Consideraciones sobre la práctica del yoga

Hace casi veinte años, acompañé a una amiga a una clase de yoga gratuita con la única intención de echarnos unas risas y pasar la tarde. Tras dos décadas de compromiso intermitente con la práctica y asistencia irregular a clase, mi flexibilidad y fuerza han mejorado considerablemente, adopto llamativas posturas y saludo al sol con la energía de un varón heterosexual que se encuentra a un viejo amigo por la calle.

He aprendido mucho sobre mi propio cuerpo y el de los demás, ¡qué organismo increíble! Los músculos poseen memoria, los ligamentos son capaces de adaptarse a nuevas exigencias y casi cualquier cavidad puede acumular un importante volumen de aire a la espera de ser expulsado sonoramente en el momento más inoportuno.

Las carnes se endurecen, los músculos se definen y la postura se endereza; aunque una sesión intensa de yoga puede hacer que tengas que arrastrarte hasta un sofá no muy alto con temblorosos espasmos a pasar lo que queda del día, los beneficios sobre el aspecto físico son innegables. Compartir el aula con otros cuerpos envidiables en sugerentes posturas podría llevar a que una parte del cuerpo decida, sin contar con el resto, mostrar su admiración manifiesta y no solicitada, pero el yoga, tradición con una antigüedad de milenios, ya lo tiene todo pensado y la vestimenta para su práctica es tan desfavorecedoramente horrible que casi nunca da lugar a situaciones incómodas.

Una formación seria y estructurada es muy importante para evitar lesiones y mejorar adecuadamente. Mi maestra, con la flexibilidad y el aspecto de un junco, vale mi peso en oro; asiente comprensiva cuando les explico que no puedo tocar al suelo con los estiramientos laterales porque me hacen tope las mollas, me ayuda pacientemente a desenredar mis agarrotadas extremidades para poder salir de algunas posturas y sujeta firmemente mi tobillo cuando intento huir subrepticiamente de clase antes de tiempo. Cuida de que nadie en el aula se lesione: hay dolores «malos», que indican algún problema y hay que parar inmediatamente, y dolores «buenos», reflejo del esfuerzo muscular y el progreso del cuerpo, que hay que abrazar con entereza. Ya es mala suerte que mis dolores sean siempre de los buenos. Si alguien se queja de dolor en las rodillas, se cambia su manera de practicar; ante el más leve dolor de lumbares, se traen más mantas como apoyo; pero si yo grito angustiada porque se me ha rampado un michelín, me pide con cierta excesiva dureza que cierre la boca y respire por la nariz y siga practicando mientras con una colleja me indica la alineación correcta de la cabeza hacia las piernas.

Mi escuela de yoga utiliza los nombres en sánscrito para las āsanas, las posturas; al principio puede parece casi imposible recordar estos complicadísimos nombres de intrincada grafía, pero algunos significados suenan muy parecidos: Suptaāsana significa supino, Trikonāsana es una postura en triángulo; aunque hay que tener cuidado con Svastikāsana, que no es levantar un brazo sin doblar el codo, sino cruzar las piernas en una relajada postura sedente.

El yoga observa la naturaleza en la búsqueda de perfección en las posturas y equilibrio: Marjaryāsana, la postura del gato; Gomukhāsana, la vaca, o Bhujangāsana, la cobra, se inspiran en la elegancia, la estabilidad o la potencia del movimiento de los animales. Cuando practico en casa, mi perro (Svanāsana) se lame los genitales mientras me observa con curiosidad y yo medito sobre el significado de estas enseñanzas. Se aprende mucho, con el yoga. 

María R.C.
María R.C.
Ciertas personas se divierten con mis desventuras.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Más cosas

Papá Noel Reanimated

Cabeza temporal