Estoy enamorado de una rata de Plaza Cataluña. Suena raro, pero es verdad. Si te dijera que la primera vez que la vi era el día de lo enamorados, podría justificarme de alguna manera, pero te estaría engañando, fue el 9 de octubre, el día europeo del arte rupestre. Yo estaba en el andén esperando a que llegara el metro de la línea roja, dirección Fondo, para ir a trabajar y ella estaba en la vía sacando una patata frita de una bolsa del Mc Donald’s. Cruzamos la mirada, y su manera de roer me hizo reír. Fue amor a primera vista. Bueno, hablo por mí.
Desde ese día, me la encuentro todas las mañanas rebuscando comida a la altura de la máquina de vending de la salida de Passeig de Gracia. Una vez me la encontré con un bocadillo de queso, pero no se comió el pan. Creo que es celíaca. De hecho, algunas mañanas me compro un donut para comer en el metro y simular que estamos desayunando juntos, que tenemos una cita. Nos miramos mientras masticamos, pero aún no nos atrevemos a decirnos nada. Aunque tampoco me hace falta. Soy feliz así.
No sé si vive en la estación de Plaza Catalunya o está haciendo el transbordo. Lo único que sé es que, si me retraso, no coincidimos. Es muy puntual. Y celíaca.
Lo malo de enamorarse de una rata es que no puedes buscarla después en Instagram. Ni en LinkedIn. Incluso un día, le hice una foto a escondidas para intentar buscarla en redes sociales a través del buscador de imágenes de Google, pero la calidad del zoom de mi móvil es tan mala que no salió nada.
No te voy a engañar, he fantaseado muchas veces en dejar caer un zapato a la vía para tener que bajar a cogerlo y poder estar más cerca de ella, pero me falta confianza. Estoy esperando a que me dé una señal.
A ver, yo sé que es de locos enamorarse de una rata, pero ahora mismo, después de una ruptura, cualquier ilusión es bienvenida. Y al final no es tan raro. Tengo amigos que cada dos por tres me cuentan que se han enamorado de un desconocido en el metro o en el autobús. Incluso algunos llevan meses en una relación entre paradas donde únicamente se dedican a cruzarse miradas y nunca llegan a decirse nada. Al menos yo puedo desayunar con mi rata en la distancia. Además ¿Qué diferencia hay entre hacer eso con una persona humana o hacerlo con una rata? Ninguna. Es más, te diré una cosa, eso es incluso peor que lo mío, porque yo no puedo envalentonarme un día e ir directa a hablarle a mi rata. Primero, porque se asustaría. Segundo, porque no se hablar rata. Pero ellos sí, ellos podrían hablar con esa persona con la que coinciden todas las mañanas, de la que hablan luego por la tarde con sus amigos, para ver qué pasa. Así que… ¿Quién es el loco ahora? Seguramente yo, porque estoy enamorado de una rata de Plaza Cataluña.