Me llamo Miscopherus Jones (aunque todo el mundo me llama Misco) y soy detective de homicidios en la comisaría 33 de la policía de Chicago y os quiero explicar la historia del enigma que a día de hoy aún me corroe por dentro: mi primer caso como detective.
Era una tarde tonta y caliente, en verano de 1997, cuando el comisario Krummenauer me asignó el caso de un hombre llamado Herodes Almao, que falleció en su casa alrededor de la hora de su muerte.
Cuando llegué al escenario del crimen, al cabo de tres horas por un atasco terrible (y porque me paré a desayunar, todo sea dicho), me recibió el forense diciéndome: “hombre, el detective Misco Jones, veo que cumple con su fama de persona puntual”, a lo cuál no respondí nada, pero me pareció raro porque suelo llegar tarde a todos lados, y ese día más aún. En seguida vi que ya se había procesado toda la escena, pero el cadáver del señor Almao seguía ahí, en el suelo, con el cuchillo que lo mató todavía clavado. “No hay duda de que ha sido un asesinato”, dije, a lo que el forense me respondió: “¡guau! Gracias, Sherlock, no hubiéramos podido llegar a esa conclusión sin usted.” Esto también me pareció raro, porque me parecía algo muy obvio. Supongo que no se entera mucho de las cosas. Tras ver el cuerpo, me fijé en un cuadro que había justo encima del cabezal de la cama. En él aparecían dos personas abrazadas en una playa al atardecer y era realmente bonito. Quise preguntar por él, pero me dio un poco de apuro con su dueño de cuerpo presente, así que al final no lo hice. El caso fue avanzando y la científica encontró unas huellas en el cuchillo de uno de los sospechosos, que confesó en seguida, sin ni siquiera preguntarle nada, claramente gracias a mi técnica intimidatoria a la hora de interrogar sospechosos. No sé a cuántos años de cárcel le condenaron porque mi trabajo ya estaba hecho y me parecía un tostón seguir el juicio, la verdad. Y esta es la historia de mi primer caso, el cuál conseguí cerrar gracias a mi incansable esfuerzo. Nos vemos pronto para explicarles otro de mis casos. ¿Qué? ¿El enigma del que hablaba al principio? ¿Qué enigma? ¡Ah, sí, claro! El cuadro, el maldito cuadro… puse una excusa para volver al escenario del crimen, a ver si conseguía llevarme el cuadro a mi casa sin que nadie se enterara, pero ya había desaparecido. Jamás supe qué fue de él y me da muchísima rabia, porque de verdad que era precioso.