Amados por unos, odiados por otros, ignorados por los adolescentes… Los percheros nos rodean cotidianamente, haciendo nuestra vida más cómoda. Pero para conocer la aparición de tan apasionante elemento de nuestra cultura popular, vamos a adentrarnos en la figura de su inventor.
Comencemos por el principio. Tras varias generaciones abocadas al nomadismo a través de la estepa rumana, más por necesidad que por curiosidad, la familia Fehér se estableció en el siglo XIX en la parte occidental del Imperio Austrohúngaro. La familia cambió su apellido por el de Flemenstrong, tras una confusión de documentación en la frontera (diferentes estudios indican inequívocamente que era una familia pragmática y de poca discusión).
El 28 de abril de 1870 nace en Graz en el seno de esta humilde familia, rodeado de abrigos, Tobias Flemenstrong. Fue bautizado con el nombre del barbero de su padre, amigo de la familia, y por lo que se supo después, amigo muy íntimo de su progenitor.
Tobias destacó rápidamente entre sus hermanos en el campo de la inteligencia. No es un hecho destacable, pues dos de sus hermanos murieron como consecuencia de su estupidez: el mayor pensó que podía ganarle a un cocodrilo en un triatlón, mientras que el pequeño murió asfixiado en una pila de abrigos porque olvidó salir. Su hermana Margaret sí sobrevivió a la infancia mientras educaba a Tobias, pues sus padres, deshollinadores, prácticamente no hacían vida en el hogar.
Fue Margaret la que levantó la liebre en cuanto al prodigio de su hermano, al descubrirlo un día untándose en manteca de cerdo para entrar mejor en el pantalón. “Este muchacho nos va a sacar de pobres, hay que llevarlo a la escuela”, les dijo a sus padres. Ellos accedieron, pues al confundir la palabra escuela (Schulgebäude) con orfanato (Waisenhaus), pensaron que era buena idea quedarse por fin con una única boca que alimentar.
Tobias acaba matriculado en la escuela Ausias Màrch de Graz, donde cayó en gracia de su profesora de lectura. La señorita Kallax (seño para sus alumnos), viendo que el muchacho repetía atuendo constantemente, y observando cómo el chico traía media rata cada día para almorzar, decide adoptarlo para llenar una habitación vacía de su casa (aún no se habían inventado los gatos). Al pedirle la tutela de Tobias a sus padres, estos hicieron gala del pragmatismo familiar y sus pocas ganas de discutir, y cogiendo el abrigo del chico del suelo, se despidieron de él.
En el hogar de Kallax, Tobias aprende a comportarse, obteniendo maneras, refinamiento, higiene personal, jerseys de cuello alto, y adquiriendo un excelente gusto por el vino. “¿Un vinito, Mrs. Kallax?” era la frase que iniciaba largas tardes de charla en las que Tobias aprendía aquello que no le enseñaban en la escuela. Unos años más tarde, al cumplir los 15, se celebra el tercer centenario de la Universidad de Graz, llenando la ciudad de algarabía, llamando la atención de nuestro muchacho.
A Flemenstrong se le mete entre ceja y ceja que quiere ir a estudiar lenguas muertas a la Universidad, provocando no pocas discusiones en el hogar con Mrs. Kallax. Estas discusiones pillan a contrapié a Tobias, pues era el primero en su familia en practicar este arte, y acaba por encerrarse en su habitación hasta la mayoría de edad, descubriendo así el onanismo, los fanzines y el punk-rock. Finalmente, tras una huelga de hambre involuntaria, Tobias Flemenstrong acepta ir a la Universidad para matricularse en Ingeniería de la Inventiva.
Tobias resulta un chico excelente, destacando en prácticamente todas sus asignaturas, salvo “debate”, que la llevó a septiembre. Además, termina de formarse gracias a los créditos de libre elección, aprendiendo remiendos en clase de costura, programación agujereando tabletas en clase de álgebra, y antisemitismo en clase de pintura.
Durante esta época, Tobias conoce a su mujer de la forma más común en el campus: al girar un pasillo, tropezó con un abrigo y cayó de bruces contra el suelo. Allí se encontraba Lucinda Butler, la cuál había tropezado anteriormente.
Flemenstrong acaba Ingeniería en el año 1896, presentando como proyecto final de carrera la puerta que se abre para dentro (hasta entonces sólo se abrían hacia fuera). Además, fruto de su investigación durante el doctorado, surgen técnicas que presentó en la Feria Mundial de París 1900, como mirar por la ventana a ver quién viene [T. Flemenstrong, Physical Review 9, 288 (1899)], o decir “buenas tardes” a partir del mediodía y no después de la siesta [T. Flemenstrong, et al., Physical Review 10, 129, (1900)].
