) y no lo logra o incluso provoca otras cosas (risas) pero aún así logra otros objetivos secundarios (entretener).
– El enorme lapso temporal que pasa desde que firmas un contrato por una película y la estrenas finalmente y logras dejar ese periodo de tu vida atrás y cómo esos enormes lapsos temporales obligan a mantener cierta distancia con tu trabajo a fin de que tus rodajes no se conviertan en las landmarks de tu propia vida por encima de cosas más importantes como logros personales, asuntos familiares, hijos, mudanzas, etc.
Los gritos
Mi amigo estuvo preocupado todo el tiempo de que no le tapara en el plano. Había una secuencia en la que nuestros personajes sienten cómo todo lo que saben sobre la realidad se hunde bajo sus pies y todas sus creencias en torno a la naturaleza, las leyes de la física y los humanos quedan puestas en duda. Teníamos que expresar todo este viaje interior de la incredulidad a la admiración por lo que acabamos de ver en un travelling frontal (a mi cara) de unos 5 segundos. Yo debo dar un paso al frente y mirar con mucha intensidad y sorpresa al PTTARI (o sea a una X de esparadrapo situada a un lado de la cámara). Mi compañero hace lo propio, justo detrás de mí. Quiso que ensayáramos para asegurarse de que yo no le tapaba el plano. “Te tienes que poner justo ahí, si te adelantas un poquito, me tapas”. Y lo hicimos como unas veinte veces. “Recuerda, un poquito más hacia atrás… Ahora, ahí, justo así”. “Va a quedar raro si me tapas”. En fin, toda esa mierda. Llegó un momento en el que no quise repetirlo más.
La verdad es que espero que no pongan ese plano en la película porque básicamente es mi cara y eso no sería agradable para nadie.
Después de mi actuación (en la que abrí mucho los ojos y creo que se me debía ver un poco de cráneo entre el hueco que dejaron los párpados y los globos oculares) vinieron los gritos. Todos los extras debían gritar, temiendo por sus vidas, porque ocurren cosas peligrosas en la película (de las que no puedo hablar porque es top secreto).
Para aquellos que no han visto nunca actuar a un figurante digamos que viene a ser un proceso tan suave y sosegado como una batidora de los años setenta: hay un único botón y una única velocidad. Una vez grites acción, todos gritan y gesticulan. Dices “corten” y todos paran en seco. No necesitan introducción emocional, es pura eficiencia.
Oh, qué gusto fue ver a 40 personas fingiendo gritar de miedo, llevando al límite los músculos faciales para representar el pathos de la existencia.
Yo me negué a gritar porque en toda mi vida sólo he gritado una vez. Fue hace años, cuando nos despertó un pájaro de madrugada al colarse en casa y le pedí a Abi con gritos muy agudos que gestionara ella del tema mientras yo me escondía bajo las sábanas. Sin un estímulo de ese tipo me cuesta mucho elevar el tono de voz. Me limité a taparme la cara con las manos, de este modo mi personaje daba a entender que prefería no ver la manera en la que iba a morir y yo me ahorraba la horrible visión de ver a cuarenta figurantes sobreactuando. Pese a todo, vi a algunos hacer muy bien su trabajo. Otros, sin embargo, aprovecharon para hacer el tonto en plan cutre. Vaya, lo mismo que esperarías de una clase de Instituto que va de excursión. Los que se tomaban el asunto a risa lo hacían en parte para evitar la vergüenza que les da actuar y en parte porque saben que apenas se les verá/oirá en el montaje final y serán un borrón fugaz irreconocible. “Yo soy estos tres píxeles, mamá, estoy cada vez más cerca de cumplir mi sueño, préstame otros 2000 euros para la escuela de interpretación”.
Hubo un momento particularmente gracioso en el que el héroe de la película nos salva a todos la vida con lo que todo el mundo debe mirarle y preguntarse quién es el héroe anónimo. Quiero insistir en lo de “héroe anónimo”.
