Jajaja, me pregunto cómo vas a leer esto, cegatona, que sin mi ayuda no puedes ni darle a un interruptor. Alguien te lo estará leyendo mientras tú escuchas y me buscas frenéticamente por los lugares más insospechados. Pero ¿dónde crees que voy a estar, si no es en mitad de tu absurda cara? Lejos, rompetechos, estaré lejos ya, en busca de una nariz más amplia, unas manos más limpias, unas orejas a la misma altura.
Siempre me he sentido orgulloso de mi poder, casi mágico, de proporcionar visión a los discapacitados. También soy consciente de mi importante labor protegiendo tus ojos de agentes externos. ¡Pero si un puto perro te da un lametón tienes que limpiarme! ¡Inmediatamente, no cuando llegues a casa!
¿Sabes la vergüenza que paso cada vez que alguien te mira a los ojos con interés, con admiración, con deseo, y, de repente, tuerce el rictus, cambia el gesto y exclama «María, por favor, límpiate las gafas»? ¿Cuántos besos se han interrumpido, cuántas veces tu interlocutor ha perdido el hilo porque no podía dejar de ver la constelación de barro, polvo y pequeños insectos de los que pareces no percatarte?
Me he visto sometido a innumerables torturas físicas y vejaciones de toda índole. ¿Qué es eso de aplastarme contra los cojines cada vez que te quedas dormida en el sofá? ¿¡Cómo puede alguien con un mínimo de decoro meterse mi elegante patilla hasta el tímpano para rascarse la oreja!? ¡A mí me ha diseñado un prestigioso equipo! ¡Muchas personas han dedicado su valioso tiempo a pensar en el perfecto equilibrio entre funcionalidad y estética! ¡No pensaban en que tú decidieras que es buena idea usarme de rascador!
Las pequeñas venganzas ya no son suficientes. Antes me bastaba con atrapar el humo del cigarro y hacerte llorar; cómo me reía con la gota de agua que cae justo en el pequeño espacio entre la lente y el ojo. Me regodeaba en estas pequeñas maldades y las recordaba con una sonrisa de satisfacción. Ya no, María, ya solo busco respeto.
A mí me crearon en una sala estéril. Personal especializado con guantes blancos manipulaba con delicadeza cada uno de mis elementos hasta conseguir la curvatura y el pulido perfectos. ¡Y tú me agarras con esos dedos churretosos y me sueltas como caiga en cualquier superficie!
Busco tranquilidad, María. Busco reconocimiento y deferencia para mi inestimable valor. Para cuando puedas leer estas líneas, estaré en una caja de una ONG junto con otras compañeras de fatigas rumbo a un lugar mejor, en el que una persona desposeída y agradecida me cuide como merezco. ¡Sierra Leona, allá voy!


