Las aventuras veraniegas de Agustín en el puerto de Blanes

Desde el paseo, en lo alto, Agustín contemplaba el restaurante del puerto de Blanes. Llevaba días observando a los parroquianos del lugar y sus costumbres. Dejaban los barcos amarrados y bajaban, elegantes, directos a la terraza del restaurante primero para posteriormente cenar dentro, en el salón principal. Él quería eso, pero faltaba algo, no tenía hambre… bueno y tampoco tenía un barco. 

Decidido, amaneció en la jornada siguiente con el propósito de mezclarse con aquellas personas y disfrutar de una cena en el restaurante del puerto. La planificación era perfecta, difícil sería que algo urdido durante todo el verano saliera mal. Como tantas veces ha hecho se volvió a repetir, delante del espejo, al igual que un mantra, su famosa frase: “La virgen, me estoy quedando calvo”, y después dijo el verdadero mantra, orgulloso: “Cogito ergo sum” (descarto que sepa su significado). 

Con la ropa adecuada para la ocasión (el traje de marinero de la primera comunión) Agustín comenzó su misión. Entrando con aires de almirante por el puerto cogido del mástil, arrió las velas, que era un par de mandalas que tan de moda están, y con buena técnica hizo dos nudos a la perfección para dejar atracada su embarcación. Todo ellos sin dejarse intimidar por las miradas atónitas de los que en la terraza del restaurante veían cómo un hombre con un traje de marinero de niño, dejaba flotando en el agua una moto vespa con un palo y un mandala.

Nuestro titán de lo mares observó como su embarcación se iba hundiendo hasta desaparecer quedando el cabo tenso y únicamente espetó una frase: “Qué buen nudo he hecho”. Con la cabeza alta, el pecho hinchado y el ombligo fuera, se dirigió a la puerta del local, donde una chica con el pelo recogido a la perfección le preguntó si tenía reserva. Ahí, el capitán Pescanova, se deshinchó y recordó que no había llamado para hacerla.

Avergonzado volvió cabizbajo a su casa, su plan había fallado, sentía que había perdido el tiempo, pidió perdón a todos sus antepasados marineros por defraudarlos (no tiene ninguno, es originario de Teruel), pero a veces, lo que parecía perdido se vuelve a erguir. Llamaron a la puerta y la sorpresa fue, ver a la chica que lo había atendido, que curiosamente era su vecina, le entregó un papel con la hora y la fecha para poder cenar en el restaurante al día siguiente. Le dijo que llevaba tiempo viéndolo mirar el local desde el paseo y justificó el error como algo que le pasa a mucha gente. Le dio un abrazo y ambos con una sonrisa de oreja a oreja se desearon buena noche. 

La cena del día siguiente llegó, y al entrar en el salón, cuarenta policías le estaban esperando para llevárselo detenido por el delito de entrar en un puerto privado, con una embarcación ilegal, fondearla y provocar que un yate se hundiera con catorce personas a bordo, con la suerte de que los implantes y el botox de los ocupantes les hizo flotar hasta la llegada de la ayuda, el cocinero del yate sí murió, pero fue antes, por un corte con un pez espada a la hora de elaborar un pincho. 

Agustín, resignado, dijo levantando las manos: “Ningún viento es favorable para el que no sabe a dónde va”.  Y luego apostilló: “Un mar en calma nunca hizo experto a un marinero”.  Añadió otra: “El mar es el espejo de nuestra alma: sereno, tempestuoso o insondable”. Y cuando iba a decir otra, ya le pegaron un golpe en la nuca y se calló. 

Santiago Caballero Díaz
Santiago Caballero Díaz
Escribo teatro y lo unico que me gusta del ser humano es la risa. Que se mueran todos los hijos de puta, yo el primero.

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