La huelga de ovejas convocada este lunes y que no respeta los servicios mínimos.
La sospecha de que no cerré la puerta con llave, incluso teniendo en la mesita de noche una declaración firmada, a fecha de hoy, por mí mismo y seis testigos oculares, que certifica oficialmente que la puerta se cerró con dos vueltas de llave. ¿Cerré realmente la puerta con llave cuando el notario y los seis testigos oculares se fueron después de dar el documento por válido? ¿Qué sentido tiene firmar el documento ante notario si luego el notario y los seis testigos oculares tienen que pedirme que les abra la puerta para salir de mi casa? Juraría que cerré con llave cuando se marcharon, pero es solamente una suposición.
Mi decisión de abandonar los estudios de teatro a los 25 años y que hoy en día, en momentos de debilidad, y especialmente por la noche, se me antoja un grave error con el que puse un límite absurdo a mi potencial expresivo. ¿Por qué lo hice? Por miedo a defraudarme a mí mismo, por miedo a quedarme a medio camino en el empeño. Y porque la interpretación requiere una exploración interna para la que siento que nunca he estado realmente preparado.
María Teresa Márquez Asensi, ella sabe por qué.
Ese ruido raro. Lo oyes, ¿no? Sí, hombre, ese ruido sordo, repetitivo. Pum. Pum. Pum. No, no son los latidos de mi corazón. Pero, ahora que los has mencionado, los oigo también. Pum. Pum. Pum.
La certeza de que no hay suficiente agua en el vaso que reposa en la mesita de noche, encima de la declaración firmada, y que, por lo tanto, en el caso de sufrir un ataque repentino de sed, tendré que levantarme a rellenarlo y entonces ya sí que no podré dormirme.
La convicción de que todo lo que hago y todo lo que pienso forma parte de una especie de farsa diseñada para distraerme de la certeza de que me voy a morir.
El hecho de que el cambio climático no me provoque ecoansiedad me hace sentir culpable (¿ecoculpabilidad?) y me quita el sueño.
La frase de mi profesor de gimnasia en el año 96. Me dijo: “Con todo lo que tienes por delante, y te pones a remar en el sentido contrario”. Fue en una salida en la que practicamos piragüismo, pero estoy convencido, o casi convencido, de que no estaba hablando del remo sino de mi vida: intentaba avisarme (ahora lo veo claro) del rumbo equivocado que había elegido para mi vida, pero él no era más que un profesor de gimnasia, y yo no era más que un mocoso sin autoestima. Hizo lo que pudo, pero en aquel momento yo no estaba preparado para escuchar lo que me tenía que decir.
Ese vídeo titulado “Slobodan Praljak, militar bosniocroata condenado a 20 años por crímenes de guerra, bebe veneno en la vista de apelación al escuchar la confirmación de la sentencia”. No recuerdo si al final murió, creo que sí. La imagen del señor vaciando el vasito de plástico en su garganta me asalta por las noches y además me recuerda que no hay suficiente agua en mi vaso para saciarme en el caso de sufrir un ataque repentino de sed.