Vida de Jaénido

El escritor que unía literatura, oscurantismo y cerrajería

Este mes se cumplen veintiún años del fallecimiento, en circunstancias confusas, de Jaénido Banturras, último (y único) representante del movimiento literario denominado «Perpetrismo» que tanto ha dado que hablar en el último siglo. Sirva esta revisión literaria como póstumo homenaje.

El 11 de agosto de 1931, en una pequeña aldea que estaba siendo saqueada por leprosos, nació Jaénido Banturras. Sus padres, que lo abandonaron en las vías del tren 15 minutos después, no sospechaban que ese niño que se les había caído tres veces al suelo iba a ser una de las figuras más representativas de las letras de nuestro país.

Desde muy pequeño mostró gran interés por la literatura y a la edad de 9 años ya había escrito varias obras de teatro, poemas breves, libros de aventuras y una biografía suya (aunque incompleta). Estas primeras obras permanecen desconocidas para el gran público, ya que están escritas con muy mala letra y con tan flagrantes faltas de ortografía que no hay forma de comprender nada de lo que hay escrito.

Esta fue una de las características de su estilo posterior, que se haría patente en su primer libro de madurez, «Los postruf del anje» (1949) en el que se define a sí mismo como «enjoco, efe y sárfido, pero no cóncluve». Nadie mejor que él para saberlo.

Esta primera etapa, previa al movimiento perpetrista, se basa en el oscurantismo del autor. La prosa de Jaénido es indescifrable. Él justifica este hecho: «Eran años de censura atroz y había que eludirla de cualquier forma». Sus contemporáneos acuñaron el término «jaénido» para denominar «aquellos intentos de esconder a la luz cosas que no merece la pena buscar y que no recompensan su hallazgo». Básicamente, se lo aplicaban a él.

Tras «Los postruf del anje» vino su trilogía «Doce malegos de pacia» (1951) y el libro de poemas «Cantos del mú y de la tarra» (1953). De este último destaca la «Égloga Erre» que comienza con los célebres versos:

«Enja, enja, caballaje remuelo
juba, juba, henchido tacón
que de viejos curlos tapizas viruelo
jorla, cherle, vino y kulio rón»

Durante los 2 años siguientes, fascinado por los hallazgos de Joyce, al que considera «hermano en la prosa», decide profundizar en su estilo. Incapaz como era de ser más ininteligible, y decidido como estaba en dificultar la lectura de sus libros, insistió en que sus dos siguientes obras «Puño y burguete» (1957) y «Rajha, el muñón errante» (1958) fueran publicadas talladas en mármol, con letra diminuta y llenas de cerrojos, candados y cadenas. Los censores fueron incapaces de leerlos pero, seguros de que nadie sería capaz de hacerlo, permitieron su publicación.

Ese año decide mudarse a Madrid, al barrio de Chamartín (aunque él pensaba que vivía en Chamberí y se perdía constantemente al volver a su casa). Jaénido se convierte, en esta época, en el centro de atención de las tertulias literarias de los cafés. En ellas imparte las que finalmente se convertirían en las señas de identidad del movimiento perpetrista. «Perpetremos, hermanos», arengaba con un churro en alto, «perpetremos».

Ya que las revistas literarias de la época nunca publicaban los artículos que Jaénido les enviaba, decidió crear la suya propia. En 1959 aparece el primer número de «Énglide», que publicó puntualmente cada 3 meses hasta 1979. Desde esta tribuna, escribió sus artículos bajo el pseudónimo de «jaénido» (con minúsculas) para mantener el anonimato. La revista, de corte satírico (según su autor), repasaba el mundo literario de la época y se ganó la enemistad de todos sus contemporáneos, sobre todo tras su célebre «(…) mis contemporáneos, aparte de húgules y ladios, escurren trego de falón y nunca llegarán al pristo ni a la balia. Perecerán en su propia yúgula».

Además de sus publicaciones en «Énglide», publica «Mi chepa» (1966), un musical basado en la vida de Julio César y «La eñe que nunca uve» (1970) una colección de tercetos encadenados (literalmente) que vendía en ferreterías.

Desde finales de la década de los 70 hasta finales de los 90, se dedicó a su mastodóntico proyecto «Rodajas de sien y ubre» (2000), que finalizó inconclusa. En ella trata sobre las «infidelidades del viento y su continuo trufar de fropas».

Presa de enfermedades inexplicables y físicamente consumido, sus últimos años los dedicó a escribir chistes de abogados, a tallar ciervos volantes en patatas fritas y a diseñar rotondas. Glosó y compendió la totalidad de su obra y murió en su adosado de Aluche el 28 de abril de 2003.

Finalizo mi exposición citando los últimos versos que escribió y que definen la personalidad de Jaénido, cumbre de nuestra literatura, orgullo de patriotas y envidia de foráneos.

«Yaba la muña del tres, del tres;
que ni mila, ni trilla, ni cacha
y ni derrija el poltrero tirolés.
Sirve como ronchón y guirlacha.»

Luis Calvo
Luis Calvo
Cubista al cuadrado. Como no me gustan las frases hechas, me las hago yo mismo con la Thermomix.

1 COMENTARIO

  1. Creo que te has dejado, las palabras que dijo su primo en su entierro:
    Las pasadas del arroz, en las olas quedan.
    Más quien a ti te extraña, la oveja berrea.
    Me he emocionado

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