La vez aquella en que Zebenzuí el del Retamar casi alcanza un Emmy por hacer de sí mismo en el juicio de Paca la de los Meloneros

Las costumbres de cada pueblo tienen su intríngulis. La nueva autopista del sur, por ejemplo, se está construyendo sobre una población que conserva un procedimiento judicial bastante curioso. Cada vez que alguien era imputado por un delito, en el fondo de aquel barranco se ponía en marcha una representación teatral de los hechos dirigida por el juez. El reparto lo formaban los propios interesados, de la producción se encargaban los auxiliares y del vestuario los vecinos. Al fiscal y la defensa se los ahorraban si ponían en escena la verdad; la exposición de pruebas palidece frente a una actuación sincera.

El día que hallaron el cadáver de Paca la de los Meloneros entre unas matas el sistema se puso en marcha. Enseguida, la guardia civil comenzó las audiciones. De todos los candidatos para el papel de asesino la benemérita propuso a Marwan, pero el señor juez lo encontró un cliché. En cambio, decidió darle una oportunidad a Zebenzuí el del Retamar, que recibió la tan esperada noticia con lágrimas en los ojos. La pareja de agentes tuvo que reconocer el talento del muchacho una vez lo vieron caracterizado por Fefa la de la venta. Respecto al papel de víctima, lo tradicional era que el propio cadáver tomara parte en la función. Pero hoy día, los muy finolis, preferían utilizar un machango a tamaño real elaborado por la asociación de la tercera edad. La figuración la ponía el ayuntamiento.

Una vez dispuesto todo, comenzó la representación. El juez, seguido de su equipo técnico y de algún transeúnte curioso, andaba por las calles tras los actores que interpretaban todo lo sucedido el día de los hechos. Tenían a la prensa local disparatada. Nunca llegaron a captar la diferencia entre la auténtica manifestación contra las obras de la nueva autopista y la simulada por figurantes; Paca fue asesinada el mismo día en que se posicionó como concejala de medio ambiente en contra del proyecto. A causa de esta confusión, la crónica de la protesta se limitó a un escueto: «el juicio sigue su curso.» Tampoco las fuerzas del orden hilaron muy fino y parte de la figuración acabó en el hospital. Otra de las cosas que ralentizó todo el proceso fue el empeño del señor juez por lograr una actuación convincente del acusado. Lo más importante era salvaguardar la coherencia de una psicología criminal. Al saludar a la maestra en el parque, por ejemplo, tenía que traslucirse su resentimiento contra la autoridad, no podía ser tan simpático. O, en vez de comprarse unas papas de bolsa en el bar de Francisco, debía demostrar que la desesperación del vicio era lo único que lo movía y llevarse una cajetilla de tabaco.

En esas estaban cuando llegaron a la escena final, la decisiva para dictar sentencia. Uno de los agentes se postuló para operar el pelele que hacía de víctima. Con una mano le sostenía la cabeza y con la otra agitaba el brazo pegado a una pancarta que decía: «¡AUTOPISTA NO!» Zebenzuí se acercó en silencio y con la primera piedra que trancó le metió un taponazo en la nuca. Paca cayó al piso del que más nunca se levantó. Entonces, el asesino puso distancia e hizo una llamada.

En un salón de actos, el consejero de turismo del Gobierno de Canarias ofrecía una rueda de prensa junto a los representantes de ASSHOTEL. Había que vender al electorado el impacto positivo de la nueva autopista para el sector turístico. En cierto momento, la presidenta de la asociación hotelera tuvo que ausentarse para atender una llamada inesperada. A Gabriela Wolgeschaffen le sorprendió que Zebenzuí volviera a llamarla. El acusado se aseguró de vocalizar el nombre y la posición de su interlocutora, para a continuación reclamar sus honorarios: lo suficiente para una escúter con la que poder hacer repartos en la costa. Antes de que la presidenta pudiera contestar, el juez ordenó detener la escena y se acercó al acusado. ¿Acaso no veía en qué lugar dejaba aquello al sector hotelero y a las instituciones de la isla? Si no fuera por el turismo volverían a vestir pellejos de cabra. Después de unas indicaciones, el juez reanudó la acción. Zebenzuí se echó la muñeca a la frente y comenzó a proclamar su amor no correspondido por Paca. Tanto sentimiento le puso que arrancó el aplauso generalizado del público. Una maravilla, si no fuera por los agravantes.  Al final resultó que por aquel papelón nominaron a Zebenzuí a un Emmy. El alcaide le puso una pantallita en Tenerife II para que viera si se lo daban. No hubo suerte, se lo llevó el pesado de Pedro Pascal

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