Pequeña historia de un corte en el brazo

Por suerte, no fue un corte profundo. Recuerdo mirarme el brazo y esbozar una mueca de disgusto, al ver que un hilillo de sangre brillante me resbalaba desde la herida hacia la muñeca. No es nada, pensé, se me cierra enseguida. No iba a retroceder hasta casa por esa minucia. Yo tenía once años, mi amiga Sara me estaba esperando para jugar al Final Fantasy V y eso era todo lo que importaba entonces. Me sequé un poco con el bajo de la camiseta del Aquarium que llevaba —que me iba tres tallas grande —y seguí trotando escaleras abajo hacia la calle. 

Por la noche, cuando volví a mi casa, el corte aún no se había cerrado. Procuré bajar al máximo la manga de la camiseta para ocultárselo a mamá, cené tan rápido como pude y me convencí a mí misma de que a la mañana siguiente la cuestión estaría resuelta. Me equivocaba. Cuando desperté, el corte no solamente seguía ahí, sino que habían brotado de él dos labios carnosos y rojizos, que flanqueaban la abertura en la carne a modo de boca. Antes de que pudiera romper a chillar, el corte empezó a hablar:

—Me llamo Pablo, mucho gusto —le dijo, retorciendo mi piel para dibujar una sonrisa. Yo estaba aterrada. La abertura en la carne dejaba entrever capas profundas de tejido rasgado en cada sonido que vocalizaba. Pero, al mismo tiempo, valoré que se hubiera se había tomado la molestia de presentarse. No quise parecer maleducada, y menos con alguien que, aparentemente, vivía en mi propio cuerpo.

—Yo soy Patricia. Encantada —balbuceé. 

Durante unos minutos, sopesé la posibilidad de echarle tintura de iodo por encima y zanjar el asunto. Aunque sospechaba que ya era demasiado tarde para eso. No se me ocurrió ningún otro plan y, de todas formas, mamá ya me estaba llamando por cuarta vez para que bajara a desayunar. Echando una mirada de reojo a mi nuevo inquilino, me vestí con una camiseta de manga larga y me fui corriendo al colegio. 

Hay que decir que Pablo se portó muy bien. No se quejó en todo el día, aunque pidió que le acercara la flauta en clase de música para practicar un poco. Se le daba fatal, no acertaba ni una nota. Yo, que a mis once años tampoco era precisamente una virtuosa, me reía de él:

—Eres el corte más desafinado del mundo, chico.

Un par de semanas después, el calor me obligó a ponerme camiseta de manga corta y revelar nuestro secreto. Sorprendentemente, tanto mi familia como mis amigas del colegio aceptaron bien a Pablo. Hay que decir que el corte ponía de su parte. Es muy educado, ya podrías aprender un poco de él, empezó a decir mamá cuando la tomaba conmigo. Las matemáticas se le daban bien. Cogí por costumbre ponerle un lápiz entre los labios para que completara los ejercicios por mí en clase. A cambio, le dejaba mascar chicle, cosa que yo odiaba, porque luego hacía explotar las burbujas sin ningún cuidado y se me quedaban los restos de goma de mascar rosa pegados en el codo.

Crecimos. En cuarto de la ESO, me puse un piercing en la ceja y le hizo uno a Pablo en el labio inferior. En aquella época, había cambiado el chicle por cigarrillos de vainilla, que compartíamos a escondidas a la salida del instituto. También compartimos a  primer novio, que siempre se jactaba de haber hecho un trío antes que ninguno de sus amigos. La cosa no duró demasiado. Nos sacamos el bachillerato —con bastante más mérito por parte de Pablo que mío, todo hay que decirlo —y nos matriculamos juntos a Ciencias Ambientales, pagando una sola matrícula, claro. Al fin y al cabo, Pablo lo iba a tener complicado para trabajar por su cuenta. 

Una tarde, de cañas con los de la facultad en una plaza, vimos a una niña caerse de bruces de la bici y abrirse un boquete debajo de la rodilla. Tendría unos once años. Miré a Pablo con cariño y él me sonrió. Ambos tomamos un sorbo de cerveza. La niña se volvió a montar en la bici y se alejó, pedaleando furiosamente, con la sangre resbalándole pantorrilla abajo. 

—Me pregunto como se va a llamar el suyo —murmuré, para que solo me pudiera oír Pablo. —¿Tú qué crees?

Aida Sunyol
Aida Sunyol
Escric relats urbanites amb dosis altes de sexe i depressió. Algun cop me’ls publiquen. Em miro internet des de @arpadelcamp. M’agrada fer safareig i el cafè.

1 COMENTARIO

  1. Ay, por favor. Qué genia. Los giros me han dejado alucinada. En la escritura, el texto revuelve, es gracioso e inesperado. Y ese final tierno que anuncia una nueva historia que imaginamos porque ya estamos en el mindset de este mundo… ¡Chapó!

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