Es posible que se hayan personado dos agentes de la policía municipal en vuestro domicilio y que hayáis intentado huir por la ventana del baño, quizás quedando encajados porque es una ventana muy pequeña, pero es la que da al árbol por el que se puede bajar hasta la calle y salir corriendo, suponiendo que no os caigáis otra vez.
El plan no habría funcionado porque, en cualquier caso, habríais bajado justo al portal, donde estaban los agentes llamando al timbre, y os los habríais encontrado igual. Además, no venían por las gallinas robadas —ese es otro tema, aunque aprovecho para decir que soy inocente y que las setenta y cuatro gallinas que tengo en casa vienen de incubar unos huevos que compré hace meses y son, por tanto, mías— sino para entregaros una carta certificada en la que se os exige formar parte de una mesa electoral.
—¿Es usted Jaime Rubio? —dirían los agentes al ver vuestro cuerpo asomando por la ventana justo hasta lo que vosotros llamáis “abdomen” y vuestra esposa imaginaria insiste en llamar “barriga”.
—No, no… Soy otra persona —contestaríais—. Antonio no sé qué. García, por ejemplo. Antonio García Porejemplo.
Pero justo en ese momento saldría del portal una vecina, que miraría arriba, y al veros, os saludaría:
—Hombre, Jaime Rubio, ¿qué tal? Otra vez encajado en la ventana del baño —y luego a los agentes—. Este Jaime Rubio siempre hace lo mismo cuando viene la policía. Supongo que será por las gallinas robadas.
—¡Son mías! ¡Las incubé personalmente con mi culo!
Bien, como algo muy parecido me ocurrió en las pasadas elecciones, os traigo algunos consejos que os pueden servir para libraros de este deber que no tiene nada de democrático, porque si fuera democrático, no nos obligarían, votaríamos primero para saber a quién le endosamos el marrón. Entiendo que sería complicado porque para esas elecciones tendríamos que formar mesas y nombrar presidentes y vocales, para los que a su vez antes deberíamos votar, etcétera.
El caso es que, en mi opinión, es un deber ético intentar librarse de esta responsabilidad y creo humildemente que mi experiencia puede servir como ejemplo.
Lo primero que hay que hacer es acudir a la oficina de la Junta Electoral Central que corresponda. Es importante no confundir la oficina de la Junta Electoral Central con el bar La Oficina, que no tiene nada que ver. Además, hay muchos bares La Oficina y otros tantos que tienen otro nombre diferente, pero también están abiertos, y uno llega a la junta completamente borracho.
Una vez en la junta, hay que alegar motivos que razonablemente nos eximirían de esta responsabilidad. Hay algunos que no sirven, como estar muy borracho.
—Hombre, falta casi un mes. Ya se le habrá pasado.
—¡Pero igual me vuelvo a emborrachar!
—Pues no lo haga.
—Touché.
—Oiga, no me toque. ¿Por qué toca?
—Por lo de touché.
Dato importante, un fun fact de esos: los funcionarios no saben francés.
Tampoco sirven las siguientes alegaciones: no saber contar, no saber leer (y, por tanto, no poder ejercer como “vocal”), ser demasiado atractivo, ser nazi, no tener brazos (me los puse a la espalda, pero ya me los habían visto), ser demasiado atractivo (lo intenté dos veces), cogerle una pistola a uno de los policías que se encargan de la seguridad de la oficina, agarrar a la primera persona que uno vea y gritar “si me obligáis a ir a la mesa electoral, lo mato”. Por mi experiencia, lo que ocurre en estos casos es que la alegación queda anulada con un táser por la espalda y dos noches en el calabozo.
Total, que hay que tener una excusa buenísima y horrible para librarse como, no sé, ser francés. Si no podemos librarnos, tenemos que pasar a la segunda fase, que es la de presentarnos en el colegio electoral el día de las elecciones. Estas son las técnicas que empleé y que me sirvieron para librarme de esa obligación, insisto, nada democrática.
De entrada, llegué llorando. Fue fácil porque había que madrugar en domingo y las lágrimas salieron solas. Tal y como esperaba, todos me preguntaron qué me ocurría:
—Estoy muy triste porque me he muerto.
Bien, un dato o fun fact a tener en cuenta: al parecer, la gente no llora cuando se muere, llora cuando muere otra persona. Yo no lo sabía porque no me había muerto nunca.
Otro truco es no estar presentes cuando pasen lista.
—Jaime Rubio, vocal.
—No he podido venir, lo siento. Me ha salido una cosa.
La lógica era impecable: si decía que no estaba, no me podían obligar a ponerme en la mesa, pero como estaba, tampoco me podían multar. Intenté explicar esta paradoja legal —una trampa 23, mejor que la 22— a los agentes de policía, pero no les convencí. Eso sí, les caí bien porque se pusieron uno a cada lado.
Llegados a ese punto, me obligaron a sentarme en la mesa. No tuve más remedio que hacer mi trabajo y ejercer mi autoridad. He de decir que me lo tomé en serio: puse un cordón de terciopelo para no dejar votar a nadie que no diera un poco de caché a nuestra mesa, pero no funcionó.
—No puedes votar con esas bambas.
—Estoy en lista.
Y lo estaba. Todo el mundo estaba en esa lista, que mis compañeros de mesa insistían en llamar “el censo, Jaime, no es una lista, es el puto censo, siéntate ya y deja de joder”.
Fun fact: el voto es secreto, pero no es ilegal intentar adivinarlo. Lo sé porque probé, con el objetivo de que me expulsaran.
—Vaya pinta de fascista tiene este… Seguro que vota a Vox.
—Oiga, esto no es ni medio normal —dijo Pablo Iglesias, sorprendido al ver que le había leído la mente.
Tampoco nos echarán tras declarar que nuestra mesa pasa a ser “la mesa nudista, porque los nudistas también tienen derecho a votar en libertad”.
Un truco algo más eficaz, pero no definitivo, es tomarnos una pausa muy larga para el café, de unas siete u ocho horas, y llegar justo cuando estén con el recuento.
Otro fun fact muy curioso es que no es verdad que cada miembro de la mesa tenga derecho a anular un voto, rompiéndolo en público entre carcajadas.
La ventaja de este fake fun fact es que, entonces sí, la policía te pide que por favor te apartes de la mesa y tus obligaciones con la “democracia” quedan anuladas. Recomiendo empezar por ahí.
La desventaja es que pasas seis meses en la cárcel. Si os ocurre algo parecido, os recomiendo mi libro Cómo sobrevivir en la cárcel: cien fun facts sobre la prisión. Incluye, de regalo, un cepillo de dientes con el mango afilado como un cuchillo.
Espero que os sirvan estos trucos, consejos y fun facts.