Un bar tan extravagante y decadente que te hará desear volver a desayunar avena.
Aquí no encontrarás elaborados brunchs con aguacates, chía y otros alimentos que nadie sabe bien de dónde salen. Aquí prima la cocina de autor, y ese autor, es Gregorio. Gregorio compró el local hace unos años cuando el anterior dueño entró en bancarrota por jugarse las ganancias en las mismas máquinas tragaperras que había instalado para ganar dinero. El problema fue que no sabía que podía vaciarlas antes de que a otro le tocara.
Gregorio decidió que iba a invertir lo mínimo y esa apuesta empresarial arriesgada le llevó a quedarse con el antiguo nombre, el mismo cartel luminoso al que le faltan bombillas y las servilletas con el logo que no se llegaron a gastar porque el anterior propietario las guardaba para momentos especiales que nunca llegaron. Este reducto de soledad y desolación es fruto de la valentía de un emprendedor que empezó desde abajo con la herencia que su padre.
Brie de Meaux, Banon Feuille, Comté, son algunos de los mejores quesos del mundo y que sólo encontrarás si sales de este tugurio, cruzas la frontera, y decides empezar una nueva vida en Francia. Aquí triunfa lo local, producto de proximidad, kilómetro 0 para los entendidos. Apoyar a los negocios de alrededor comprando la fruta y verdura que van a tirar en el supermercado, la carne que ya empieza a oler y que el propio carnicero recomienda no llevarse… así todos ganan. Una ruleta rusa en la que las opciones fluctúan entre listeriosis y gastroenteritis.
Este pequeño bar está situado en un punto estratégico entre el local “Las delicias” y el “Club Edén Rojo”, con una decoración que venera la patria, suelos de terrazo antiguo y una larga barra de madera ligeramente pegajosa desde la que el propietario da la bienvenida a los visitantes con un seco y contundente “¿Qué se te ofrece?” Su falta de amabilidad no la suple su decoro, porque a Gregorio no le gustan los pantalones, nunca ha visto su utilidad. Así que como si de un teletrabajador vago se tratara, solo lleva la parte de arriba y un delantal. Si está detrás de la barra todo va bien, el problema es cuando se aleja de tu mesa y no puedes evitar fijarte en ese bamboleo hipnótico.
Sin frigoríficos, la única forma de comer fresco es ir hasta la ciudad. Aquí no hace falta conservar el producto porque llega ya caducado. Tampoco hay carta porque el menú lo marca la premura en dar salida a los alimentos.
Empezamos por unos callos a la riojana con una extraña capa blanca flotando por encima. La acidez se mezcla con el reflujo provocado por la pimienta sentando las bases para una digestión complicada. Sobre el plato, una rebanada de pan gomoso que parece ser de hace varios días y sardina que, si bien no pega demasiado, queda muy original en la foto. Encima de la barra, en la que decido apostarme para degustar las delicias de esta peculiar hospedería, el dueño coloca un café aguado al que añade leche demasiado espesa para mi gusto. El vaso, porque aquí no hay tazas, huele ligeramente a brandy barato. Por último, Gregorio me trae un plato “cortesía de la casa” con una variedad de todo lo que se le está poniendo malo: un huevo frito frío, tortilla de patatas reseca, 3 manzanas marrones y un plátano negro. Además de medio croissant que se ha dejado el parroquiano de al lado “y para no tirarlo”
El hilo musical entremezcla noticias que explican quién tiene la culpa de todo lo que marcha mal en este país y una selección de coplas antiguas que hacen las delicias de la clientela (Manoli, Arturo y Paco)
Termino mi plato de callos con dificultad y, ante la insistencia de Gregorio, acepto la bolsa con el logo del Pryca para guardar todo lo que me ha dado. Al pagar descubro que me ha cobrado su cortesía en forma de dinero así como el terrible chupito de aguardiente que me ha obligado a tragar con los restos del café “porque no vamos a manchar otro vaso si al final luego todo se mezcla ahí dentro”
Me marcho con un regusto amargo que no sé bien si viene de las viandas consumidas o del dolor por esa España que estamos perdiendo por culpa de las cafeterías de moda con sus cafés de especialidad y sus tostas de aguacate.
Por mi parte, seguiré recorriendo esos lugares regentados por valientes que resisten y donde los paladares más exigentes pierden el sentido del gusto y el olfato.