Auxiliar de dirección: acción.
Figurante: ¡Oh, mirad, es [NOMBRE DEL HÉROE]!
Auxiliar de dirección: ¡Corten! A ver, no puedes gritar el nombre del personaje porque no tiene ningún sentido hacerlo ahora.
Auxiliar de dirección: ¡acción!
Mismo figurante: Oh, joder, oh, joder, coño, me cago en la puta, ese tío nos ha salvado, me cago en Dios. ¡OH, ME CAGO EN LA PUTA, CASI ME CAGO DE MIEDO, HOSTIA! Joder, macho.
Auxiliar de dirección: ¡Corten!
Y así más o menos varias veces, hasta que el director se cansó o pensó que ya tenía suficiente o se hizo tarde. Si no fuera porque, como he dicho, la propia naturaleza del figurante le impide disfrutar del trabajo, podía decirse que todo el mundo se divirtió bastante. O quizá no fuera diversión, quizá fuera más bien la novedad de hacer algo más allá de estar de pie y esperar.
El robo del siglo
Tras el festival de gritos y aspavientos, todo el mundo salió de la estación para dirigirse a comer. Yo sólo tenía que grabar una cosita más y podría irme. Mi compañero se quedó conmigo porque… bueno, porque eso es lo que hizo todo el tiempo. Es posible que no ganara nada estando junto a mí (para él yo soy una persona con conexiones) pero era seguro que no ganaría nada permaneciendo lejos, por lo que no se separó en ningún momento. No le costaba nada estar revoloteando a mi alrededor y si el director me necesitaba para algo, él quería saber el qué. Para lo que me necesitaban en esa última intervención mía era para hablar a cámara a modo de declaración de telenoticias.
“Tú explicas lo que ha pasado, improvisando un poco. Y tú te sitúas detrás de él, para llenar el plano”. Bingo, mi compañero sabía que podía conseguir algo y tener presencia en plano ya es suficientemente bueno.
Yo empecé a hablar libremente al micrófono, improvisando texto. No fui divertido ni ocurrente pero creo que estaba haciendo lo que podía esperarse de mí. Me he oído muchas veces y pensé que la tercera toma podría salirme más o menos bien. El proceso mental de decirme “tranquilo, esto está bien pero ahora te darán la oportunidad de repetir y como ya has generado el texto podrás centrarte en la dicción, la expresión de la cara…” es posible que provocara que mi habla se ralentizara un poco o que me callara medio segundo dejando un espacio valiosísimo que permitió a mi amigo empezar a hablar sin parar haciendo gala de una capacidad interpretativa que si bien era superior a la mía, no fue solicitada por nadie. Mi amigo detectó que yo era conocido del director, que estaba haciendo un cameo y que estaba, de alguna manera, contra mi voluntad, y supo que si no se despegaba de mí podría surgir algún tipo de oportunidad. Y en la última toma que hice, en el último minuto, la vio venir y la agarró como pudo, con las dos manos, la sujetó del cuello y la besó en la boca, introduciendo su enorme lengua hasta la garganta.
¿Se le puede culpar por ello? ¿Puedes mirar a la ojos a la criatura deforme que es el aspirante a actor y culparla de intentar conseguir ocho o siete segundos en pantalla? Es sucio y triste, sí, pero al mismo tiempo es tierno y conmovedor y noble. Él consideró todo el tiempo que yo no pertenecía allí y que estaba quitándole el trabajo a un actor de verdad. Y bueno, con mis comentarios y mis quejas no hice más que terminar de convencerle de esto. Y el director dio la escena por buena, quizá porque no piensa montarla, quizá porque no tiene importancia (posiblemente porque aparezca en un televisor, sin audio y a modo de atrezzo, en segundo plano) o quizá porque vio que era imposible sacar nada mejor de nuestras habilidades, ni de las mías ni de las de mi amigo el ladronzuelo de texto.
