Esta Navidad logré escaparme unos días a un pueblo con encanto. La modernidad se olvidó de pasar por Villar del Padrenuestro, y menos mal, porque cada vez cuesta más encontrar cobijo y hogar lejos del acelerado y deshumanizado ritmo de la urbe contemporánea.
Dios nos libre de ser turistas rurales, nuestra visita fue de carácter familiar. Podría ahorrarme los detalles, digamos que los correveidiles del pueblo ya se hicieron eco, y no sería difícil de conocer la historia acudiendo a la red social de Villar: el bar de Pilar. Mi santo esposo heredó la casa de su difunto bisabuelo, y nos encontramos en trámites de asignar su cuidado a alguna familia española que pueda transformarla en un apacible retiro. Nos pareció buena idea devolver a la familia todo lo que nos ha dado, y creemos que la localización de la vivienda es ideal para todos aquellos que quieran reconectar con las raíces, disfrutar de la bonanza de la vida local, extirpando así de la ciudad a gente ávida de contacto con nuestros orígenes, los fines de semana o puentes.
Si uno se acerca al bar de Pilar, puede conocer también el estado actual de la comarca. Por ejemplo, en el ambulatorio han dejado de manejar el noble arte de la sanguijuela, y hubo que curar la tubercolis del niño de los periódicos con medicina moderna. «Los hombres ya se casan con otros hombres, esto sólo es una estocada más», relataba el otro día nuestra vecina Mercedes, reunida con el resto de cara conocidas, con las que comparte algo más que el código postal. Mercedes y sus vecinas son uno de esos corrillos de sabias en sillas de esparto y madera (fijense, sin plástico, menuda lección de ecologismo inesperada). Esta asamblea rezuma más antifascismo y dignidad del que habrá nunca en reuniones de desnortados, desnortadas y desnortades, donde brilla más el lenguaje y los piercing de la cara, que las ideas propuestas. Por que dirán ustedes si importa más desafiar al estado junto a los ofendiditos de los desahucios, «víctimas» de humildes caseros, o echar un cable vecinal a Manolo el sifonero, que hubo que buscarle cobijo cuando la parienta lo echó de casa por supuesto putero.
Por eso nos parece imprescindible que nuestros amigos y conocidos puedan disfrutar de Villar del Padrenuestro como nosotros. Mejor aún, si es temporada alta, y así nos ayudan a pagar el gasto que nos está suponiendo el arreglo de la casa. Porque es de bien nacidos ser agradecidos, y por un módico precio, tendrán a mano enseñar la verdadera cultura a sus descendientes. Los niños tienen derecho a correr sin miedo a los coches, a aprender de primera mano de dónde viene su comida, y el fisgoneo en ventanas ajenas. Y qué decir de la cultura que se puede palpar en Villar, dónde la familia puede deleitarse de nuestro acervo nacional, sin interferencias extranjeras como HBO, los castells, o la txalaparta. Porque ya está bien de imposiciones, de lo políticamente correcto, y de ponerme cortapisas en las teclas. Por lo tanto, aprovecho una vez más mi columna semanal en un periódico de tirada nacional para decir que hasta aquí hemos llegado, muy señores míos. Que a una no la van a callar, y que si tengo que plantarme aquí delante, lo haré una vez más, poniéndome a disposición de todo aquél que quiera unirse a esta verdadera revolución, reservando en el enlace que aparece a continuación una habitación en nuestra humilde morada. Por España. Por Una, Grande, y con desayuno incluido.