Mi cuñado siempre ha sido un copión, desde que le conocí.
Afición que yo tenía, la acababa teniendo él también y superándome, porque tiraba de VISA y se compraba lo que fuera, más grande.
De siempre me gustaron los relojes de pulsera Casio, especialmente los vintage. Pues bien, el día que lo supo, se compró veinte de golpe, incluido el que llevaba Marty McFly, y los colocó en un expositor en el salón.
En otra ocasión, fue la cámara de fotos. La llevé a una excursión por las lagunas de Ruidera y ese fue mi error: mi cuñado le echó el ojo, y no tardó ni una semana en comprarse una con un objetivo más largo y grueso (Freud sabrá).
Cuando se matriculó en los mismos estudios que yo, me di cuenta de que era un patrón. Pensé, “Seguro que no los termina”. Pero conforme yo iba avanzando, él también. Los dos acabamos con el título que nos acreditaba como “Graduados en trabajo social”. Ya no podía negarlo más.
Como crecí entre cuadros y arte (mi abuelo era un pintor más o menos reconocido), siempre he sido aficionado a pintar, y me parecía natural expresar mis ideas de esa manera. Por eso, lo que más me dolió es que mi cuñado me copiara también ahí. Y es que él, siendo desconocedor de la expresión artística, envió una acuarela a un concurso del hogar del jubilado, donde su abuelo iba a jugar a cartas y, para desgracia mía, ganó el primer premio. (Luego se supo, porque mi hermana se fue de la lengua, que el cuadro no era abstracto ni pollas, lo había realizado su hurón tras caerse en el bote de pintura rosa chicle. Pero a mi cuñado le picó el gusanillo del arte, y se puso a imitar la técnica de su infausta mascota).
A partir de entonces, el desgraciado siguió perpetrando bodrios sobre lienzo, sin técnica ni interés. Pero se creía tan bueno, que los ofrecía a todas partes, y se los exponían en locales que querían tapar agujeros de las paredes, como el de los amigos de las maquetas ferroviarias.
También empezó a ejercer la profesión que nos unía en cuanto acabó los estudios, pese a que sus ideas sobre educación iban de “Lástima que ya no se hace la mili” a “Si estuvieran picando en la mina no tendrían tiempo para tanta depresión”.
¿Qué hacía yo mientras? Dudar de mi valía profesional, y pensar que mis dibujos no podían interesar a nadie, porque soy un ser gris e insignificante.
Por fin, entendí que mi cuñado el de Móstoles es mi avatar, pero de color rojizo en vez de azul (sobre todo cuando ha bebido mucho lambrusco, su vino favorito. En eso es un gourmet, hay que reconocerlo).
Mientras él hace y hace, sin exigirse lo más mínimo, yo estoy ahí dormido, como en la película. Dudando de si debería ejercer, porque temo no estar a la altura, y dejando mis bocetos en cuadernos GVARRO que nadie ha abierto.
Como en la puta película, estamos conectados, y si él actúa, yo no puedo estar despierto.
Y por eso él venga a dar pinceladas sin haber hecho ni un cursillo, y a tutelar a chavales que no tienen otro remedio que soportarlo, por orden judicial. Y yo pensando y repensando, haciendo listas de pros y contras, y pintando los girasoles de Van Gogh en la tapa (o la taza) del wáter.
Hasta hoy. Hoy he encargado por el internet profundo una escopeta de las de verdad, y he invitado a mi cuñado a ir de excursión otra vez por la laguna de Ruidera. A ver si esta afición también le da tiempo a copiarla.