Así era la vida en la Edad Media

La vida en la Edad Media o, como nosotros la llamamos, la Edad Actual, es dura. Estos son años oscuros porque el Sol aún no ha crecido lo suficiente y refresca mucho, sobre todo por las mañanas. Y además, el café aún no ha llegado de Oriente y cuesta una barbaridad despertarse. Mi primo Alfonso X el Sabio (no es el rey, pero se llama igual) siempre dice que no es persona hasta que se toma su primer café, así que lleva toda la vida sin ser persona y le quedan unos cuantos siglos para conseguirlo.

No solo no hay café, sino que, como no hemos descubierto América, olvídate de tomar un colacao o de untar tomate en el pan. También te digo que igual no me gusta nada de todo eso, porque no lo he probado. No sé ni cómo es el tomate. Me lo imagino como un perro, pero más pequeño.

Hay gente que se salta estas normas. El otro día pillé a mi vecino, Jaime I el Conquistador (tampoco es el rey) fumándose un piti. Y le dije, pero tío, que aún no tenemos tabaco, que si te ve la guardia real te va a poner una multa por ir creando paradojas temporales. Y me dijo que ya, joder, pero es que le apetecía mucho. Para que no dijera nada me pasó una bolsa de patatas fritas con sabor a jamón. No sé de dónde saca estas cosas. Le he preguntado, pero siempre se hace el loco. Total, que pillé la bolsa y me la fui comiendo de camino a la taberna. Saludé a Maimónides (se llama igual que el filósofo, pero no es el filósofo) y le ofrecí una patatuela. Me dijo esto sabe raro. Y yo, claro, muerto de risa. Y le enseño la bolsa y el pobre no sabía ni por dónde empezar. Que si aún no han llegado las patatas de América, que si no puede comer jamón. Se mosqueó mucho y me dijo que al final envenenaría el pozo del pueblo, pero esta vez de verdad, no como cuando matamos a toda su familia porque pensamos que lo había hecho.

Eso también le molestó en su momento, pero Maimónides es un tipo cabal y el enfado se le pasó en cuanto le explicamos que aún no sabíamos nada de gérmenes, bacterias, antibióticos y demás. Entendió que en esas circunstancias lo más lógico era pensar que una persona un poco diferente nos quería matar a todos.

A mi edad (16 años) ya debería estar casado, pero como no tenemos Tinder y el pueblo es pequeño, no es fácil encontrar mujeres solteras. En la taberna desde luego no están, a no ser que contemos a la hija del tabernero, Violante de Hungría (sí, se llama igual que la reina, pero no es ella). Violante es feísima si tenemos en cuenta los estándares actuales. Es alta como un espantapájaros, rubia como una alemana, de ojos tan azules que probablemente sea ciega y no pueda darle el sol, y terriblemente delgada, no creo que pese ni doscientos kilos. Además, sabe leer y eso hoy en día nos asusta, porque igual lee hechizos o novelas de Arturo Pérez Reverte, y además leer no sirve de mucho porque aún no tenemos facturas.

En la taberna siempre desayuno lo mismo: una jarra de vino y unas gachas. A veces me lamento en voz alta de vivir en la Edad Media, lo que es un error si está por ahí Violante, porque siempre me dice que me dejo llevar por tópicos y que vivimos un momento de creatividad y conocimiento, y que se están asentando los cimientos de nuestra civilización. Pone como ejemplo las catedrales y las universidades que se están construyendo vete a saber dónde porque en el pueblo no es. Si no la mando a paseo, lo normal es que siga y diga que es una pena que Georges Duby y Jacques LeGoff aún no hayan nacido porque escribirán libros muy interesantes sobre este periodo, a lo que yo contesto que ojalá no existieran los franceses, que nos iría mejor a todos, y que todo el mundo sabe que el rey francés en realidad es una mula con peluca y barba postiza. Y ella me dice que me calle, que no sé ni dónde está Francia, y yo le digo que claro que sé dónde está Francia, está en tu culo, le digo, bruja, más que bruja, y ella me dice que en el pueblo hace falta una Irene Montero y que un día me iba a revisar ella personalmente los privis a guantazos. No sé quién es esa Irene Montero de la que habla todo el rato. ¿Otra francesa? ¿Un invento americano?

