—No me bajo del burro. -Dijo Agustín, el niño más tozudo que había conocido su abuelo Enrique.
—Haz lo que quieras, pero el animal no va a entrar en casa, tienes que comportarte como tus quince hermanos, que hacen todos lo mismo y no me dan ningún problema— dijo el abuelo desabrochándose el botón del cuello de su habitual camisa de cuadros.
Agustín veía desde fuera de casa como sus hermanos y sus dos abuelos comían plácidamente. De vez en cuando, el abuelo Enrique levantaba la cabeza, lo miraba con desaprobación, pero al mismo tiempo lo invitaba con los ojos a que se bajara del burro y entrara a comer.
Agustín estaba cómodo con su burro flaco. En tiempo pasado, ese mismo animal que ahora nadie prestaba atención, todo el mundo lo quería montar. Ahora, él, lo respetaba y amaba como nada en el mundo. Por eso no quería bajarse del burro.
El abuelo Enrique había enseñado a todos los nietos a montar a caballo, y todos los nietos tenían uno propio de la misma raza, todos iban al paso, al trote y al galope de la misma forma. Por eso le gustaba tanto a Agustín su burro, porque el animal era diferente. Diferente a todos.
—¿Por qué me lo pones tan difícil?— Le preguntó el abuelo al nieto.
—Porque tú también quieres montarte en el burro— Contestó descaradamente Agustín.
—Yo ya monté muchos años a este animal y a su padre, ahora son más cómodos y bonitos los caballos. Como los de tus hermanos – Señalaba el abuelo a los caballos que estaban a lo lejos.
El abuelo se quedó mirando a los quince hermosos caballos, blancos, de la misma altura y de una elegancia superior. Luego miró a su nieto Agustín con su burro desaliñado. El nieto interrumpió su pensamiento preguntándole:
—¿Y qué pasó? ¿Qué pasó para que no volvieras a montarlo?
—Me bajé del burro…- Contestó con la mirada perdida.
—Yo no lo haré – Dijo Agustín sonriendo y dándole la espalda para irse a dar un paseo.
Entre dientes, y viendo cómo se alejaba el pequeño Agustín, el abuelo dijo:
—No te bajes del burro, Agustín. No lo hagas nunca. *
*A los pocos días, el burro murió, y cuando llegó la oferta de un gran caballo blanco, Agustín no la rechazó.