En todo caso no se repitió la toma, así que no sólo no pude mejorarlo sino que si la grabación aparece en la película, podrá verse el fotograma exacto en el que me miro a un lado y me cago en la puta.
Los gritos
Mi amigo estuvo preocupado todo el tiempo de que no le tapara en el plano. Había una secuencia en la que nuestros personajes sienten cómo todo lo que saben sobre la realidad se hunde bajo sus pies y todas sus creencias en torno a la naturaleza, las leyes de la física y los humanos quedan puestas en duda. Teníamos que expresar todo este viaje interior de la incredulidad a la admiración por lo que acabamos de ver en un travelling frontal (a mi cara) de unos 5 segundos. Yo debo dar un paso al frente y mirar con mucha intensidad y sorpresa al PTTARI (o sea a una X de esparadrapo situada a un lado de la cámara). Mi compañero hace lo propio, justo detrás de mí. Quiso que ensayáramos para asegurarse de que yo no le tapaba el plano. “Te tienes que poner justo ahí, si te adelantas un poquito, me tapas”. Y lo hicimos como unas veinte veces. “Recuerda, un poquito más hacia atrás… Ahora, ahí, justo así”. “Va a quedar raro si me tapas”. En fin, toda esa mierda. Llegó un momento en el que no quise repetirlo más.
La verdad es que espero que no pongan ese plano en la película porque básicamente es mi cara y eso no sería agradable para nadie.
Después de mi actuación (en la que abrí mucho los ojos y creo que se me debía ver un poco de cráneo entre el hueco que dejaron los párpados y los globos oculares) vinieron los gritos. Todos los extras debían gritar, temiendo por sus vidas, porque ocurren cosas peligrosas en la película (de las que no puedo hablar porque es top secreto).
Para aquellos que no han visto nunca actuar a un figurante digamos que viene a ser un proceso tan suave y sosegado como una batidora de los años setenta: hay un único botón y una única velocidad. Una vez grites acción, todos gritan y gesticulan. Dices “corten” y todos paran en seco. No necesitan introducción emocional, es pura eficiencia.
Oh, qué gusto fue ver a 40 personas fingiendo gritar de miedo, llevando al límite los músculos faciales para representar el pathos de la existencia.
Yo me negué a gritar porque en toda mi vida sólo he gritado una vez. Fue hace años, cuando nos despertó un pájaro de madrugada al colarse en casa y le pedí a Abi con gritos muy agudos que gestionara ella del tema mientras yo me escondía bajo las sábanas. Sin un estímulo de ese tipo me cuesta mucho elevar el tono de voz. Me limité a taparme la cara con las manos, de este modo mi personaje daba a entender que prefería no ver la manera en la que iba a morir y yo me ahorraba la horrible visión de ver a cuarenta figurantes sobreactuando. Pese a todo, vi a algunos hacer muy bien su trabajo. Otros, sin embargo, aprovecharon para hacer el tonto en plan cutre. Vaya, lo mismo que esperarías de una clase de Instituto que va de excursión. Los que se tomaban el asunto a risa lo hacían en parte para evitar la vergüenza que les da actuar y en parte porque saben que apenas se les verá/oirá en el montaje final y serán un borrón fugaz irreconocible. “Yo soy estos tres píxeles, mamá, estoy cada vez más cerca de cumplir mi sueño, préstame otros 2000 euros para la escuela de interpretación”.
Hubo un momento particularmente gracioso en el que el héroe de la película nos salva a todos la vida con lo que todo el mundo debe mirarle y preguntarse quién es el héroe anónimo. Quiero insistir en lo de “héroe anónimo”.
Auxiliar de dirección: acción.
Figurante: ¡Oh, mirad, es [NOMBRE DEL HÉROE]!
Auxiliar de dirección: ¡Corten! A ver, no puedes gritar el nombre del personaje porque no tiene ningún sentido hacerlo ahora.
