No se culpe a nadie (Bueno, sí, al editor cruel de una revista satírica de medio pelo)

Sr. Juez,

Es costumbre de aquellos que están próximos a autolisiarse dejar una nota manuscrita explicando los motivos de su decisión. En aras de la no-imputación de inocentes, así como en virtud del rencor alojado en mi corazón (entendiendo por tal una entelequia que alude al sistema límbico), procedo por la presente a formular el famoso imperativo: No se culpe a nadie.

Parece difícil concretar en una única persona la responsabilidad de una existencia que decide auto-terminarse. Muchas son las razones para desear hacer un exitus de este valle de lágrimas: el tedio, la decadencia física que acompaña el pasar de los años, la desigualdad, el predominio de la estupidez recalcitrante… no es menester alargar la enumeración.

Parece costoso concretar, pero no imposible. En mi caso, puedo y debo concretar. Cúlpese de mi incuestionable decisión a un editor gris de una publicación, aún más gris (aunque se coloree de naranja, queriendo transmitir una falsa alegría en su identidad comercial). Antes de conocer su crueldad, vivía yo una existencia pacífica y sin sobresaltos.

Un buen día (o un mal día, tal como se demostró) me encontré con la mencionada publicación y vi que se instaba a la participación, sin grandes requisitos. Una fuerza desconocida me empujó a componer un sainete. Luego  lo hice llegar despreocupadamente, y olvidé el asunto.

A los pocos días, recibí aviso de su acogida positiva. Y ahí fue cuando, se podría decir, me até la soga al cuello. Conocí un veneno transmutado en ambrosía; conocí las mieles del éxito, y esa fue mi perdición.

Pero sólo un mequetrefe se basaría en un triunfo único para creerse ducho en el arte que sea. Probé pues una segunda vez, y el éxito fue aún más veloz. Y ahí estaba, atrapado en las redes del astuto editor, y no había vuelta atrás. Compuse y compuse sátiras para él, pero jamás volví a obtener su aprobación.

Vi cómo había otra persona, un rival cuyo rostro desconocía, que siempre recibía el honor de aparecer en la publicación. La ponzoña anidó en mi pecho, y creció mi odio por ese tal “C.”

Era el favorito del lábil dictador, y no había nada que hacer para cambiar esa situación. Con las semanas y los meses, fui perdiendo la inspiración. El calendario que se deshojaba marcaba mi descenso a la desesperanza. “C.” seguía su senda triunfal, mientras que yo, sin ideas y con demasiada ética para copiar las de otros, llegué a la decisión de acabar con todo.

Ojalá nunca hubiera probado ese fugaz bienestar, esa atención caprichosa del editor. Deseo que “C.” nunca sepa lo que se siente al caer en este abismo.

Bueno, no es honesta esa afirmación, y ya no tiene sentido disfrazar la verdad. En realidad, anhelo que le suceda exactamente lo mismo, y poder deleitarme viéndolo desde otra dimensión.

P.D.: Si pudiera enviar esta nota a la publicación satírica, Sr. Juez, se lo agradeceré en espíritu. Quizás esta sí la publiquen, si le sale de las vellosas bolsas escrotales al editor. 

Laura R.
Laura R.
Profe, redactora y traductora freelance (o sea, pobre)

1 COMENTARIO

  1. Laura R., estoy completamente de acuerdo contigo. No estoy muy seguro de quién es ese tal C. que mencionas (aunque me hago a la idea y, por lo que me han dicho, parece un idiota inseguro que coloca la hora del despertador para que los digitos sumen tres porque así piensa que las cosas le van a ir bien durante el día).
    Probablemente ese C. tendría que dedicar sus horas de escritura (que la verdad no sé de dónde saca, supongo que es rico) a otras cosas más útiles y necesarias, como (por ejemplo) pintar la cocina, arreglar el patio u ordenar el trastero de chismes.
    Te animo (como lector asiduo y admirador de este fanzine) a seguir escribiendo. Ese C. (que no conozco (ya te digo), pero me han dicho que es un gilipollas al que le salen muy buenas las lentejas), ha pasado también por numerosas crisis creativas, dudas y menosprecio por sí mismo (probablemente de forma merecida).
    Mi deseo es que el lastre de no haber tenido un mayor número de publicaciones (y tu odio compartido por C.) no te impida disfrutar de la escritura. No tengas miedo de copiar todo lo copiable (y de meterte con C.), porque al final tu estilo e ideas aflorarán de una manera u otra y conseguirás hacer de cualquier texto algo especial y tuyo.
    Espero volver a leerte pronto.

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