¿No os ha pasado alguna vez que estás en un bar bebiendo unas cervezas, te animas a echar un pulso y de repente, crack, te rompes el brazo? Lo malo es que al final no sabes quién ha ganado, porque claro, en cuanto te partes el brazo lo normal es parar el combate, y técnicamente aún no ha habido un ganador. Desconozco si en estos casos se aplique alguna regla de victoria por K.O, ya que literalmente el brazo rival no puede seguir luchando.
El caso es que, en ese momento no te lo crees, pero la realidad está ahí para decirte: «Eh chaval, ¿te acuerdas de cuando tu brazo no se creía un ente independiente de tu cuerpo?». Lo único en lo que puedes pensar es en ir al hospital. Y en el dolor, claro.
Ahí te surge la duda, ¿pedir un Uber o llamar a una ambulancia? El hecho de que estés en un país extranjero donde sabes que te van a cobrar por la ambulancia te hace rápidamente despejar esa duda.
Al salir del local, tu cuerpo te pide un tiempo muerto y sientes que te vas a desmayar. Si tienes la suerte de tener gente a tu alrededor, estos harán de ancla con el mundo, y harán lo posible para mantenerte despierto. Finalmente llega el Uber y empieza la travesía hasta el hospital. Curiosamente empiezas a sentir que la carretera ha dejado de estar asfaltada y sientes cada pequeño salto del coche como si fueras por un camino pedregoso en algún país recóndito.
Finalmente llegas al hospital, y te das cuenta de que tu tarjeta sanitaria europea hace un tiempo que caducó, así que intentas cuanto antes renovarla. Afortunadamente cuentas con la clave permanente y puedes hacer los trámites vía on-line. Aún así, las dudas sobre si al final tendrás que pagar los gastos no se disiparán.
Pasas a la consulta y te atiende una simpática doctora, la cual deja de serlo cuando te dice que te tienes que desvestir. Piensas que eso no va a ser posible, mientras que poco a poco y con mucho cuidado al final lo consigues. La médico hace una primera evaluación: lo que tú en un principio creías que era quizás una dislocación, resulta ser una fractura, lo cual explica lo de la independización de tu brazo. Luego te llevan a una sala donde te hacen unos rayos X, y ves con tus propios ojos la realidad. Te colocan una vía para suministrarte analgésicos, y te dicen que probablemente te harán dormir, pero aún estás con los trámites para la renovación de la tarjeta sanitaria, así que dejas todas las contraseñas para que puedan terminar el trámite, como si te estuvieses muriendo y dejases una especie de última voluntad. Finalmente consigues hacer los trámites y te dicen que te tienes que quedar hospitalizado, así que te despides de tu acompañante y te llevan a tu habitación.
Una vez allí empiezas a asimilarlo todo. Aunque sea de noche, no consigues dormir, en parte por el dolor, y en parte porque compartes habitación con otra persona quien necesita una especie de máquina que no logras identificar para qué sirve, pero emite un sonido un tanto desquiciante. En algún momento se te pasa por tu cabeza desconectarla.
Tras un tiempo te dicen que te tienen que operar. Pides agua a un enfermero, y te dice que no puedes comer ni beber nada antes de la operación, aún así, lo intentas con un segundo, pero no hay suerte. Al final te resignas y aceptas tu destino de convertirte en bocaseca man. No dejas de pensar en si la operación estará cubierta por la tarjeta sanitaria que hasta el momento de la fractura estaba caducada y luego sospechosamente fue renovada en el momento de la hospitalización. Piensas en los ahorros que tienes y si serán suficientes para cubrir los gastos. Incluso antes de entrar en quirófano preguntas a las personas que están allí. Efectivamente te dicen que no tienen ni idea, pero que la operación es necesaria, así que estoicamente empiezas a aceptar la realidad.
Afortunadamente te anestesian el brazo antes de la cirugía. No sabes muy bien si te van a aplicar anestesia general antes de la operación, y si vas a estar despierto mientas te abren el brazo para ponerte una placa de metal en el hueso. En algún momento te das cuenta de que sí, y te empiezas a dormir. Tras un tiempo recobras el sentido y te dicen que la operación fue bien.
Al fin te traen agua y te dicen que en una media hora te traerán algo de comer. Esperas un poco, tras una hora empiezas a sospechar que se les habrá pasado, pero igual decides esperar un poco más. Ya tras unas dos horas decides preguntar y finalmente consigues comer algo después de un día en ayunas. En la noche consigues conciliar ligeramente el sueño, en parte por el cansancio acumulado, sin embargo aún sigue ahí la maquinita con su ruido, y las constantes entradas y salidas de los enfermeros, hace que no logres dormir más de a lo sumo, una hora seguida.
Ya al otro día, empiezas a pensar en el fatídico momento, y en si es peor una fractura o una factura. Finalmente te dan el papeleo y te dicen que ya te puedes ir. Ufff, por fin, te sientes súper agradecido con toda la gente que allí te atendió, y aliviado al saber que puedes irte del hospital sin tener que dejar allí un riñón.
Aún queda un largo camino hasta la recuperación, pero eso lo dejaremos quizás para un próximo capítulo. A modo de moraleja, si bebes, no eches pulsos, a menos de que quieras vivir la inolvidable experiencia de ganarte una fractura a pulso.