Auxiliar de dirección: ¡acción!
Mismo figurante: Oh, joder, oh, joder, coño, me cago en la puta, ese tío nos ha salvado, me cago en Dios. ¡OH, ME CAGO EN LA PUTA, CASI ME CAGO DE MIEDO, HOSTIA! Joder, macho.
Auxiliar de dirección: ¡Corten!
Y así más o menos varias veces, hasta que el director se cansó o pensó que ya tenía suficiente o se hizo tarde. Si no fuera porque, como he dicho, la propia naturaleza del figurante le impide disfrutar del trabajo, podía decirse que todo el mundo se divirtió bastante. O quizá no fuera diversión, quizá fuera más bien la novedad de hacer algo más allá de estar de pie y esperar.
El robo del siglo
Tras el festival de gritos y aspavientos, todo el mundo salió de la estación para dirigirse a comer. Yo sólo tenía que grabar una cosita más y podría irme. Mi compañero se quedó conmigo porque… bueno, porque eso es lo que hizo todo el tiempo. Es posible que no ganara nada estando junto a mí (para él yo soy una persona con conexiones) pero era seguro que no ganaría nada permaneciendo lejos, por lo que no se separó en ningún momento. No le costaba nada estar revoloteando a mi alrededor y si el director me necesitaba para algo, él quería saber el qué. Para lo que me necesitaban en esa última intervención mía era para hablar a cámara a modo de declaración de telenoticias.
“Tú explicas lo que ha pasado, improvisando un poco. Y tú te sitúas detrás de él, para llenar el plano”. Bingo, mi compañero sabía que podía conseguir algo y tener presencia en plano ya es suficientemente bueno.
Yo empecé a hablar libremente al micrófono, improvisando texto. No fui divertido ni ocurrente pero creo que estaba haciendo lo que podía esperarse de mí. Me he oído muchas veces y pensé que la tercera toma podría salirme más o menos bien. El proceso mental de decirme “tranquilo, esto está bien pero ahora te darán la oportunidad de repetir y como ya has generado el texto podrás centrarte en la dicción, la expresión de la cara…” es posible que provocara que mi habla se ralentizara un poco o que me callara medio segundo dejando un espacio valiosísimo que permitió a mi amigo empezar a hablar sin parar haciendo gala de una capacidad interpretativa que si bien era superior a la mía, no fue solicitada por nadie. Mi amigo detectó que yo era conocido del director, que estaba haciendo un cameo y que estaba, de alguna manera, contra mi voluntad, y supo que si no se despegaba de mí podría surgir algún tipo de oportunidad. Y en la última toma que hice, en el último minuto, la vio venir y la agarró como pudo, con las dos manos, la sujetó del cuello y la besó en la boca, introduciendo su enorme lengua hasta la garganta.
¿Se le puede culpar por ello? ¿Puedes mirar a la ojos a la criatura deforme que es el aspirante a actor y culparla de intentar conseguir ocho o siete segundos en pantalla? Es sucio y triste, sí, pero al mismo tiempo es tierno y conmovedor y noble. Él consideró todo el tiempo que yo no pertenecía allí y que estaba quitándole el trabajo a un actor de verdad. Y bueno, con mis comentarios y mis quejas no hice más que terminar de convencerle de esto. Y el director dio la escena por buena, quizá porque no piensa montarla, quizá porque no tiene importancia (posiblemente porque aparezca en un televisor, sin audio y a modo de atrezzo, en segundo plano) o quizá porque vio que era imposible sacar nada mejor de nuestras habilidades, ni de las mías ni de las de mi amigo el ladronzuelo de texto.
En todo caso no se repitió la toma, así que no sólo no pude mejorarlo sino que si la grabación aparece en la película, podrá verse el fotograma exacto en el que me miro a un lado y me cago en la puta.
Me reí, mucho, muy buen artículo. En este caso cualquier semejanza con la realidad es porque es totalmente cierto.