La historia de Paco, un prodigio musical, que llamó la atención de todo su pueblo

(O de cómo empecé una novela que nunca terminé)

Paco, como todo virtuoso, fue un niño precoz, tanto que nació con nueve meses de antelación, cuando sus padres rendidos en la frustración de la alcoba rezaban con la esperanza de engendrar un hijo, cosa que llevaban intentando desde hacía tres años y que al pobre padre de Paco le había costado ya tres hernias discales. De pronto, en ese postcoital silencio repetido cada noche, escucharon ruidos en la puerta principal de su gran casa. Bajaron con premura a ver quién era a esas horas. En ese mismo instante sus rezos se cumplieron. Ahí estaba, un niño en una cesta, agarrándose fuertemente su cola, cual director con la batuta pidiendo el máximo brillo a sus oboes. Saliendo del jardín, el ayudante del panadero del pueblo, sudando, visiblemente nervioso y lleno de sangre. Con la excitación del momento, el matrimonio al verlo y reconocerlo dijo:

-¡Mira que nos han dejado aquí! ¿Qué raro no?

El ayudante sin decir nada, se montó en una bici y salió rápidamente de escena.

-¡Qué vaya bien el trabajo, Paco!

 Como ese nombre fue el primero que dijeron nada más ver a la criatura abandonada, decidieron bautizarlo de la misma manera.

 Nunca más volvieron a ver al ayudante del panadero, ni a la hija de la frutera, dicen por ahí las malas lenguas, que mantenían un romance y que ella estaba en estado. Después de una ardua investigación de aproximadamente dos semanas por parte de los dos policías del pueblo, no descubrieron jamás quiénes eran los padres del bebe.

Así pues, el pequeño artista creció en un pueblo rodeado de montañas, donde el cielo azul y el viento fresco eran medicina para cualquier mal, el sonido que venía de las montañas inspiraba a Paco, que con cinco años compuso la letra de una canción con el título VIENTOS DE MONTAÑA, decía algo así:

Montaña que me hablas,

Deja de gritar,

Deja de pedir ayuda,

Deja de pedir una ambulancia.

No te quejes,

Más no llores

Pues si de verdad me ves

Dime algo diferente a;

“Corre, niño de los cojones”.

Al pequeño le gustaba mucho el paisaje que adornaba su pueblo, pero era bien sabido el riesgo de esas rocas, ya que eran las más peligrosas del país y en donde más accidentes sucedían. Por lo que sus padres, le tenían prohibido ir solo. El mayor ejemplo que siempre le recordaba su madre, era que al día siguiente de escaparse a la montaña y llegar con la letra de la canción, habían tenido que rescatar a un hombre que cayó de lo alto del pico, que finalmente, tras varias horas de agonía que no se sabe por qué no aprovechó para pedir ayuda, seguramente por vergüenza, falleció.

Con la temprana edad de seis años, el genio demostró un don sobresaliente, que dejó perplejo al pueblo entero. En una excursión del colegio a la majestuosa iglesia del municipio, con su campanario de treinta metros de altura. Paco, el más menudo de su clase, preguntó al sacerdote, que les estaba explicando una a una y de manera un tanto sobresaltada, las pinturas nuevas que habían colocado en todo el edificio de Piet Mondrian, si podía tocar el campanario para la llamada a misa de las doce. El trabajador de Dios, accedió a que el muchacho hiciera sonar la campana, no sin antes advertir al grupo que había que subir toda la torre andando. Apenas el profesor vio la altura de aquellas escaleras, sugirió que el grupo de niños se quedara contemplando la variedad pictórica del tal Mondrian, al percibir la posibilidad de infartos de miocardios entre los menores o incluso en él mismo. Paco, desde pequeño atrevido, subió firme los primeros escalones siguiendo la túnica del sacerdote. Pasados unos minutos, llegaron a lo alto, exhaustos descansaron en unos asientos estratégicos que el cura tenía ahí colocados, debajo donde el adulto se había sentado, sacó una botella de anís y le dio un trago a morro, para paliar el cansancio. Paco lo miró receloso, el sacerdote paró el avituallamiento y dirigió la vista al menor, por un momento parecía que le ofrecería un trago, pero decidió ser un buen religioso y no incitar a la criatura a beber alcohol. Una vez terminada la botella, Paco recibió unos cuantos consejos de cómo accionar la campana, así como el número de veces que tenía que sonar. El mecanismo era aparentemente sencillo, tirar de la cuerda y sujetar con fuerza. No parecía tener más misterio, pero aun así nuestro virtuoso estaba emocionado.

Entonces, llegó el momento que aún hoy se habla en el pueblo del artista y que según multitud de crónicas, la explicación más racional era: un milagro o el nacimiento de una leyenda. Faltaban pocos segundos para empezar, el sacerdote un poco aletargado por el cansancio o quizá por la botella de anís ingerida aprisa, le daba las indicaciones al joven desde la silla de descanso. Llegado el momento, el religioso le dio la orden:

-¡Abajo, Paco!- Indicando que tirara de la cuerda.

Y Paco debido a su poco peso, en el momento que tiró de la cuerda, cumplió la Tercera Ley de Newton: “La fuerza que ejerce Paco sobre la cuerda es igual a la fuerza que la cuerda ejerce sobre Paco.” Si aún no habéis entendido lo que pasó, os lo resumo:

El joven, tiró de la cuerda y la cuerda lo tiró dentro de la campana. Lo único que el cura alcanzó a decir:

-¡Arriba no, Paco!

El tirón había sido tan fuerte, que la campana empezó a dar vueltas con el niño dentro, mientras el sacerdote intentaba coger la cuerda pero sin fortuna ya que veía tres, no sabemos si por el cansancio o por la botella de anís. Con el niño, recordemos de seis años, agarrado con fuerza al badajo, empezó a sonar con una pulcritud y suavidad el Adeste Fideles. Durante treinta segundos, desde el campanario para todo el pueblo, sonaba bellisimamente este himno latino, con la campana como único instrumento. Una vez terminado el centrifugado rápido al que se vio sometido el joven talento, el cura lo bajó con sumo cuidado y con lágrimas en los ojos de la emoción, manteniéndolo en brazos, le preguntó al pequeño:

– ¿Cómo has hecho eso, hijo?

– La música es mi vida y mi vida es la música. Quien no entienda esto, no es digno de Dios.- Contestó nuestro genio…

…No, es broma. Le vomitó el pobre crío al cura encima mientras lo tenía en brazos antes de que el sacerdote terminara la pregunta. Había estado medio minuto metido en una campana dando vueltas. El futuro virtuoso, salió con los pelos revueltos, los ojos asustados y sobre todo muy mareado, seguramente por el cansancio o por la sed.

Una vez cogidas las fuerzas y sin aun entender lo que había pasado, el religioso, adecentó al pequeño, peinándolo con unas gotas de anís que aún quedaban en la botella, para así disimular lo ocurrido, y le hizo prometer que no contaría nada a nadie. Poco duró la promesa, ya que al bajar del alto campanario, se encontraron con la iglesia abarrotada de vecinos haciéndose preguntas de qué había pasado y quién era el autor de tan breve pero bello concierto que había amenizado las calles del pueblo. Evitando algunos detalles como: la botella de anís, el niño rodando por la campana a treinta metros de altura y por supuesto el vómito, el sacerdote contó lo ocurrido anunciando que Paco era toda una promesa de la música…

Santiago Caballero Díaz
Santiago Caballero Díaz
Escribo teatro y lo unico que me gusta del ser humano es la risa. Que se mueran todos los hijos de puta, yo el primero.

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