Edgar Allan Poe se pone fatal tras cenar fuerte y mantiene una inesperada y fantástica charla con un expansionista y proesclavista peo


Llegada la noche, tras haber comido pesado, empecé a sentirme indispuesto. El estómago se me hinchó. La sensación de ahogo me oprimió el esternón. Una náusea constante y ardiente ascendió por mi esófago. Me prometí que jamás volvería a comer pollo y merluza rebozados, ensalada de col, pepino y rábanos, bistec, alubias con tomate, brócoli y alcachofas al horno, patatas rellenas de carne especiada y huevos fritos por la noche.

A la luz de una vela, pasé mucho tiempo en mi sofá retorciéndome entre sudores esperando el alivio del mal que me atormentaba. Concluí finalmente que una pérfida y excesiva flatulencia se hallaba atascada en mis entrañas.

Escudriñé desesperado en mi biblioteca alguna solución. Tropecé, tras rebuscar entre varios volúmenes, un viejo libro de medicina natural en que se describían una serie de plantas que, infusionadas, eran capaces de aliviar el meteorismo. Además del hinojo, el anís, la manzanilla, el regaliz o la alcaravea, destacaba el jengibre como el mejor remedio para la inflamación. Así pues, lo herví todo (ya que de todo tenía en mi despensa) y bebí el mejunje esperando la saludable reacción. Mas, por mucho que esperé, no noté cambio alguno en mi fisonomía interna.

La angustia se extendió perforando mi cerebro. Llegué a considerar que no habría escapatoria posible a mi suplicio. Quería salir a la oscuridad de la noche, vagabundear, huir de mi cuerpo dominado por esa inmunda bolsa de gas que, alimentada por un estómago inflamado y harto de mis excesos culinarios, obstruía mis intestinos.

En mi empeño, encontré otro remedio en aquellos legajos que releía con ojos llorosos en busca de la salvación a mi angustia. Hirviendo algunas frutas y verduras, como la pera, la zanahoria, la calabaza y la manzana, se alentaba el movimiento del intestino acelerando (así) la expulsión de gases. Como tenía de todo, todo lo pelé y herví. Lo mezclé bien y lo aderecé con limón y canela, y lo ingerí (no sin cierto asco).

Al poco me di cuenta de que lo que debía suponer una fórmula milagrosa que potenciara los efectos beneficiosos de la infusión anterior, se tornaba artefacto malsano que incrementó exponencialmente mi desespero.

¡El indeseable gas creció todavía más, conquistando cada pliegue de mi maltratado organismo!

Tumbado en la cama, a cuatro patas y con la cara contra el colchón, elevé el trasero todo lo posible hacia el techo, masajeándome el vientre y concentrándome en los músculos del ano, con tal de relajarlos y abrirle camino al peo.

Fue en balde. Un calor febril se apoderó de mi cordura. Me levanté y caminé deambulando entre tinieblas, perdido en mi propio hogar, buscando huir de mis hinchados y rabiosos intestinos.

Me tiré al suelo tras un grito de dolor. La pertinaz y gravosa ventosidad no salía. Ni tumbado del lado izquierdo, ni del derecho, ni boca abajo, ni apretando el puño contra la boca del vientre; ni boca arriba, con la pierna izquierda cruzada sobre la derecha, o lo mismo pero al revés; o apoyando un codo y abriendo la pierna contraria, arqueando el cuerpo y girando la cabeza en dirección al talón más retrasado.

Tomé una decisión. Fui al baño y me esforcé por vomitar. Aun a pesar del asco, sin embargo, mi cuerpo se negó a extraer lo que ya empezaba a digerirse. Me metí los dedos en la garganta e intenté sugestionarme pensando en cosas nauseabundas, como que le olía el pie a un campesino o le lamía las hemorroides a una vaca. Todo resultó infructuoso.

Regresé abatido a mi sofá.

En el camino, con las tripas revueltas y el deseo indecible de hundirme en un profundo cenagal, ¡morir con tal de no sentir más aquel tormento!, noté que algo se agitaba y horadaba en la dirección correcta.

Levanté cuidadoso una pierna, invitando (e indicando aun todavía mejor) el más rápido y corto de los caminos.

¡El peo salió! Mas (y juro que fue verdad) en lugar de emitir su habitual y vibrante sonido de matices insulsos y monótonos, hizo:

—Nunca másssssfff.

Quedé asombrado.

Luego reflexioné y consideré que la fiebre estaba provocando alguna alucinación extraña a mis sentidos.

No sin cierto temor, apreté de nuevo y expulsé otra porción de gas:

—Nunca mássssspprfff vuelvas a comer tan malprttttttt.

¡Imaginad mi asombro! Coincidía que cuando el aire se expelía por mi esfínter, por algún asombroso mecanismo, se modulaban palabras que me interpelaban.

—Sí, tenéis razón —contesté, por no ser maleducado.

Otro gas me vino:

—Perrrrrtfffrrrrrooo siempre decís lo mismo y luego acabáis comiendo fffffffffatal, sobre todo en las cenasdddfffff.

La frase terminó en una suave y cálida eyección de gas.

—Lo siento… —me disculpé.

—Pero (¡prrrrrrrt!) no (¡prot!) vasta con saberlo. Debéis comer ligero y como mínimo tressssss (¡piiirt!) horas antessssffff de acostarse. Nada de carbohidratosssstttttfffrrrr.

Esta vez, además de intercalarse pequeños cuescos, sonó uno corto y con brío.

—Cierto es —repliqué, entre lamentos.

—Puesssssffff, ya lo sabéis (¡puuuuurrrt!) para la prrrrttóxima.

Así fue como estuve durante unos cuarenta minutos de reloj conversando amigablemente con mis posaderas. La voz de mi interior aprovechó para darme consejos sobre el amor y, sin venir a cuento, expresó su sentir sobre la guerra entre Estados Unidos y México.

Al fin, el último pedo sonó:

—Buenas noches y que descanséissssfff, prrrttt, ptffffff, ¡ploppp!

Quedé aliviado, vacío y feliz.

El pedo se había marchado cumpliendo, además, una loable misión: me había brindado acertados consejos a la hora de comer, recomendaciones para cambiar mi sedentaria vida por una más activa, animado a dar el paso de tocarle una teta a Annie Richmond y aportado su apoyo firme a las ideas y pretensiones del presidente James K. Polk.

Así fue cómo, al fin, me acosté y dormí con sosiego.

Eso sí, apestando mi estancia a cloaca inmunda.

Toni Cifuenteshttps://autotomiarelatos.wordpress.com/
Toni Cifuentes es guía, corrector de textos y escritor (cuando puede o le dejan).

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here

Más cosas