Psicología exprés: Educar en los setenta era mucho más fácil que ahora

En este post os voy a contar las tres razones por las que, si tenéis hijos, lo mejor que podéis hacer por ellos es educarlos como vuestros padres lo hicieron con vosotros.

La que escribe no tiene hijos, pero lo aplica con sus perros y una chinchilla llamada Melanie (Klein).

1.       Una hostia bien dada ahorra tiempo

En la sociedad del estrés, de las jornadas de trabajo interminables, las redes sociales y los mil canales de tele (en mi época había 2 y nos sobraba uno), hay que economizar el tiempo. Aunque te levantes a las 4 am haciendo burpees, tienes que encontrar unos minutos para descomer tranquila. Además, tu rutina de cuidado facial – que antes no existía – ahora te lleva mínimo una hora. No hay tiempo material para argumentar con un niño adormilado, que quiere Colacao en vez de Nesquik. De hecho, sólo para decidir si debes llamarle niño o niña, necesitas mucho tiempo.

En mi infancia, “tú” o “mocosa” era como se dirigían mis padres a mí, y era tan afortunada, que no los veía ninguna mañana. Estaba con la niñera, y ella entendía bien lo de ahorrar tiempo: si no tragaba rápido la comida me ayudaba con un buen bofetón. Salíamos al cole puntuales como clavos.

2.       Las emociones no sirven para poner comida en el plato

Mi padre, un hombre exitoso y muy enfocado en sus objetivos (sería un Llados de su época), tenía claro que las emociones eran un estorbo. De bebé se me permitió llorar todo lo necesario, pero a partir de los tres años fui comprendiendo que mis emociones eran propias de gente débil y quejica. He vivido sin ellas desde mi infancia, gracias a la educación sensata de ese gran hombre.

Ojalá entendáis, padres del siglo veintiuno, la eficacia y el ahorro de tiempo que supone eliminar la expresión de los sentimientos en casa. Para llenar los silencios siempre estuvo la tele, y ahora hay la posibilidad de encadenar Los hombre de Paco con los Serrano.

3.       No hablemos de sexo.

En mis tiempos, no había adictos a la pornografía como ahora, que parece que los niños ya se han masturbado con un vídeo de Pornhub antes de tener todos los dientes. De niña, no debía temer que mis compañeritos de clase quisieran poner en práctica una orgía zoofílica. Todos éramos inocentes por igual. En casa no se mencionaba nada acerca de esos temas oscuros, y sólo tenías que cuidarte de tus familiares, o de algún exhibicionista del parque.

¿A los siete años, qué niña no contaba con un tío al que le gustaba salir desnudo a desayunar? En el parque donde jugaba, pude ver pasar al primer señor mayor con el rabo fuera, por ejemplo. Así fue como mis amiguitas y yo fuimos aprendiendo de lo que era el sexo, con experiencias propias que nos enseñaron gradualmente a respetarnos.

En casa, el único consejo de mi  querida madre, “No vayas a acostarte antes de casarte, eh. No querrás ser una puta como tu hermana”, me servía para comprender la diversidad de formas en que otras personas podían apoderarse de mi sexualidad. Y es que mi novio, por otro lado, me presionaba para follar de una vez, aunque yo no hubiera cumplido los dieciséis.

Otros tiempos, más naturales, como la vida misma. Lo que daría yo por volver a esa época…

Laura R.
Laura R.
Profe, redactora y traductora freelance (o sea, pobre)

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