Pierre Kagajon ha sido siempre un enigma envuelto en terciopelo en esta industria implacable que es la moda. Poco dado a entrevistas o autopromoción, Kagajon ha optado siempre por definirse a través de su trabajo, dejando que sean sus diseños los que hablen por él.
Ha tenido que venir una escritora casi desconocida para el gran público pero de sólida trayectoria, Irenè du Minovelle, a remachar uno a uno los pespuntes de una biografía muy esperada, investigando concienzudamente en los pocos registros que existen y en los testimonios de sus más allegados, con la dificultad añadida de hacerlo desde su entorno ruralizado.
Kagajon mostró un fuerte interés por la moda desde niño, cuando aprendió a zurcir calzoncillos de la mano de Èmile Salazon, el sastre ciego de su barrio; de él heredaría su característico pespunte irregular y lo que luego sería una de sus firmas, el dobladillo asimétrico, ingeniosamente salvado con modelos cojas.
Pronto Kagajon compaginaría la costura con el diseño, llenando su casa de bocetos que iba haciendo realidad de manera autodidacta. Para Kagajon la falta de medios nunca fue un impedimento, sino un aliciente, y muchas de sus vecinas aún le recuerdan robando sábanas de los tendederos para hacer blusas y faldas, o las bragas de talle alto de Madame Fortín, la obesa kioskera de su barrio parisino, con las que elaboró su primer vestido de fiesta con cola de 2 metros.
El resto es historia y este libro la cuenta bien. Trufado de anécdotas, documentadas algunas, apócrifas otras, como aquella “batalla de eructos” que mantuvo con Karl Lagerfeld, cuando ambos coincidieron en Chanel, para decidir quién desfilaba primero; el káiser nunca le perdonó la derrota al haberse visto obligado a llamar a su colección “Bataille de rots”. Tardaron 20 años en volver a saludarse y eructarse.
En 1988, tras su salida de la firma, Pierre decidió poner en marcha su propia Maison, la Maison des Kagajon, donde ha creado su magia desde entonces. Sus audaces diseños han requerido campañas igualmente audaces, con eslóganes publicitarios que resuenan en la cultura popular: “Un buen Kagajon alivia… la tristeza de tu armario”, “Vive Le Kagajon”, “Tú y tu Kagajon, no necesitas más”… y tantas otras.
Toda mujer sueña con tener en su vida un Kagajon que la haga sentir segura, sexy, deseada, poderosa. No quiero destripar más la intensa obra con la que Irenè du Minovelle nos lleva de la mano al universo creativo y vital de Pierre Kagajon, pero puedo asegurarles que es una aventura intensa, llena de matices, un tránsito fluido por las cañerías de la elegancia que los lectores disfrutarán con un buen café, y quizás un cigarrillo, como le gusta hacer a Pierre por las mañanas.