Los círculos sociales que rodean a Tobias aumentan de categoría de forma trepidante, pues los aristócratas del Imperio querían tenerlo cerca para invertir en sus avances. Un momento crucial tuvo lugar durante una fiesta en honor a la Virgen de la Caridad en el Palacio de Schönbrunn (Viena). La noche del 18 de agosto de 1911, Tobias entró en Palacio con su mujer, tomando un asistente sus abrigos. “¿No va a tirarlos al suelo?”, preguntó Lucinda al mayordomo. “No señora, los llevamos a una habitación vacía y allí los sujetamos”. “¿Puedo verlo?” preguntó Tobias. “Por supuesto señor, acompáñeme”. El mayordomo condujo a la pareja a una habitación enorme, llena de asistentes sujetando un par de abrigos cada uno.
Durante el baile, Tobias no se podía quitar de la cabeza esa magnánima imagen, y preguntando al resto de asistentes, corroboró que la alta alcurnia solía disponer de una habitación guardarropía durante los eventos. Flemenstrong, ducho en inventiva pero pésimo en pitch, intentó que le financiaran una investigación hacia Dios sabe dónde, pero que podía cambiar el mundo. Sólo consiguió convencer al archiduque Francisco Fernando de Austria: “Muchacho, me pasaré por la universidad en tres meses, enséñame un prototipo y te entierro en cuartos, paisano“ fue la archiconocida frase que Francisco Fernando pronunció, poniendo en marcha el trabajo.
En su vuelta a Graz, Tobias se encerró en el laboratorio, para dar forma a todo lo que venía rumiando. Una noche, quedándose dormido sobre folios llenos de garabatos, se despertó gritando: “¡Uretra!, ¡una máquina en lugar de un hombre!”. Y se puso manos
a la obra, inventando lo que hoy día conocemos como el perchero. Para el prototipo inicial, un perchero requería de la piel de al menos una docena de ardillas (Sciuridae Velcrum), excelente por su fricción textil. Ese prototipo fue sancionado por la Unión Europea debido al alto coste animal/producto, y tras una reunión de equipo larguísima en la que hubo que pedir sushi y todo, se decidió el uso de madera como material base de los percheros.
El éxito del perchero en el mercado fue abrumador. No había casa de ningún estrato social sin uno. Los suelos de todo el mundo empezaron a liberarse de abrigos, chaquetas y capas, permitiendo su uso para otros menesteres, como deambular o molestar a los vecinos. Flemenstrong se hizo de oro, y compró a sus padres y hermana una casa. Su padre le pidió otra para el barbero, y por no discutir y haciendo gala del pragmatismo familiar, accedió.
Pero no todo iba bien en la sociedad Flemenstrong-Fernando, pues aparecieron problemas por el camino. Por un lado, la tala indiscriminada de árboles para hacer percheros empezó un problema de deforestación que no ha terminado hoy día. Por otro lado, el lobby de mayordomos vio como el paro en el sector aumentó. La llegada de los percheros a los palacios provocó que las habitaciones de guardarropía se llenaran de tarros de cristal vacíos, o de bolas de grasa animal (leer invención de la piscina de bolas).
Las protestas de los mayordomos escalaron hasta la desgracia. El verano de 1914, Tobias y Francisco aprovecharon una visita de negocios a Sarajevo para llevarse a sus esposas, una de sus clásicas salidas de vacaciones y negocios. “Esto más que una empresa es una familia”, solía pronunciar Tobias. El 28 de junio, saliendo de un buffet libre de camino a un musical, el lobby de los asistentes a eventos de palacio asesina a Tobias Flemenstrong y al archiduque Francisco Fernando. La madre de Tobias, al ser preguntada en una rueda de prensa si el motivo de aquel atentado era geopolítico, por no discutir y haciendo gala del pragmatismo familiar, asintió. Esto provocó el inicio de la Primera Guerra Mundial, eclipsando la historia de este inventor hasta hoy.
La mujer de Tobias acabó retirada de la vida pública, mientras perfeccionaba el perchero en el garaje de casa, añadiendo más enganches en su honor. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, la familia Flemenstrong borra su rastro involuntariamente al traspapelarse sus pasaportes en la frontera de Uruguay.
A pesar de que la globalización nos trajo el método hegemónico norteamericano para guardar la ropa (colocarla en el respaldo de la silla), aún hoy día nostálgicos y aficionados disfrutamos del buen uso de los percheros. Cada vez que cuelgue su chaqueta, o coja su bufanda del perchero, acuérdese de Tobias Flemenstrong, que murió para liberar nuestros suelos, y calentarnos el alma acercándonos el abrigo.
Relato ganador del concurso de biografías satíricas de La Llama School.