Hace más o menos un mes, antes de entrar en el Bar Mediterráneo en Barcelona para actuar en un Open Mic me encontré con el cómico Alex Ayres. Él estaba de vuelta de visitar su pueblo en Inglaterra y tenía aún calderilla en el bolsillo. Para hacer la broma Alex nos fue dando monedas británicas a todos: “tomad, una moneda de la suerte” nos decía con su castellano de acento divertido. Yo me reí, le di las gracias y me la guardé en el bolsillo sin hacerle mucho caso.
Esa noche subí al escenario con un texto que me tenía un poco insegura y me fue realmente bien. La semana siguiente en el open mic de la Llama falló una cómica y subí de en sustitución con un texto medio improvisado que había esbozado mientras los demás actuaban. Me fué muy bien, dadas las circunstancias. Y ahí lo tuve claro: todo era mérito de mi moneda de la suerte.
Pensaréis que yo no tengo ni idea de cosas mágicas y que esta tontería es una obnubilación temporal. Pero os equivocáis, porque sé que esto es algo potente, ya que tengo estudios en el tema de lo oculto. Cuando yo era pequeña (unos 12 años), mi padre se fué de casa y nos dejó jodidos y con un montón de deudas. Para ayudarme a lidiar con mis traumas, mi madre me apuntó a un curso de algo llamado “Control Mental”. Quizás alguno de vosotros pensará que esa era la forma que tenía mi madre de decir que me llevaría al psicólogo. Estáis equivocados. Yo pensé que era un sitio dónde me enseñarían a mover objetos con la mente y que tendría superpodere. Yo también estaba equivocada. Mi madre en realidad lo que pensó es que sus hijas estarían dos horas cada tarde vigiladas por la señora de la tienda de esoterismo y ella podría dedicar ese rato a llorar a solas. Pero eso no es importante, lo importante es que tengo un curso certificado de magia, así que sé a ciencia cuando el destino me está favoreciendo de forma sobrenatural y por tanto puedo constatar y afirmar que ¡TENGO UNA MONEDA DE LA SUERTE!
Desde que la tengo sé que todo me va a salir bien. La moneda, desde mi bolsillo, está preparada para, pase lo que pase, velar por mí y aportarme un porvenir dichoso.
Mi moneda ahora mismo tiene un valor incalculable e intangible, un valor que no puedo ver ni comprender, pero en el que confío ciegamente aunque los demás consideren que soy imbécil. Para que lo entendáis, es como una criptomoneda, pero New Age.
Soy muy afortunada. ¿Cuántas personas debe haber en el mundo con una moneda de la suerte tan buena como la mía? Quizá el mío sea un caso único. Lo que pasa es que estos últimos días la presión de tener en mis manos una moneda de la suerte tan buena, me está poniendo nerviosa y me genera inseguridad. ¿Y si no estoy a la altura de lo que la moneda espera de mí? Sufro una angustia constante que me empuja a hacerlo todo deprisa y mal. Me equivoco. Cometo errores. De hecho, desde que tengo la moneda de la suerte, todo me sale mal.
Y sé fehacientemente que la responsable de esa desdicha no es la moneda, si no yo, que no cumplo sus expectativas. No estoy preparada para el papel que se me ha preparado. No estoy lista para mi propio destino.
La verdad: tener una moneda de la suerte se está volviendo una pesadilla.
Vivo con la zozobra de saber que estoy limitando mi moneda, y pienso que quizá por egoísmo estoy afectando al futuro, no sólo de mí misma, sino de todo el planeta. Me acongoja pensar que estoy reteniendo la moneda para mi propio uso y disfrute siendo yo de tan poquita calidad.
Visto en retrospectiva, que moneda de la suerte haya caído en mis manos ha sido uno de los peores golpes de mala suerte que he sufrido nunca. Es por eso que, amigos, os hago llegar esta misiva. Si alguno de vosotros siente que puede ser el elegido para esta encomienda y tiene la suficiente determinación como para hacerse cargo de esta maravillosa moneda, rogaría que contestara a esta carta (con una lista de atributos y 5.000 pesetas) y yo le haría llegar sin ninguna duda, esta valiosa moneda. Pienso que la moneda será plenamente efectiva en manos de ese tipo de personas a las que, a diferencia de mí, les sale todo bien.
Sin más, me despido atentamente, un poco menos nerviosa, y con la esperanza de ser lo suficientemente valiente como para desprenderme de tan valioso talismán.