De un balcón a otro ella le advierte que cierre las ventanas, que han llegado al barrio unas cucarachas gordas como ensaimadas que no solo son feas, sino que encima vuelan, las muy hijas de perra. Así se lo dice, lasmuyhijasdeperra, como si el volar fuese una característica que las cucarachas en cuestión han desarrollado únicamente para joder. Para tocarle los cojones a la gente pobre que no tiene dinero para un aire acondicionado y se ve a obligada a abrir las ventanas para sobrellevar el calor sofocante de Barcelona. La señora le otorga a las cucarachas privilegio de clase y abuso de poder. Se lee a sí misma como una víctima más del sistema. Dios mío, ¿de qué sistema estamos hablando? Las cucarachas ni siquiera se cuestionan lo que están haciendo, dice, una prueba más de su puto privilegio. Irrumpen en su casa como si fuera la suya, sin importarles la hora. La obligan a levantarse del sofá (¡a su edad!) o a dejar de hacer lo que sea que estuviese haciendo para coger la escoba y el matacucarachas. Tiene que perseguirlas por toda la casa, con el peligro que eso conlleva. La señora podría romperse la cadera o quedarse inválida de por vida. Su hijo tendría que dejar el trabajo para cuidar de ella. ¿Y de qué coño iban a vivir? Pero eso a las cucarachas se las suda. Están borrachas de poder. El otro día intenté discutir esto con una cucaracha que entró en mi casa, dice. ¿Cómo? Parecía buena gente, sentía que con ella sí se podía hablar, pero al final me empezó a vender el cuento de la meritocracia. La misma mierda de siempre. Al parecer le dijo que si tenía alas es porque se las había ganado después de millones de años de evolución. Eso le dijo. Algo que era de esperar porque todas las cucarachas son iguales. Escoria. La señora escupe en el suelo asqueada, pero el escupitajo se le queda a medio camino y se lo acaba limpiando con la manga. Es extraño mantener una conversación normal con alguien que lleva la manga mojada de su propia baba. A la señora se le enrojecen las orejas de la rabia. Y esto podría hacerle perder credibilidad, pero se mantiene firme en su discurso. Las cucarachas no volaban antes, continúa, las moscas y las abejas, sí, pero las cucarachas no han volado en su puta vida. Eso es apropiación cultural, joder. La señora está tan enfadada que se agarra al balcón con fuerza apretando las manos. ¿Qué será lo próximo? ¡¿Cucarachas con trenzas?! Los dedos blancos, sin circulación. Claramente esta conversación se está yendo de madre, pero algo de razón tiene. Si no eres negro no deberías hacerte trenzas. Eso es así. CAGOENDIOOOOS… La señora tira del balcón como si quisiese arrancarlo. Y por un momento parece que el balcón va a ceder, pero el balcón es de hierro y ella no pesa más de 45 kilos, sería muy loco que lo lograse. En la calle, varias personas se han parado para escuchar el discurso de la señora y han llamado a sus familiares y amigos para que se unan a este momento histórico. También ha llegado la televisión. Quieren cubrir la primera rebelión contra las cucarachas que está teniendo lugar en la calle Riera Alta. Este momento aparecerá en los libros de historia, de eso no hay duda. En la calle ya no cabe ni un alma. ¡SE-ÑO-RA! ¡SE-ÑO-RA! Grita la gente desde abajo. La señora se aguanta orgullosa las ganas de llorar. Está emocionada. Ha estado toda su vida esperando este momento. Y entonces hace algo que muy pocos esperaban y todos estaban deseando: se sube al balcón y se lanza. Confía ciegamente en sus seguidores que la reciben y la pasean en volandas calle arriba y calle abajo. Ella sonríe con los ojos cerrados. Se deja pasear. Hasta que pasa por debajo de su balcón. Por debajo del tuyo. Y abriendo muchísimo los ojos, te mira y te dice: cie-rra las ven-ta-nas. Te lo dice gesticulando mucho para que puedas leerle bien los labios. Y tú obedeces. No sabes muy bien porqué, pero lo haces. Entras y cierras el balcón. Y cierras también las ventanas. Hace calor. Hace muchísimo calor.
Muy bueno. Sigue dando caña a las cucarachas.