—Demasiadas mujeres.
—Eso es una canción de C Tangana, No creo que sea el mejor título para definir tu vida.
—Pues, pocas mujeres.
—Eso es obvio, mírate la cara…
La conversación ya se alargaba a las tres horas cuando aún no habían decidido el epitafio de la tumba de Agustín aún en cuerpo presente. Cuando, después de unos segundos de silencio el pobre Agus, dijo interrumpiendo a la nada:
—Perdón que no me levante.
—Noo, eso es muy típico ahora, hacerse el gracioso, el sentido del humor, etc. Hay que ser serios. Te estas muriendo, ¿entiendes?
—Bueno… a ver… al ser yo el que se muere, algo entiendo.
Y la conversación se alargó un par de días más.
—Que no Agus, que no. Eso es muy poco original.
—No se me ocurre nada más.
Y los días pasaron a ser semanas.
—A ver, qué te parece: Perdón que no me levante.
—¡Pero si eso me lo dijiste ya!
Y la enfermedad terminal que iba a acabar en tres meses con Agus, aguantó tres meses de discusión. Y otros seis meses más. Incluso un par de años más donde los dos amigos, el sano y el enfermo no se decidían.
—Si queréis los mayores elogios moríos.
—Me suena… pero está bien. Ya puedes morir.
Agustín, como buen enfermo terminal, falleció al momento. Con tan mala pata que su gran amigo olvidó la frase y puso la tan ya repetida broma de: “Perdón que no me levante.” *
*Ninguna mujer fue al entierro.