Una vez desayunado, voy a mi zapatería, porque soy zapatero. Mis padres murieron ya mayores: 23 y 19, ambos tras un parto imaginario. Pero les dio tiempo a preocuparse por mi educación. Mi madre quería que estudiara para ingeniero de telecomunicaciones —eso es el futuro, decía— y me saqué la carrera en una universidad a distancia temporal. Pero tuve que meterme a aprendiz de zapatero porque lo mío aún no tenía salidas, al ser el futuro. Mi maestro zapatero se resfrió, probablemente porque le hechizó Maimónides, y murió con el cuerpo lleno de sarpullidos y llagas negras dos horas más tarde, así que me quedé con el taller. Lo malo es que no le dio tiempo a enseñarme bien y mis zapatos son los mejores del pueblo, pero solo porque no hay otro zapatero. Hay gente que los usa de guantes o de sombrero, por ejemplo, y nunca sé qué hacer cuando me vienen con agujeros o descosidos. Una vez Jaime I el Conquistador me trajo una cosa llamada pegamonta, o algo parecido, que iba muy bien y que me ahorraba mucho trabajo, pero se me acabó enseguida.

La jornada de trabajo suele estar entretenida. Y me puedo poner la radio. Lo malo es que al no haber electricidad, no se enciende, y tengo que tararear yo los clásicos del britpop. A veces algún vecino o algún cliente me pregunta qué canto, que suena bien, y le tengo que decir que ni idea, porque no sé inglés. Y luego escupo y digo que prefiero que me corten la lengua, la nariz y las orejas antes que aprender esa lengua del demonio. ¿Ailofyu? Una mierda para ti.

A mediodía paro para comer. Suelo volver por la taberna, donde tienen un buen menú: una jarra de vino y unas gachas. Violante siempre me dice que no me deje llevar por los tópicos y que la comida medieval es más rica y variada de lo que pensamos. Cuando se pone pesada con eso, le pregunto si me puede poner una smash burger o algo de sushi y se enfada mucho y vuelve a decir que un día de estos el movimiento feminista me cortará las pelotas, pero me deja en paz y puedo disfrutar de mi comida.

Estos son tiempos oscuros, por lo que comentaba del Sol, que no solo ilumina menos al ser más pequeño, sino que además se apaga antes y anochece enseguida. En cuanto nos quedamos sin luz, cierro la zapatería y me voy, tropezando con leprosos, tullidos y borrachos, hasta la taberna, donde ceno una jarra de vino y unas gachas.

El otro día me encontré allí mismo con el dentista del pueblo, Teobaldo II de Champaña (se llama como el etcétera de Navarra, pero no es etcétera), así que aproveché para quitarme la última muela que me quedaba. Se ofreció a hacerme una dentadura a partir de dientes de rata, de perro y con piezas de madera, pero era cara y le dije que me lo pensaría. A lo mejor podríamos intercambiar dientes por zapatos, le propuse, pero me dijo que el trueque era cosa del pasado y que la economía feudal iba camino del capitalismo gracias a los pequeños menestrales como nosotros.

Una vez en casa me suelo quedar mirando un par de horas el hueco donde estaría la tele y me quedo dormido hasta que me despierta el gallo, que no sé de dónde ha sacado un despertador que hace un ruido espantoso. Pero anoche me despertó otro ruido. Me asomé a la ventana y vi que la guardia real se llevaba a Jaime I. Pero qué ha pasado, pregunté. Por suerte conocía a uno de los soldados, que también estudió telecos, y me dijo que Jaime I se había pasado. No nos importa que se fume un piti o que que se tome un whisky de vez en cuando, me dijo, pero es que el tío se ha traído el Quijote y lo ha publicado con su nombre. Pero hombre, dije, mirando a Jaime I. Y él me contestó no sé, me pareció buena idea, y mientras se lo llevaban, vi que calzaba unos zapatos extrañísimos. ¿Qué llevas puesto?, grité. ¡Son crocs!, me dijo. Me estremecí. Soy mal zapatero, pero no tan malo como los zapateros del futuro.

Jaime Rubio
Jaime Rubiohttps://laconspiracion.es/
Jaime Rubio Hancock (Barcelona 1977, aunque aparenta 1981) trabaja en El País, donde escribe cosas y hace café. Ha publicado '¿Está bien pegar a un nazi?'. Autor del blog La decadencia del ingenio y de las novelas La decadencia del ingenio, El secreto de mi éxito y El problema de la bala. También ha colaborado con GQ.com y con Periódico Diagonal. Siempre habla de sí mismo en tercera persona para que no le confundan consigo mismo, pero me acabo liando y se delata.

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